Alguien debería explicar si la diferencia de calidad entre la condena a Guzmán y la cúpula senderistas, y la de Fujimori se refiere al famoso concepto de Jorge Trelles de que ellos mataron menos. Porque de que mataron, lo hicieron. Y de que operaron sin miramientos erigiéndose en fiscales, jueces y verdugos, violando todos los principios legales, lo hicieron. Entonces de dónde sale que unos no pueden ni remitir una carta y el otro debería tener el espacio para despacharse en su estación de radio favorita, que es de lo que venimos debatiendo en estos días en un nuevo capítulo de la saga del “indulto humanitario”.
Dicen que el tema de las víctimas no cuenta en este caso, es decir que si Fujimori pide hablar puede hacerlo sobre lo que quiera porque la única libertad que tiene restringida es la de transitar. Pero eso sería casi equivalente a decir que las víctimas de Tarata o Lucanamarca, tampoco cuentan si algún jefe senderista pidiese hablar desde la prisión. Salvo que los muertos de La Cantuta, Barrios Altos y otros lugares fueran menos víctimas que otras. Sin querer decirlo, lo que está trasmitiendo es la idea de Fujimori no es un criminal de guerra sino un pobre tipo que está pagando por los excesos inevitables de un conflicto que no pudo controlar.
En sustancia, que estamos en una revalorización política de la sentencia del año 2009 que resolvió que hubo un modo de enfrentar la guerra que alentó la acción irregular de elementos de las propias fuerzas militares, que configuraron crímenes de lesa humanidad y un sistema de encubrimiento, todo lo cual jamás hubiera podido existir si Fujimori no lo permitía. Eso está zanjado judicialmente. Sin embargo vivimos bajo la permanente presión por hacer “negacionismo” respecto a estas conclusiones, lo que sin duda es el principal disparador de la campaña del indulto.
Se quiere que la sociedad consienta el aspecto más oscuro de la fujimorización. Si ya hemos legalizado el golpe de Estado al reconocer validez a los decretos hechos por la dictadura y no sancionar la interrupción constitucional, la Constitución de 1993, el sistema político y los contratos corruptos del régimen autoritario, sólo nos queda un paso para que todo vuelva a ser como antes y ese es el de abrirle los brazos al fundador del actual orden que ya lleva para más de veinte años. La histeria antiterrorista de los últimos días, con clara intención de condicionar las decisiones por el miedo, hace evidente de qué se trata, que más o menos significa que no es el hecho del delito de sangre en sí, o de las dimensiones del robo, sino del campo desde el que se delinquió.
Fujimori es de los nuestros dicen dirigentes del APRA, PPC, Solidaridad Nacional y otros que antes pasaban por democráticos y que no se atrevieron a pronunciarse contra la sentencia de San Martín. Ahora después de haber querido pasar el indulto con coartada médica, lo están sacando al fresco como un santo y seña político; como si antes de solicitud de entrevista a RPP hubiera habido un previo acuerdo para no dejar morir el asunto de la liberación de Fujimori en el penoso traspié de las fotos de la prisión. Todo indica que es una jugada del todo por el todo: si el gobierno lo niega pierde por ahondar la depresión de su prisionero violando su “derecho”, y si lo concede pierde porque habrá demostrado que cede a las presiones de los amigos del preso más importante del país.
14.11.12
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