Parecía que no podía haber peor fracaso que el que consiguió Alan García con la fallida intervención de la SUNAT en Panamericana Televisión, que reeditaba la desastrosa historia de la privatización de la banca, pero el personaje ha demostrado que siempre puede superarse. Y es que nadie, salvo nuestro actual presidente, puede ser capaz de desatar un baño de sangre el 5 de junio para no derogar los decretos de la selva; suspenderlos siete días después; y terminar derogándolos al comienzo de la siguiente semana.
En esta insólita trayectoria el oficialismo del Congreso recurrió primero al no voto de la propuesta de derogatoria hasta el día de la matanza; a la reconstrucción de la triple alianza en reunión en la casa de Lourdes Flores para impulsar la “suspensión”, donde el PPC no quería derogar, los fujimoristas decían que sí querían hacerlo, y el APRA trataba de evitar que se notara su derrota; y terminó en medio de un perfecto desorden cuando Simon dijo en Chanchamayo que proponía la derogatoria después de dos meses de afirmar que este era tema del Congreso.
El resultado de todo esto es que tenemos un gobierno en el más dramático grado del desprestigio, y a una representación parlamentaria arrastrada por la caída del gobierno. La bancada aprista y sus dos aliados han salido tremendamente chamuscados de su intento por seguirle el paso a Alan García. El balance es que el presidente cuya soberbia puede impulsarlo a exigir el desalojo de una carretera en 24 horas luego de 55 días de bloqueos, con un brutal saldo de vidas que todavía no hemos terminado de contabilizar, y que se ha tomado otros diez para defender esa operación e insistir en la patraña que los nativos fueron los atacantes, puede de un momento a otro cambiar de ánimo y dejar a su primer ministro para que explique que sí se podía derogar, sin que se acabe el mundo. Aunque lo que sí parece estar acabándose es una forma de gobierno.
1606.09
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