Digan lo que digan, a nadie se le ocurre que Keiko podría haber pasado a la segunda vuelta sin el recuerdo del gobierno de su padre, que se mantiene en términos positivos en alrededor del 20% del votación, y de malo hasta pésimo e inaceptable en el 80% restante. El hecho es que uno de cada cinco votos fue suficiente para dejar atrás a los candidatos que se autotitulaban de la “democracia”, pero no alcanzan para ganar en segunda vuelta. Peor aún, si no se retira del primer plano al papá y su pasado va a perder irremediablemente. De aquí el calculado perdón y la necesidad de marcar las distancias con su propio origen, lo cual es un imperativo electoral en este tipo de circunstancias. A lo que ayudan los medios amnésicos que como hicieron con García hace cinco años, se han olvidado de los pasivos de su candidata.
A su vez, Ollanta atraviesa un dilema parecido: sin la radicalidad de 2006, inspirada en Locumba y en una voluntad de confrontación con el orden existente, no tendría el 30% y un poco más, de las dos primeras vueltas en las que le ha tocado participar. Ni el polo blanco, las buenas maneras o la honestidad que hace la diferencia, lo hubieran llevado al segundo momento de la contienda, sino tuviera una especie de votación cautiva que no deja lugar para nadie que quiera colocarse a su izquierda. Los casos de Ñique y Noriega pueden dar una idea de lo que esto significa, que es más o menos lo que les pasó a los partidos más asentados de la izquierda en el año 2006. En ambas elecciones, los sectores populares concentraron su voto con sentido político-práctico, buscando disputar el poder a la derecha y en ningún m omento imaginaron que el punto clave estuviera en el discurso, sino en la voluntad de llevar hasta el final la lucha por un nuevo gobierno.
Pero si para pasar a la segunda vuelta ha pesado el sector radical que no se ha separado en cinco años de Ollanta Humala, para definir la fase final y lograr el gobierno en medio del fuego graneado de la derecha que se resiste al menor cambio, es inevitable bajar aún más el tono y hablar a los que se intimidan con las voces radicales y las emergencias sociales. En simetría con su rival se puede decir que la memoria de lo que ha sido el nacionalismo durante el quinquenio anterior le da el piso para ser una fuerza política vigente, pero si ese radicalismo estuviera en el centro de la actual fase de la campaña no podría ganar las elecciones. Vuelvo a decir: son las reglas del sistema que no inventaron ni la señora Fujimori ni el señor Humala.
Cuando la derecha “democrática” se escandaliza por los “cambios” políticos (nuevas alianzas) y programáticos (ajuste de las propuestas) en segunda vuelta, se está haciendo la tonta y sugiriendo que el candidato que no le gusta muera de pie, es decir aislado y sin nuevos votos para llegar al 50%. A Keiko le piden convertirse en “su candidata”, como lo hizo García para ganar el 2006, y a Ollanta quedarse en el rincón radical para que no pueda vencer. Pero lo que está pasando es otra cosa: a los ojos del país es la derecha la que se fujimoriza, como les ocurre a la vista a Bayly, Rosa María, Aldo, Fritz y otros; mientras Ollanta está ocupando cada vez más el espacio de democracia que se abrió el 2000 y que toledismo y alanismo desgraciaron profundamente. Eso es lo que hace diferente esta elección de la de hace cinco años.
04.05.11
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1 comentario:
"Empate técnico", en diversos tonos, titulan hoy 5 de Mayo, los diarios derechistas. El periódico de la mafia, ya desatado, dice que Fujimori arrolla a Humala en Lima. La maniobra está clara: crear una matriz de opinión en el sentido que el triunfo "está para cualquiera de los dos", y aunada a la campaña de demolición contra Humala ("miente, miente, que algo quedará", decía su maestro Joseph Goebbels), convencer a los indecisos a que voten por Fujimori. Los indecisos se encuentran en todos los sectores, pero el sector al cual se dirigen principalmente los voceros de la derecha, es a la pequeña burguesía. El pequeño burgués es el sujeto más miedoso de la escala social. Lo poco que tiene, lo ha conseguido con su esfuerzo, y cree, muchas veces, que un gobierno popular se lo puede quitar. Para eso, mediante la manipulación mediática, adopta la mentalidad del gran burgués, y sus temores. El gran burgués, a diferencia del pequeño burgués, sí tiene motivos reales para preocuparse, pues sabe que gran parte de su riqueza proviene del abuso y explotación inmoderadas, ejercidos mediante el poder de su dinero. Éste último le permite, si “las papas queman”, adoptar su “plan B”: irse a Miami, para felicidad de sus retoños, y vivir en su añorada patria, mientras sus empleados arreglan las cosas en el Perú. El pequeño burgués, en su adopción alienada de los temores del otro, no se da cuenta que la verdadera raíz de sus temores está en la situación de extrema pobreza de vastos sectores de nuestra población, y que mientras todo siga igual (como desea el gran burgués), y no haya una más justa distribución de los beneficios del crecimiento macro-económico, el país estará sentado sobre una bomba de tiempo en términos socio-políticos. Sólo de esa manera se explica que haya sectores de ex-clase media dispuestos a votar por Fujimori en esta segunda vuelta, a sabiendas que ese sujeto (y su primera dama), durante sus 2 primeros gobiernos, prácticamente destruyó ese segmento económico. ¿O no se acuerdan que con el Impuesto Extraordinario de Solidaridad (IES), los trabajadores en planilla tenían que solventar los programas asistencialistas del "chino", mientras éste y sus secuaces se levantaban en peso el producto de las privatizaciones? No sería nada raro que nuevamente apliquen impuestos a este sector para financiar sus ofrecimientos electorales. ¿Y las AFP? ¿Con qué autoridad moral ofrece Fujimori la libre desafiliación, si su gobierno creó las AFP, y les dio todas las gollerías de las que gozan? También sería importante hacerles recordar a quienes están dudosos y pensando votar por Fujimori, que la vuelta al poder del mencionado sujeto significaría convalidar, de hecho, sus trapacerías, y cerrar las puertas a la posibilidad de ser una república civilizada, pues sería un camino sin regreso a un estado en el cual la impunidad podrá justificarse con cualquier motivo, como lo hizo a partir del 5 de Abril de 1992. ¿Se puede imaginar alguien, con un mínimo de sentido común, a Fujimori, dentro de 5 años, entregando civilizadamente el gobierno a alguien políticamente diferente? O más absurdo: el padre en prisión, mientras la hija ejerce como gobernante. Lo más probable, para guardar las formas, sería la entrega del poder a alguien con las mismas ideas, y ¿por qué no?, con el mismo apellido.
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