Apenas concluida la historia de terror que la derecha peruana vivió en la elecciones de 2006, que casi pierde ante el desafío del candidato que se atrevió a anunciar cambios en el modelo económico que permanecía imbatible durante 16 años, sus diversos componentes declararon una cruzada para que esa situación no se repita.
Así García, el “mal menor” con el que la GCU (gente como uno), limeña y costera, se salvó de Humala, prometió conquistar al sur, la sierra y el oriente, para la causa del crecimiento y las inversiones, a la que se convirtió con fe fanática entre la primera y la segunda vuelta.
Pero luego de comprobar el amargo sabor de la protesta, prefirió enviar policías de las fuerzas especiales a desalojar a la gente por la fuerza antes que intentar cualquier atención a sus demandas. Entre la causa neoliberal y el voto de la parte excluida y maltratada del modelo había una contradicción que el antiguo populista, reconvertido a derechista comprendió que no podía resolver.
Los grandes empresarios también trataron de descubrir del camino para que todos aplaudieran el crecimiento que les estaba llenado los bolsillos, y propiciaron un CADE por la inclusión y otro por la redistribución, y ni incluyeron ni redistribuyeron realmente nada, porque cualquier medida en alguno de esos sentidos suponía rebajar sus expectativas de ganancia en el mejor momento de la economía.
En algún momento, García les dio una palmadita en el hombro y les dijo, aquí el problema es “ideológico”, es decir de creer o no creer en lo que se ha hecho del Perú desde 1990 y de destruir la “idea” de algo distinto que se coló en las elecciones anteriores.
De la misma forma como se dice que tras cada conflicto social que discute el ingreso de nuevas inversiones que afectan las condiciones de vida y de trabajo de las poblaciones, lo que hay es pura “ideología” anti-modernidad y manipulaciones políticas, con lo cual el Estado se ha despreocupado del contenido real de estas protestas; también se ha hecho lo propio con el campanazo electoral de hace cinco años: si eliminamos el aura de Humala como candidato de los de abajo que amenaza el poder de los de arriba, se acaba la rabia.
Todo lo que ha pasado en los últimos años indica que el objetivo ha sido explotar reales o forzadas debilidades personales del candidato para hacerlo parecer los más posible a sus adversarios: que le agradan los buenos relojes, que se hospeda en hoteles caros o que recibe a su nuevo hijo en una clínica particular y no en el hospital de los militares.
El mensaje no es que los defensores de un orden cargado de injusticias y desigualdades sociales estén condenando la aspiración a un mínimo de confort que todos tenemos, sino que lo que quieren sugerir es que Ollanta quiere ser uno de ellos y no del pueblo al que pretende representar.
Igualmente se le ha intentado descalificar por el lado de su bancada parlamentaria, resaltando los defectos más chirriantes de algunos que llegaron con la lista de la olla el 2006, no importa si la gran mayoría de ellos se fueron a otra parte casi desde el primer día de pasar la puerta del local de la Plaza Bolívar y muchos fueron precisamente recogidos como aliados por el oficialismo y ahora pululan alrededor de Castañeda.
Pero muy pocos condenan al APRA o Solidaridad, por andar del brazo de traidores y corruptos debidamente acreditados.
El hecho es que la demolición personal ha ido introduciendo una imagen que busca alejar al candidato de sus bases: autoritario, chavista, buena vida y pésimas compañías. Que esto sea una distorsión grave de la realidad, importa poco, porque basta leer cualquier entrevista de la gran prensa o ver cómo se comportan los reporteros en las conferencias de prensa, para entender que esto es lo que han convertido en una supuesta “preocupación” del país y no lo que tiene que decir sobre los recursos naturales, la nueva constitución y la corrupción.
Es recién en ese punto que uno entiende el papel de las encuestas que vienen machacando desde hace años preguntándoles a los declarantes por los defectos y virtudes que “ve” en los candidatos y sobre esa base tratando que el país identifique “lo que es peor”: así a la hora de escoger hay en la balanza un Castañeda trabajador y casi autoritario; un Toledo demócrata pero mentiroso; una Keiko eficiente (por el padre) pero con sombras en la honestidad; y un Ollanta totalmente militar y duro, sin ninguna cualidad.
