Hace treinta años, en plena crisis de riqueza del capitalismo (el crecimiento de la producción había superado el de los mercados, se sobreexplotaba la base energética petrolera y el crudo escalaba sus precios, la renta industrial declinaba en el mundo y empezaba a ser mal negocio), se inició una profunda reestructuración del sistema, que aparecía inicialmente como un gran rescate y a la postre se impregnó como la ideología de la “verdadera economía”, que es la que vemos ahora todos los días.
Para el capital que no tenía donde invertir le abrieron la posibilidad de hacerlo en empresas, servicios e infraestructura ya existentes que por diversas razones estaban en manos del Estado, se les redujo el “costo del trabajo” (remuneraciones y beneficios sociales) y los impuestos, se les abrió fuentes de materias primas baratas presionando a los países con estas reservas, y se ensanchó el mercado mundial con la integración de las economías periféricas y las del antiguamente llamado campo socialista.
Finalmente como esta nueva organización económica era aún insuficiente para un impulso decisivo al crecimiento, el sistema se dio una licencia clave en el campo de las finanzas: decidió maximizar las utilidades industriales y del comercio a través de la especulación, que incluía la apuesta constante a las bolsas; el maxiendeudamiento de los Estados y las empresas; la absorción de fondos de la producción, las pensiones y reservas laborales y cuanto dinero estuviera sin usarse para darle vueltas y sacarle todo el provecho posible.
Hoy todo ese mecanismo ha volado por los aires. No por alguna mala decisión de algún operador financiero que prestó de más. Sino porque se ha hecho evidente que el sistema hacía rato que se había separado de la producción que otra vez estaba carente de aire, de mercados y energía, mientras en el mundo financiero se vivía una interminable fiesta. La reestructuración de los 70-80, de la que forman parte la APEC, los TLC y todos los discursos de la globalización, ha entrado en ruta de catástrofe desde hace alrededor de ocho semanas, con bancos quebrados, economías en recesión y millones de personas que están perdiendo sus empleos, y el mundo vive otra vez los sobresaltos de no saber cuál es la nueva reestructuración que sobrevendrá en adelante.
Es en esa situación que aparece Alan García sacudiendo al G-20, al mundo y sus gobiernos, a los empresarios asustados, y les dice: ¿en qué están pensando? Esto de la crisis es una trampa para que nos desviemos de lo que estábamos. Miren al Perú que no le pasa nada porque somos más liberales que los Estados Unidos, y si esta es una crisis de riqueza como no vamos a arreglarla si estamos haciendo lo posible para que los ricos sean más ricos, y los apristas también. Razón tenían los que decían que a García hay que mantenerlo lejos de la economía. Pero se nos escapó otra vez.
19.11.08
www.rwiener.blogspot.com
1 comentario:
Alan García Pérez delira creyéndose el salvador del neoliberalismo en caída casi libre, seguro que propondrá que todos los países desarrollados y centrales vengan a hacer depósitos de sus recursos en el Perú, ya empieza a dar vergüenza ajena este presidente peruano que padecemos todos y todas en la peruanidad.
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