Para las elecciones del 2011, el candidato Ollanta no sólo cambió el polo y convirtió la Gran Transformación en una incierta Hoja de Ruta, sino sobre todo aprendió el valor del silencio. Todavía recuerdo una conversación a comienzos de diciembre del 2010, en la que le pedía que saliera a declarar frente a un artículo firmado por Jaime Bayly en el que además de alardear que la plata llega sola (y como llega), García aseguraba que si Humala ganaba las elecciones daría un golpe de Estado así lo metan preso.
Un Ollanta al borde de un ataque de nervios, me contestó preguntando qué es lo que podría ganar de salir a hablar si los medios hacían lo que querían con sus palabras y que en vez de preguntarle por lo que había dicho le sacaban sus propios temas. Entonces yo le dije que el problema era el formato que usaba para dirigir sus mensajes, citando conferencias de prensa en el Parlamento rodeado de congresistas adustos, y que regalaba a los periodistas parlamentarios la opción para lanzarle las preguntas que quisieran. Mejor era una entrevista con algún medio y algún entrevistador que fuera más neutral, ni muy amigo ni muy enemigo, y que rebotara con la información principal. Así le dije.
Se quedó pensando y me retiré. En la tarde vi la escena del Congreso que repetía la de otras veces con un Ollanta denunciando la amenaza de golpe de Estado y periodistas queriendo interrogarlo sobre el sueldo de Nadine, hasta que el candidato se ponía de pie y en medio de gritos y empujones de la prensa y los parlamentarios salía hacia la calle. Fue la última vez que lo vi en ese trance. Alguien le dijo que con ese método estaba perdido y que lo que más le convenía era evitar a los medios y castigarlos con su silencio. Los que recuerdan la campaña sabrán que la idea funcionó. Y lo hizo por el lado de hacer que se olviden de él hasta casi las vísperas de la primera vuelta cuando empezó su ascenso, y en la fase más dura de ataques cotidianos del mismo Bayly y toda la nueva PEA (prensa estúpida y achorada, Alexandro Saco dixit), que usaron todos los recursos para enfrentarlo.
Una vez en el poder, sin embargo, Ollanta ha seguido acentuando la pauta de no responder por los ataques, al punto que algunos piensan que si Castañeda todavía fuera alcalde tendríamos dos mudos en la Plaza de Armas. La campaña continuada contra los familiares y colaboradores del presidente: Alexis Humala, Soberón, García Naranjo, Vidal, Chehade, Roncagiolo, Abugattás, ahora la ministra Salas y el caso Antauro, y se me deben estar quedando otros, ha sido invariablemente respondida con la callada presidencial, creando un efecto extraño ya que por un lado aparece como una falta de solidaridad y de compromiso con estas personas y los hechos criticados, muchas veces de manera totalmente deformada, pero al mismo tiempo opera neutralizando el ataque cuyo verdadero blanco es poner en jaque al presidente.
Ollanta puede aparentar que deja sólo al ministro de Justicia y al jefe del INPE cuando no aclara su participación en el cambio de penal de su hermano Antauro, y los medios atizan esta sensación poniendo titulares que reclaman salir al fresco. Pero el presidente parece pensar que peor sería hablar con estos periodistas con encargo. Y se mantiene en silencio.
14.02.12
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