Primera Tesis
El nuevo período que comienza el 6 de junio
El 10 de abril del 2011, no sólo concluyó la primera vuelta de la elección presidencial del presente año, sino que se cerró una etapa de la historia nacional, el período post fujimorista, pomposamente denominado de “transición democrática”, que se hundió en el descrédito por sus incumplimientos e inconsecuencias, y se extravió en la vanidad de sus líderes que se sentían autorizados a ofrecer más de lo mismo y fueron rechazados por un pueblo urgido de cambios.
Un ex presidente, un ex primer ministro y un ex alcalde metropolitano fueron derrotados en las urnas por el insurrecto de Locumba, al que se había querido descalificar como luchador democrático y retachar como supuesta amenaza al “sistema”; y por la hija del dictador, que con un quinto de los votos de la sociedad sin memoria se metió en segunda vuelta y se convirtió en la candidata de todo lo que resiste a ser cambiado. Frente a esta polaridad extrema de la política peruana, se hizo evidente que el “centro” de la elección había sido batido contra todos los pronósticos de los medios y que la definición se daría entre los dos extremos.
Al final del período, el país ha mandado al retiro a su administradores más recientes que representaban el fracaso del compromiso del año 2000, que implicaba la más rápida y radical “desfujimorización” del Estado y la sociedad: reconstitucionalizar, sobre la base de un nuevo consenso; democratizar, traspasando poder a los excluidos por el autoritarismo (regiones, movimientos sociales, comunidades, etc.); moralizar, en el sentido de devolver confianza al país que sus instituciones no están infestadas de ladrones; atender demandas sociales, demostrando que hay un Estado que escucha a los más pobres, etc.
La segunda vuelta ha sido el terreno para deslindar que es lo que viene después del fin del primer post fujimorismo: o la opción de un gobierno nuevo que reavive las ilusiones del fin de la dictadura y acaudille la emergencia social contenida durante todos estos diez años, o el retroceso al pasado, en busca de la “seguridad del esclavo”, que trata de evitarse cualquier riesgo, a cambio de su libertad. A mediano y largo plazo, es decir a partir del 6 de junio, el Perú vivirá un nuevo período estratégico, en el que no habrá acabado seguramente la disputa entre ganadores y perdedores y nuevas y agudas contradicciones tendrán que resolverse para que se consolide un nuevo poder nacional. .
Segunda Tesis
De la rebelión en las calles a la de las urnas
La caída del fujimorismo hace casi once años fue un producto de una rebelión social, que no ha querido ser reconocida claramente como tal, salvo en lo que toca a la vanidad de Toledo (nosotros nos fajamos en las calles) y otros. Desde 1997, con la juventud movilizada y los trabajadores sumándose a la lucha, la dictadura empezó a morir. Con el rechazo activo al resultado de la primera vuelta el 10 de junio del 2000; los Cuatro Suyos y la resistencia del pueblo de Lima el 28 de julio a la juramentación del re-reeleccionista; las movilizaciones cívicas exigiendo el fin del régimen que se aceleran con la aparición de los vladivideos; el levantamiento de Locumba de Ollanta Humala del 29 de Octubre que rompe la unanimidad militar con el gobierno; se hizo evidente que el régimen autoritario ha sido desbordado y que ya no tenías futuro.
Que en ese contexto preciso, salieran a luz los secretos más cuidados del poder, en forma de filmaciones filtradas de la corrupción, aparición de cuentas cifradas en el exterior, revelaciones sobre el caso de contrabando de armas, etc., sólo prueba la descomposición final de un sistema que había manejado con extrema eficacia la relación entre la cara visible y la clandestina del mismo poder. En el año 2000, el fujimorismo fue derrotado por la democracia callejera y popular, pero fue reemplazado por la democracia parlamentaria, en combinación con la OEA y el gobierno de los Estados Unidos. Esa fue la esencia de una tragedia que se prolongó durante diez años, en la que personajes que fueron parte de la dictadura o que hicieron negocios con ella, volvieron a ser poderosos en la “transición”, poniéndose el terno democrático.
