Cae el telón de las elecciones chilenas. Y lo que está en juego no es sólo la presidencia, sino la sobrevivencia de un sistema político basado en dos grandes bloques electorales.
Esta nota se escribe a pocas horas de abrirse las urnas para la segunda vuelta electoral en Chile. Una disputa para subir unos 400 mil votos a Piñera para hacerle pasar el 50% y un millón 415 mil a Frei para convertirlo en ganador final. A primera vista la suerte parece echada. Y es lo que hace decir a los taxistas consultados que aquí todo está resuelto y que por gusto le han malogrado las vacaciones a la gente que tiene que venir a votar desde sus lugares de descanso. La única encuesta publicada en este tramo de la contienda ha anunciado sin embargo un resultado eléctrico en el que el democristiano aparece a una distancia de 1.5% del favorito y en pleno ascenso. Lo raro es que eso no se siente en la calle en forma de alguna inquietud o cambio de ánimo.
Es verdad que si se sumaran directamente los votos de la Concertación, con los de Marcos Enríquez Ominami y los de Arrate, el conteo sobrepasaría por cuatro puntos el 50%, por lo que habría que decir que un campo más o menos progresista o no derechista es mayoritario. Pero eso no es igual a traspasarlo íntegramente a Frei. Los gobiernos de la Concertación no provocan adhesiones fuertes salvo quizás en un quinto de los votantes chilenos. Y la pregunta es si esta vez volverá a funcionar la cuestión automática que hacía votar a mucho contra los pinochetistas en la definición final. Da la impresión que ya nada es automático y que la credibilidad es lo que más se ha resentido en estos años.
Un abogado derechista opina que las elecciones del 17 de enero van a probar si en Chile se instaura después de 20 años una efectiva alternancia entre los dos bloques mayoritarios. Curiosamente los herederos pinochetistas han sido la otra pierna del sistema político post dictadura, con fuerte presencia en las cámaras y en las decisiones, controlando los medios de comunicación y las representaciones empresariales. Los grupos económicos que hicieron fortuna con el dictador, nunca ganaron más dinero que con la Concertación. Pero una caución moral mantenía aún una línea de resistencia para que el bloque RN-UDI pasase directamente a gobernar. El fenómeno MEO se puede explicar mejor si se entiende que una parte importante de los chilenos decidieron apostar a un tercer candidato que tuviera ganas de vencer y de sacar a las dos oligarquías políticas y a esta utopía se plegaron una fracción de la derecha descontenta con sus propios partidos.
Ahora que todo volvió a la normalidad, pero todo está a su vez tambaleando y a punto de quebrarse, los chilenos no se muestran muy dispuestos a decir abiertamente si como en el pasado correrán a darle un voto de salvación a la Concertación o la dejarán caer para siempre. En otros escenarios remontar una ventaja de quince puntos, con el rival a sólo seis de lograr la mayoría absoluta, hubiera significado un inmenso esfuerzo de movilización y convencimiento, pactos políticos rotundos y hechos conmocionantes. Aquí no. La Concertación ciertamente ha movido fichas hacia la izquierda en los programático, ha recurrido a lo mejor de su vitrina (Bachelet, Lagos), ha hecho bailar a Frei en programas juveniles, ha recibido un apoyo frío de MEO, pero nada de esto va a decidir el triunfo. El secreto está en el corazón de cada uno d elos votantes.
17.01.09
www.rwiener.blogspot.com
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