El general Miguel Ángel de la Flor ha muerto. Me enteré durante mi estadía en Chile y no pude hacerme presente en su velorio y despedirme de este entrañable amigo. El embajador Manuel Rodríguez Cuadros lo ha recordado hace algunos días explicando su inmensa contribución a cambiar el rumbo de la política exterior peruana. Y por cierto no ha faltado la puya gratuita sobre las supuestas razones familiares o laborales que existiría para hacer este recuerdo.
Yo conocí a De la Flor fuera de su condición de ministro y general, como uno de los directivos de un instituto que dirigía sus esfuerzos a apoyar y sostener a las empresas administradas por los trabajadores. A la cabeza de este proyecto se encontraba el general Jorge Fernández Maldonado, el “rojo” del gobierno militar, y en la gestión administrativa, cuidando cada centavo estaba Miguel Ángel.
Viéndolos a los dos, yo no podía asociarlos con la imagen de poder que lucían unos años antes. Pero de lo que si puedo dar testimonio es que sin el fajín de ministros y sin las estrellas del ejército, los dos generales seguían comprometidos con algunas de las ideas más fuertes de la revolución de Velasco. No eran políticos de ocasión, o militares que se hicieron políticos porque recibieron una orden para ello.
No importa a estas alturas, la verdad, que los ajustes económicos y las políticas neoliberales llegaran finalmente a barrer con todo lo que fueron cooperativas, empresas de propiedad social y empresas administradas directamente por sus trabajadores. Fernández y de la Flor se pararon sobre el fracaso y se dedicaron a apoyar a la PYMES, mediante asistencia técnica y financiera, durante los siguientes diez años, porque ahí vieron que estaba la continuidad de sus proyectos. En 1998, la llamada crisis asiática creó una iliquidez brutal que impidió recuperar los créditos otorgados y que llevó a la institución a un paso del colapso que tuvo que vender su local y reducir su personal para seguir existiendo.
La reflexión de los generales en esos días fue conmovedora: no podíamos ejecutar las garantías porque hubiéramos hecho quebrar miles de microempresas, para las que estábamos trabajando. La sacrificada fue la institución. Y los dos ex ministros de Velasco iniciaron desde ahí su retiro definitivo, entregando la posta a los técnicos más jóvenes que se habían formado junto con ellos. En el año 2000 un ataque violento al corazón se llevó a Jorge Fernández, el hombre de la expropiación de la IPC, y diez años después se va el fundador de la diplomacia independiente en el Perú. Claro que hay los que no entienden nada de esto. Son aquellos a los que la palabra dignidad los confunde en extremo y los hace preguntar ¿qué es eso?
Muchos se interrogan de dónde salieron generales como Velasco, Fernández, De la Flor y varios otros, propugnando un país más independiente, más participativo y más justo socialmente. Se pueden contar muchas historias sobre la evolución del pensamiento de estos hombres. Pero lo que queda claro es que hay un espacio para las ideas progresistas en nuestros militares. Esa es una gran noticia para el pueblo. Y un temor muy grande, para otros.
19.01.10
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