El primer gabinete de Ollanta, presidido por el empresario progresista Salomón Lerner, contenía varios mensajes: la idea de que izquierda, centro y derecha podían coexistir bajo la bajo la égida de un presidente que pasaba a declararse como que no respondía a ninguna de estas filiaciones políticas; el concepto de que las primeras reformas irían a favor de los sectores más pobres por vía de los nuevos y antiguos programas sociales, financiados con una mayor contribución de la minería; la canalización de los conflictos hacia espacios de diálogo y búsqueda de soluciones parciales, mostrando voluntad de cambio; la continuidad más estricta de la política económica previa, basada en los principios que rigen al país desde hace más de veinte años.
Este diseño sería luego acusado de “torre de babel”, ministros que se desmentían entre ellos, mucho palabreo, diálogo que no resolvía los problemas como en Conga (obviando que el presidente hizo estallar este trato con la declaración autoritaria de “Conga va, a mí nadie me da ultimátums, que multiplicó los ultimátums y polarizó al país entre va o no va), etc. De ahí vino otro gabinete, esta vez sin pretensiones de pluralidad, inclinado claramente a la derecha con el justificativo de lo tecnocrático y la reducción de las diferencias y por supuesto de las declaraciones individuales, lo que debilitaba el obviamente el liderazgo de los ministros; asimismo perdieron peso las reformas como meollo del gobierno; se puso mano dura sobre los conflictos sociales, con una cuenta sucesiva de muertos en cada uno de ellos; y la política económica se mantuvo invariable, con el único agregado de que llegaron nuevos ministros ligados al jefe del MEF fortaleciendo la presencia tecnocrática en el gabinete.
Así los dos primeros gabinetes que recorren el primer año de gobierno de Ollanta Humala quedaron claramente diferenciados en aspectos centrales, pero la línea económica neoliberal permaneció intacta. En julio se nombró a Juan Jiménez como primer ministro, tras el desgaste de Valdés que se fue manchado de sangre y de fujimorismo para el que por momentos parecía estar gobernando. El nuevo gabinete volvió a hablar de diálogo, como si estuviera descubriendo la fórmula mágica para evitarse los enfrentamientos de la primera mitad del año; confirmó el estilo de organizar a los ministros por bloques que ya se había visto con Valdés, alineando de un lado a los ministerios de Interior y Defensa con el primer ministro, y nada menos que a ocho ministerios con el jefe del MEF, dejando a los demás más o menos próximos a uno de los polos y en algunos casos, especialmente algunas de las ministras mujeres, dando a entender que correspondían a la cuota de Nadine. Aparentemente este era el momento para un nuevo impulso a los programas sociales y para volver con el tema de la inclusión social, pero una oleada de huelgas duras, comprometiendo sectores sensibles como Educación y Salud, ocuparon el primer plano y sacaron a la luz la desorientación del gobierno y el ministro Jiménez para manejar una situación así. En economía por supuesto todo siguió igual.
Llevamos poco más de tres meses del tercer gabinete ollantista y el equipo que supuestamente dirige el país luce mucho más desorientado y prematuramente envejecido que sus predecesores. Si había un gabinete de diálogo y otro de represión, este tercero no se sabe qué será. El primer ministro es casi invisible y las encuestas del poder lo ubican muy detrás del de Economía y por supuesto de la primera dama. Pero la indefinición que padece la PCM y muchos de sus ministros no viene del aire sino que expresa la crisis política en curso. ¿O alguien sabe adónde va este gobierno?
21.10.12
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