lunes, marzo 29, 2010

A 28 años de la guerra de las Malvinas

En 1820 las Provincias Unidas del Río de la Plata, antecedente inmediato de la actual Argentina hizo posesión formal del archipiélago de las Malvinas, por entonces esporádicamente ocupadas por cazadores de focas y balleneros, que hacían una estación de sus correrías en las inhóspitas islas. La posesión era inobjetable en la medida en que se trataba de un territorio adyacente a las costas argentinas y a que los poseedores previos, franceses, españoles y británicos, la habían despejado y olvidado por lo menos desde 1811.

En enero de 1833, una expedición militar inglesa ingresó por la fuerza a las Malvinas y las anexionó al imperio. Sometió el archipiélago a la corona, bajo el status de territorio británico de ultramar y permaneció ahí hasta el presente, salvo el pequeño interregno de la guerra de las Malvinas, cuando los argentinos las ocuparon por las armas, antes de ser derrotados por una nueva expedición enviada por Londres que esta vez incluía portaviones, barcos, submarinos de alta tecnología, aviones, soldados profesionales y mercenarios, etc., que se impusieron después de sangrientas batallas marítimas, aéreas y terrestres.

¿Alguien podría dudar de la condición colonial de las islas después de este relato? Por lo menos nadie los hacía abiertamente en el Perú de abril de 1982. Y no lo hicimos los que habíamos denunciado el carácter fascista de la dictadura militar que sufrió ese país desde 1976, encabezada inicialmente por el general Videla, al que le sucedió el general Viola y finalmente el general Galtieri, que fue quién ordenó el desembarco el 2 de abril de 1982. Nadie podía negar tampoco, en esos días, la crisis en que estaban sumidos los militares en el poder que se habían metido en una política de apertura al capital extranjero y de sobreendeudamiento hacia el exterior, que llevó a un 90% de inflación, una recesión prolongada y un descenso vertical del salario promedio que en ese país era históricamente el más alto del sur de América. Indudablemente, los milicos requerían un desfogue a la presión social y lo buscaron por la vía patriótica, confiados en que para los británicos lo que estaba en juego eran unos peñones olvidados y pelados (las focas y las ballenas habían sido exterminadas) a muchísimos kilómetros de distancia de la metrópoli.

Se equivocaron de medio a medio. El gobierno de Londres también tenía su propia crisis y su necesidad de patriotismo. Eran los tiempos de la Thatcher, que para algunos es como la Juana de Arco del neoliberalismo, aunque otros pensemos en las viejas brujas de los cuentos de niños; pero, en fin, la dama de hierro estaba en un mal momento y se encontraba amenaza en continuidad debido a la fuerte presión de las huelgas obreras que respondían a su dureza neoliberal: cierre de empresas, privatizaciones, reducción de derechos sociales. Por ello, aunque la opinión de la Forgein Office (Ministerio de Relaciones Exteriores), fue originalmente en el sentido de buscar un arreglo diplomático (antes de la guerra, había una negociación para poner en arriendo y hacer una transferencia gradual de las islas), la primera ministra advirtió rápidamente que esta era su oportunidad para encabezar una cruzada contra la “agresión externa”.

Militarmente, la Junta de Buenos Aires había estimado que la guarnición que protegía las Malvinas era irrelevante para su defensa y que movilizar el ejército que se requería para su recuperación, suponía un esfuerzo logístico impresionante, que seguramente sería pensado varias veces por el gobierno británico. Asimismo había descartado un conflicto en escala nuclear o un ataque sobre el territorio continental por que eso escalaría las tensiones del mundo bipolar que existía en ese entonces. Teóricamente, Estados Unidos se iba a encontrar en una encrucijada ya que tanto Argentina como Gran Bretaña, eran parte del bloque occidental, eran aliados estratégicos y la dictadura había sido su engendro directo para controlar una supuesta insurrección comunista. Respecto a América Latina, y especialmente los países del sur, se daba por descontado que apoyarían el movimiento de descolonización y pondrían una fuerte presión sobre Londres y Washington.

Se equivocaron en casi todos sus cálculos. Si bien la ocupación inicial fue relativamente fácil y rápida, la reacción de la metrópoli fue la de la vieja gloria herida en lo más íntimo de su amor propio. ¿Cómo un país del tercer mundo se había atrevido con el antiguo imperio? Eso no podía quedar así. Y por ello, la respuesta fue la más potente que podía desarrollarse antes de llegar a una intervención generalizada y a la destrucción total de los argentinos. Thatcher se negó a cualquier negociación, a pesar de las recomendaciones que se le hicieron desde su propio gobierno, desde Washington y otros países de Europa. La condición política para evitar la guerra que se venía, fue fijada sin atenuantes. Argentina debía retirarse al estatus anterior al 2 de abril, lo que equivalía a una derrota sin combate. El Consejo de Seguridad de la ONU con los votos de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Japón, Irlanda, Togo, Jordania, Uganda, Guyana, Zaire; la abstención de Unión Soviética, China, Polonia y España; y el solitario voto en contra de Panamá; exigió la salida incondicional de las tropas gauchas de Las Malvinas.

Estados Unidos además proveyó armamento, tecnología e información a la expedición recolonizadota de los británicos, a pesar de mantener un tratado de asistencia recíproca con los países del sur de América, incluida la Argentina. Entre la OTAN y el TIAR, la Casa Blanca eligió al primero. Y mientras la mayoría de los países de Latinoamérica se declaraban del lado argentino, y el Perú se comprometía con apoyo directo a Buenos Aires, enviando aviones, misiles y pilotos de aviación; Cuba, ofrecía respaldo a la dictadura anticomunista en el enfrentamiento con la potencia imperialista; Panamá jugaba su voto en la ONU; también en esta parte del mundo los que faltaron a su obligación de fraternidad con sus vecinos del subcontinente. La dictadura de Pinochet, que tanto colaboró con los gorilas argentinos en la represión de luchadores sociales de los dos países, y que se permitió asesinar al general Pratts en un atentado con bomba en la capital argentina, autorizado por la Junta de Gobierno, dio la espalda a su congénere y se alineó con la gran potencia, brindando apoyo material y de inteligencia para la intervención militar británica que se llevó la vida de más de 600 jóvenes argentinos enviados a una guerra que su gobierno no sabía como ganar.

28.03.10
www.rwiener.blogspot.com

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