Las calles de Lima en la tarde del último jueves parecían las del 28 de julio de hace nueve años. No sólo porque el aire se había hecho otra vez irrespirable por la cantidad de bombas: lacrimógenas, vomitivas, picantes y otras, lanzadas por nuestra siempre cordial policía, sino por la beligerancia con la que los manifestantes volvían a reagruparse e insistir en su protesta. Como en los cuatro suyos, los actores principales eran jóvenes universitarios, muchos de ellos de centros educativos privados, acompañados por intelectuales y artistas, y comités partidarios de los distritos.
No era, como otras veces, una conjunción de gremios que protestan cada uno por lo suyo y que quieren trasladar algún pliego hasta las oficinas del Congreso. Ni mucho menos una simbólica vuelta por la ciudad para que después no pase nada. El 11 de junio, ninguno de los movilizados estaba peleando por sí mismo. Todos estaban ahí por solidaridad con los amazónicos, pero sobre todo para ponerle un freno a Alan García antes que termine por desquiciar al país. Es decir era una movilización enteramente política, que ocurría en la Lima conservadora, o la que empezamos a apreciar así en el período del auge económico y del miedo al populismo redistribuidor.
Muchas veces se ha recordado que Lima definió la votación del 2006 a favor de Alan García, luego de votar por Lourdes Flores, que esta ciudad es la que más responde en las encuestas a favor del gobierno y la que mantiene encumbrado a Castañeda Lossio. Pero aquí es donde se decidió el fin del gobierno de Fujimori y donde acabamos de ver, más allá de las palabras, como se ha empezado a tambalear el de Alan García. Habría que estar ciego para no apreciar la jornada de lucha como un síntoma de nueva situación. Algo está claro: los sectores que han querido jugar de mediadores y apaciguadores esta semana, han llegado demasiado tarde; hay una brecha de sangre muy grande que no facilita la conciliación y hay una increíble soberbia autoritaria en el gobierno que sigue intentando aplastar y atropellar, eliminando cualquier credibilidad que pudiera ofrecerse a la política del nuevo diálogo.
Lo que se viene es una ola creciente por forzar cambios políticos que nos saquen de este entrampamiento. En este terreno es que se van reduciendo las opciones en tanto García evidencia que la sinrazón de su gobierno es su propia vocación autodestructiva. Si hasta lo que parecía imposible como es aquello de que un presidente tome en serio los consejos de Aldo M, ya muchos creen que está ocurriendo: haces un círculo y echas napalm, descargas la cacerina sobre los manifestantes antes que te ataquen, roqueteas, y después nos tomamos un trago. Necesitaba que alguien como tú lo dijera para sentir más autoconfianza.
14.06.09
www.rwiener.blogspot.com .
No hay comentarios.:
Publicar un comentario