miércoles, junio 29, 2011

Toledo

Toledo está tratando de agarrar el mayor número de ministerios, mientras reconoce que mantiene “dudas y sospechas” sobre el futuro gobierno, que sólo se despejarán cuando Ollanta las despeje (sic)…

Hace algunas semanas Toledo, después de sus propias dudas y contradicciones, se decidió a votar por Ollanta Humala para salvar la democracia de la amenaza fujimorista que venía tras de Keiko, pero ahora quiere salvarla del propio Ollanta.

Dice que “el pueblo” le está pidiendo a gritos que lo cuide del nuevo presidente, y cuando le piden identificar a ese pueblo que no voto por él pero ahora lo necesita, apunta que se trata de empresarios que cuidaron sus bolsillos…

¿Se quedará el guardián de la democracia en su país natal para “monitorear” al gobierno del que aún sospecha, pero al que le está pidiendo puestos en el Estado para sus partidarios? Nada que ver. Toledo es un cholo gitano que no puede permanecer en un sólo sitio, y si aquí no le dieron la presidencia se irá a otro lado los próximos cinco años para cuidarnos desde lejos.

No olvidar que el 28 de julio del 2000, cuando Lima ardía en medio de la batalla de los Cuatro Suyos, el líder de la jornada andaba con su pasaje aéreo en el bolsillo y en esa misma tarde partió al extranjero, para no volver hasta octubre cuando la dictadura ya era agónica.

Así que no hay nada nuevo en la idea de la heroicidad de Alejandro Toledo.

Sin duda fue un rapto de lucidez lo que llevó al Cholo de Harvard a concluir que el 10 de abril (primera vuelta) el Perú había mostrado su enojo, sancionando a todos los partidos que representaban el poder de los años 2000: APRA, PPC, Perú Posible, Solidaridad Nacional.

Sólo que después ha vuelto a extraviarse en explicaciones toledianas, como que a él le tocaba ganar pero García le colocó a Castañeda y PPK para que perdiera. O sea, enojo, nada.

Pero el enojo existe y existía durante el año 2000 cuando muchísima gente lo creyó un líder capaz de comandar la lucha contra la dictadura y desmontar el régimen instaurado por el golpe de Estado. La rebelión electoral de la primera vuelta de ese año y los cuatro suyos, fueron enojo puro que siguió en las marchas cívicas, las banderas lavadas, hasta llegar al levantamiento de Locumba.

¿Qué hizo con ese dato clave el presidente del año 2001? Nada. Creyó que había sido elegido por un designio divino, o por el color de su piel, o como un premio por haberse “fajado” el año anterior, sin entender que mientras más altas eran las expectativas por el cambio, más profunda sería la caída y la desilusión porque todo se mantuvo básicamente igual.

Toledo da la impresión de intuir el camino en ciertos instantes históricos, pero sólo para terminar dándoles una interpretación arbitraria que apuntala su supuesta excepcionalidad política. Es verdad que se necesita ser excepcional para perder una elección que ya tenía ganada, como ocurrió este año. Pero eses es otro problema.

Aquí lo que cuenta es recordar lo que representa un político inconsecuente. Hoy que estamos comenzando un nuevo gobierno al que el toledismo merodea para infiltrarlo, hay que decir que el gran reto de Ollanta es hacer exactamente lo contrario que hace diez años. Escuchar la voz del pueblo y no tener miedo a los cambios.

29.06.11
www.rwiener.blogspot.com

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