Si vamos a ser francos, veo
tanta provocación en extender el estado de emergencia en Cajamarca, como en
convocar un paro regional en agosto. Es decir aprecio dos posiciones que no
quieren entenderse y que nos tienen pintados en la pared a los demás. Pero es
el gobierno el que invitó a la iglesia mojarse con Conga y el que ha definido
al gabinete Jiménez como el del diálogo y las formas civilizadas, mandando al
archivo el brutal estilo Valdés que tenía precisamente como su núcleo básico escalar
la represión y a continuación poner en “emergencia” los escenarios de conflicto
para colocar a la defensiva a los protagonistas de la protesta.
¿Y cuál era la prueba de “lo
nuevo”? Era obvio que no había otro camino que seguir la pauta marcada por
Vladimiro Huároc desde la nueva Unidad de Diálogo, que reemplaza la lamentable
oficina de Gestión de Conflictos que fue eliminada junto a su encargado, y que
advirtió que lo que se había hecho en relación a Conga, había sido mal hecho, y
que había que comenzar algo diferente. Entonces: ¿en qué cabeza puede entrar
que con una situación que había bajado el voltaje, principalmente por obra de
la intervención de monseñor Cabrejos y el padre Garatea, pero donde la
polarización no se había reducido en lo más mínimo porque nadie había cedido en
sus posiciones originales, la vía inmediata a seguir fuese mantener el estado
de emergencia, más aún cuando no hay ningún elemento objetivo que lo justifique?
Hay que guardar mucho miedo al
movimiento cajamarquino para insistir en un procedimiento que propicia el abuso
del poder (del tipo que documenta Rocío Silva que le ocurre a los periodistas
que toman fotos); aún cuando visto de cerca el actual estado de emergencia en
las provincias de Cajamarca, Hualgayoc y Celendín, sea casi un fantasma del
factor intimidante que pretendía ser. Por eso mismo es tanto más absurdo
mantener una “emergencia” que no ha podido impedir las reuniones y
movilizaciones. Es el gesto que más que de autoridad suena a inseguridad, lo
que choca e irrita en este caso. Y si tan fácil se patea el tablero, es difícil
esperar que de allí salga alguna actitud de sumisión que los opositores a Conga
no han mostrado ni en las peores situaciones. Si el gobierno insiste en un
instrumento extra-diálogo para jaquear a su adversario, no encuentro por donde
sorprenderse de que esto desate un nuevo ciclo de enfrentamiento.
El gobierno está a punto de
echar a perder la imagen de renovación y paz social que quería implantarle el
premier Jiménez, que para eso tenía que remachar su propio perfil político
afectado por su participación en el gabinete diciembre-julio, por lo que se
puede suponer que ni él, ni algunos de sus colaboradores más cercanos: Pedraza,
Cateriano, Huároc, no deberían haber estado muy de acuerdo con combinar diálogo
con emergencia. Y esto lleva a un asunto crítico: ¿quién está tomando
decisiones en el gobierno?, o peor aún, ¿quién está trabando que se adopten
medidas que nos alejen del período anterior? Y no se trata de si Nadine u
Ollanta es el que manda, sino de la sospecha de que un círculo militar y de
inteligencia esté condicionando al presidente y haciendo que a su vez él mismo
se convierta en un freno a sus ministros.
07.08.12
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