La otra noche me preguntaron frente a cámaras, en el programa “Radicales Libres” que dirige Alexandro Saco por RBC televisión a partir de las 10 pm y en el que mantengo una columna de investigación y opinión, si yo me consideraba un “caviar”. Unos minutos antes había estado en el set el filósofo Pablo Quintanilla que ha desarrollado en estos días varios artículos sobre el tema y el uso que la derecha periodística más bruta y achorada le otorga al término, y provocado la típica respuesta mariateguiana (del segundo Mariátegui) que en un rapto de inteligencia dijo que Quintanilla tenía cabeza de cura y no había estudiado en una universidad que valga la pena.
Pues bien, a mí me tocaba definirme, para lo cual me vino a la cabeza la evolución del concepto en su versión criolla (no la francesa) y que tiene su punto de partida en la ironía del periodista y amigo Herbert Mujica Rojas, que quería encontrar una manera de referirse a algunos personajes de la izquierda de la transición 2000-2001. No era sólo una alusión a una izquierda de gustos burgueses (cocteles, ropa fina, buena vida), sino a la idea que venía con ellos, que era que la democracia debía ser una gran conciliación (acuerdismo), cuando otros creíamos que el cambio de régimen debía ser la oportunidad para una limpieza hasta el hueso del Estado corroído por la corrupción y la penetración de intereses particulares. En esta estricta definición, yo no soy un caviar ni de lejos.
Pero ahí viene la segunda acepción que adquiere el término y que ocurre cuando la derecha extrema y fascistoide se apodera de él y le da el contenido de izquierda que se modera y se corre hacia el centro, que según la mirada fujimorista de la política, es más peligrosa que la que permanece en la radicalidad. En una curiosa alteración del sentido común de la política, que indica que si el adversario produce, aunque sea medio paso, hacia el lado opuesto, hay que saludarlo y abrirle los brazos; en el Perú, la hegemonía absoluta de la reacción sobre el Estado en los 90 ha creado la ilusión de una sociedad sin izquierdas, lo que haría de estos “caviares” una avanzadilla para cambiar esa realidad que se consolidó con un golpe de Estado. Se puede ver esta versión en la campaña contra la izquierda de Ollanta, a veces contra personas de un izquierdismo sumamente tenue, pero quizás por ello más peligroso (1). Un extremo es además cuando aparece la “derecha caviar”, que son lo que antes eran nuestros y ahora conversan con los caviares de izquierda, y tal parece que son peores que todos.
Finalmente hay una interpretación más ancha del caviarismo que es la que aparece en los discursos que Kenji lee en el Congreso y donde dice que la izquierda está hecha de terroristas, revoltosos que ocupan carreteras, y caviares que supuestamente hacen el juego a los otros dos porque no están de acuerdo con sus puntos de vista que al fin y al cabo son los que el tío Vlady le aportó a la antigua familia presidencial y a su gobierno. Estar en derechos humanos, autonomía universitaria, defensa ambiental o apoyo a los movimientos sociales, es propio de caviares, de “malditos caviares” como relincha el menor de los Fujimori que cree que su padre está preso por ellos y no por sus delitos. Tal vez en esta última expresión, que se parece a la del eternamente joven Aldo M: es una generación de izquierdistas que andan por los 60 años; encaje yo. Qué le vamos a hacer.
29.04.12
www.rwiener.blogspot.com
(1)Este párrafo salió alterado en la versión impresa de La Primera: “Se puede ver esta versión en la campaña de Ollanta contra la izquierda, a veces contra personas de un izquierdismo sumamente tenue, pero quizás por ello más peligroso”, o sea que la campaña contra la izquierda de Ollanta se convirtió en la campaña de Ollanta contra la izquierda, lo que es totalmente otra cosa
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