A propósito del gesto de dignidad que se exige a los líderes en circunstancias dramáticas como las de la prisión y el cáncer de lo que hablaba el otro día, me viene a la cabeza la extraña conjunción de la década de los 2000 en la que varios presidentes han sido diagnosticados con cáncer y cada uno de ellos (y ellas), y la actitud que han debido asumir para encarar ante su pueblo la delicada situación de la que son protagonistas. Acaba de ocurrir con el presidente Santos de Colombia que en un gesto de valor inusual ha venido a la cita del ASPA al Perú, para regresar a su país a internarse para una intervención quirúrgica. Nadie ve un tipo repartiendo las fotos de su enfermedad o dando lástima, sino a un dirigente que no por casualidad ha abierto un difícil proceso de negociación que podría sacar a Colombia de 60 años de guerra interminable.
Chávez es una muestra de coraje diaria que ha logrado retirar del debate electoral la cuestión del cáncer grave que sufre desde hace un tiempo y que lo obligó a dos operaciones y duras quimioterapias. Pero no le ha llorado a sus enemigos, ni ha cambiado su discurso, ni pretende que su pueblo le tenga lástima. Lula y Lugo se han sometido a la prueba y lo mismo Dilma y Cristina. En la vastedad de América sólo hay un tipo que fue presidente y se rindió ante una afección incipiente, el mismo que huyó del país para evadir la justicia y regresó en un torpe cálculo sobre el apoyo popular que lo acompañaba, y que convertido en prisionero con ilimitados beneficios, entre ellos el de dirigir su partido desde el confinamiento, ahora ha empezado a pervertir la figura del presidente que se yergue en la enfermedad.
Cuando tenía la ocasión de ser elegante y enviar el mensaje de que seguía en la pelea porque sus ideales eran mayores que su cuerpo, única manera de construir alrededor de él una militancia templada para la lucha, lo que hizo el tipo es convertir a sus hijos y partidarios en una red de llorones ante Humala para que le den un perdón para irse a su casa. El anticoraje de Fujimori nos añade vergüenza al país, que ya pasó por el asunto de su postulación al senado japonés bajo el argumento de que en realidad era ciudadano de esa nación. Por supuesto que cuando a uno le hablan del cáncer y no ha pasado por eso piensa que ahí todo es dolor y que al final qué mal hace que un chinito viejo se vaya a cortar plantas a la casa de alguno de sus hijos. Pero la enfermedad del cangrejo es mucho más que dolor puro y seco y cicatrices feas o adelgazamientos inesperados. Es una prueba al individuo que la he visto en clínicas y hospitales: personas que sufren y gritan, pero también otros que ríen y batallan contra los males de su cuerpo, porque en su vida han habido muchas batallas. El tema es ¿de qué madera se arman los presidentes?, ¿cómo podría creer que alguien puede volver al mando después de una experiencia de este tipo, si con una enfermedad incipiente se dio por vencido?
Y lo que es peor: que una parte del país terminé por sentir que fue estafada y otra celebre al estafador.
04.10.12
www.rwiener.blogspot.com
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