Un policía argentino recibió una
llamada de una mujer que decía ser la suegra de un ladronzuelo colombiano de
poca monta que cumplía condena en un penal de ese país, y le contó la historia
que “el payaso” había matado a una empresaria peruana por encargo pagado de su
hija. Este relato, en el que nadie comprobó la identidad de la supuesta suegra
ni los intereses que la movían, ni estudió la trayectoria de “sicariato” de
Alejandro Ospina, para confirmar que se dedicaba a tan lamentable oficio, es la
base del caso Fefer y la razón por la cual dos jóvenes ya van a cumplir tres
años tras las rejas.
Ahora, en pleno proceso judicial
se ha escuchado la voz del policía argentino a través del sistema de
teleconferencia y se ha comprobado que no tiene otra cosa que agregar que sus
recuerdos de la conversación telefónica con alguien que no conocía y que hasta
hoy no sabe quién es. De igual modo un periodista de ese mismo país que
escribió haber recibido la versión del propio Ospina luego de que el policía
abrió la pista, ha asegurado que nunca supo quién había empujado a “el payaso”
a realizar el crimen, aunque sugirió que podía ser alguien de la familia de la
víctima. Los demás elementos del proceso tienen que ver con una llamada que se
hace del teléfono celular de Miriam Fefer después de asesinada al número de Eva
Bracamonte que no fue contestada, con la hipótesis de que alguien abrió la
puerta para que Ospina entrara, con las llamadas interceptadas al abogado de
Bracamonte cuando organizaba la defensa, y con las toneladas de información
tendenciosa lanzada por la prensa, animada por el hermano de la acusada, que
por casualidad sería beneficiario económico de una eventual condena.
Se puede decir muchas cosas del
caso Fefer, por ejemplo sobre la forma como en el Perú miramos a los
homosexuales y la facilidad con la que se les imputa conductas retorcidas que
no se espera del resto; la condena social a la chica independiente que decide
sobre su vida como le parece y que en este caso ha envuelto en el asunto a una
tercera persona a la que sólo se la
señala en la causa por ser demasiado cercana a la acusada principal y que también
lleva tres años presa; el contenido de la expresión “sicario” que todos usan
para referir a un asesino chapucero que visiblemente no buscó ni el escenario
ni las condiciones para cumplir su supuesto cometido, y que se peleó con la
víctima como un ladrón cualquiera al ser descubierto, y al que nadie le conoce
otra acción con derivado de muerte como para que alguien fuera a buscarlo como
“especialista”. Pero nadie dudará que la mezcla de todo esto da como resultado
un preparado muy fuerte que explica porque seguimos tomando en serio lo que
ninguna autoridad judicial del mundo aceptaría como fundamento para actuar a
alguien.
El tema es más duro porque con
“pruebas” tan endebles como las del caso Fefer, se sentenció a Abencia Meza a
treinta (¡) años de prisión y se quiere llevar a los tribunales a la chica
Rosario Ponce aunque las evidencias abrumadoras indican que Ciro murió en un
accidente. Lo que deberíamos reflexionar a partir de todo esto es nuestra
capacidad de defensa ante una justicia con tan poco sentido de lo justo. Porque
cualquiera puede terminar en sus manos.
03.08.12
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