Del gobierno mafioso y autoritario, y la vez tecnocrático y asistencialista, de Fujimori, pasamos a una democracia que negociaba con la mafia y reclutaba a sus actores menos quemados con el cuento de que “todos no eran corruptos”; que mantenía los métodos fujimoristas si les eran eficaces para sus objetivos (como se ve en estas elecciones); conservó a la tecnocracia del viejo régimen; y le restó recursos al asistencialismo porque ya no tenía la plata de las privatizaciones que disponía Fujimori. Las diferencias entre la conducción política de los 90 y la de los 2000, tuvo demasiados puntos de cruce, como para hablar de una verdadera ruptura. Como que el discurso económico oficial consiste siempre en referirse a los “éxitos” de los últimos veinte años.
Tres factores fueron claves para que las cosas no se movieran como lo esperaba la gente que puso el pecho para recuperar la democracia: (a) el compromiso con los mismos grupos de poder (trasnacionales de la privatización y las concesiones, y gran capital nacional) que medraron del viejo régimen y siguieron haciéndolo en el nuevo; (b) temor a las masas movilizadas y a sus exigencias; (c) adaptación a las instituciones y practicas dictatoriales, empezando por el marco constitucional de los 90. Así, la llamada “transición” quedó pasmada en buenas intenciones y consensos documentales que no significaron mayor avance real, al punto que con el correr del tiempo se fue perdiendo la idea de “transición” y del fujimorismo como una perversión del poder, para concluir con el APRA reconociéndole status de “partido democrático” que es como llegaron a la elección del 2011, donde buena parte de la cúpula del poder de los 2000 votará por la representante del poder los 90.
Tercera Tesis
Ollanta encarna el espíritu insurgente del 2000
La gran sorpresa de la primera vuelta fue que los dos candidatos que tenían mayores lazos con los sectores populares pasaron a la segunda vuelta. Algo así, como que los pobres eligieron a los finalistas y son la base social principal de la alternativa de izquierda y la de derecha. Este es un dato social fundamental porque expresa una disputa en el propio seno del pueblo entre la propuesta de cambiar las políticas, las instituciones y las relaciones sociales, para que los sectores populares se conviertan en parte de un nuevo esquema de poder en el país; y la opción de mantener las políticas vigentes, con un acento en lo asistencial-clientelista, es decir la oferta de una alianza con los pobres con la promesa de ayudarlos con regalos del poder.
Ollanta Humala está significando en dos elecciones un brote de esperanza popular, regional, étnica, de lograr que el Estado también sea para ellos. Es la voz de los postergados, excluidos y ninguneados. Pero como se ha visto, esta voz logra reunir a alrededor de un tercio del país, y no logra ser más porque un quinto del país que también es de los pobres permanece atado al populismo de derecha de los Fujimori. Por eso la elección se ha hecho más compleja, porque dos alternativas a las que las clases medias y altas miran con desconfianza clasista, deben armar un frente más amplio que ellos mismos si quieren ganar y gobernar el Perú.
Esto ha hecho que la polarización electoral del 2011, sea mucho más interesante que la del 2006, en la que se opuso un García de los partidos tradicionales y del fujimorismo, con todas las clases altas e intermedias a sus lados con un saldo de 52-48%. Ahora lo que tenemos es un escenario que atraviesa a los sectores acomodados e intermedios haciéndolos optar no sólo de acuerdo a su bolsillo sino influidos por otros elementos.
El Perú está asistiendo en segunda vuelta a la superposición de otros conceptos a los de la ronda inicial. Así se diputa:
• Entre democracia ampliada o dictadura atenuada (autoritarismo)
• Entre honestidad y moralidad o condescendencia y complicidad con la corrupción
• Entre cultura y libertad o temores económicos
• Entre reforma de lo existente o más de lo mismo
En el Ollanta Humala del 2006, seguramente no estaba tan claro, que él era el que iba a reconstruir muchos de los sueños renovadores del fin del régimen de los 90. Eso es lo que hace coincidir a gente diferente alrededor de su propuesta y lo que la obliga a irse adaptando y generando nuevos consensos. Y lo que lo tiene a la puerta del poder.
Cuarta Tesis
Keiko es la reacción total que amenaza regresar
El fujimorismo de los 90 fue, ante todo, un régimen de excepción, explicable por el fracaso de los administradores normales del sistema, que se hizo elegir por el pueblo, pero una vez en el poder amarró a sus espaldas con los militares, el FMI y los grupos económicos dominantes que habían apoyado a su contendor. En ese amarre tramposo está la clave de su estabilidad. Fujimori traicionó a sus votantes, pero también a su “partido”, formado para las elecciones, Cambio 90, a los evangélicos y microempresarios, que le entregaron su apoyo.
Desde su primera elección Fujimori ha formado por lo menos siete “partidos” parecidos: Cambio 90, Nueva Mayoría, Vamos Vecinos, Sí Cumple, Perú al 2000, Alianza para el Futuro, Fuerza 2011, uno por cada elección, lo que no ha hecho sino evidenciar su desprecio por la actividad política organizada, los programas y las ideologías. Todos estos membretes han sido funcionales a las necesidades del caudillo, que como se encuentra preso, ha delegado su papel en su hija, para que lo represente.
El fujimorismo está hecho para que Fujimori gobierne, y eso es lo que esperan sus adeptos. Y si en 1990, eso significaba enfrentar en simultáneo al desboque de los precios y el aislamiento económico, para lo que se aplicó el fujishock (el ajuste de precios más brutal de la historia universal), las privatizaciones y los contratos entreguistas para trasnacionales; el desafío subversivo, para lo que se atropellaron los derechos de todos, se promovieron leyes antiterroristas draconianas, se alimentaron grupos paramilitares y un ambiente de militarización (que derivó en la corrupción de las Fuerzas Armadas); y el malestar social, encarado con represión y asistencialismo; en el 2011, el fujimorismo es el muro contra lo que encarna Ollanta Humala y Gana Perú, como riesgo al sistema implantado en los 90 y los movimientos sociales que se desarrollan en todo el país.
Keiko Fujimori es un mero instrumento de ese proyecto.
Quinta tesis
Movimientos populares como actores electorales
Algunos analistas imaginan que el 6 de junio podemos amanecer con lo más parecido a un gobierno popular sin movimiento popular que lo sustente y con múltiples intereses corporativos, grupales e individuales, disputándose a Ollanta Humala y la victoria en las urnas para inclinarla en su beneficio. Si bien la segunda parte de la hipótesis es casi una obviedad y ha pasado en todos los procesos que concluyen en victoria de fuerzas políticas que llegan por primera vez al poder, la premisa inicial no debe ser tomada a la letra.
Lo de Puno indica con suma nitidez por donde van las cosas. El pueblo que vota por Ollanta ha aceptado la apertura, las concesiones y la reubicación de segunda vuelta, pero ha afirmado su autonomía y la fuerza de su movilización. Ollanta les ha ofrecido diálogo y es eso lo que se proyecta para el nuevo período: un gobierno de bases popular y nacionalista, y múltiples conflictos que exigen negociación y cuidado en el tratamiento de sus exigencias. Por tanto no es verdad que los únicos que tienen algo que decir sean la Confiep, los grandes medios y las embajadas influyentes.
03.06.11
www.rwiener.blogspot.com
1 comentario:
Estimado Raul interesante articulo me podrias enviarmelos a carlos-99191@hotmail.com, te agradeceria bastante
Carlos Garcia Cordova
Piura
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