Lo interesante es que de paso se está haciendo optar con conciencia de que todos llevan hueso en sus pasivos, como cuando se decía que García había sido el peor presidente de nuestra historia, pero que aún así era una alternativa mejor a quién nunca había gobernado, pero que de repente podía ser peor.
Todo por cierto induce a que la persona no politizada escoja entre imágenes y que éstas concluyan mostrando que el candidato sorpresa de la anterior elección ya no es el de ante, que es como en las matemáticas, lo que queríamos demostrar. Poco a poco las encuestas han ido pasando a su fantasma al segundo batallón, para que deje de ser una amenaza y una posibilidad. Lo que equivale a decir que se debe resolver entre los dos o tres que están primeros, mientras Humala camina lejos en el cuarto lugar.
Cuántos análisis se han escrito en las últimas semanas que más o menos dicen que en la segunda vuelta vamos a dirimir entre dos derechas y que el Perú saldrá de las elecciones consolidado como un poderoso bastión de los conservadores.
Claro que es la misma cosa que se ha sostenido en otras oportunidades: por ejemplo hace muy poco en la votación para la alcaldía de Lima.
Y, por supuesto, nada de eso encaja en la mirada más profunda del García que le dice a Bayly que si el nacionalista gana puede haber golpe de Estado y pone de comandante general del Ejército a un militar que en el 2006 llamó en público a una cruzada anticomunista y antinacionalista, sin ser sancionado.
Pero sigamos: la única manera de entender la alta fragmentación de candidaturas continuistas, de cuño neoliberal, ligadas a los tres últimos gobiernos, es dentro de una estrategia por evitar la confrontación de alternativas y por diluir a Ollanta Humala en medio de una mesa donde todos los platos son parecidos.
Con el antecedente de un país dividido en 52.6% versus 47.4% en el 2006, y de una elección izquierda-derecha en Lima y muchas otras regiones en octubre y diciembre del 2010, las encuestas y los analistas que vienen detrás nos están construyendo una realidad en las que casi el 80% de los peruanos escogerán opciones de derecha que no les representarán ningún cambio.
¿Es sólido este pronóstico?
Creer eso, como lo hacen tantos columnistas limeños en estos días, es tener bien poca memoria sobre el país que hemos sido por más de veinte años. No sólo porque nunca se descartan las sorpresas, sino porque si hay algo hay clarísimo desde 1990, es que la mesa servida por los políticos tradicionales, los medios y las encuestadoras al comienzo de cada evento electoral, es muy difícil de mantener a lo largo de la campaña y en algún momento la parte de la población que está siendo manipulada se rebela contra la camisa de fuerza y cambia todos los términos.
¿Volverá a ocurrir?
Algunos dicen que el “momento Kouri” de la elección municipal fue un hecho circunstancial que si no hubiera ocurrido la cosa se hubiera resuelto entre dos derechas. Pero lo que no entienden es que cuando el Jurado se tiró abajo la candidatura del ex presidente regional de Callao, ya ella misma se encontraba en declive, demostrando el grado de forzamiento que había tras de ella, por lo que el candidato “indecente” dejó de pelear por mantener la postulación, abandonando aparentemente sola a Lourdes en su cancha, donde después iba a perder.
En otras palabras, los electores saben que los quieren llevar de las narices. Lo que les cuesta es encontrar la vía para romper el encuadramiento. Pero cuando lo visualizan ya no es fácil detenerlos. Si no fuera así no hubieran existido nunca Fujimori, Toledo, Humala o Villarán, que al margen de la discusión ociosa si son o no propiamente lo que se llama “outsiders”, fueron candidaturas que rompieron el tinglado preestablecido.
Hoy mismo estamos viendo que de las cinco candidaturas de derecha con las que se copó el escenario, por lo menos dos de ellas se están tambaleando (Araoz y Castañeda) y nadie podría descartar que finalmente cedan el campo, generando un vacío y un obligado reordenamiento de las preferencias. Esto nuevamente no va a ser porque se equivocaron en uno u otro detalle, sino porque hay un plan contrahecho que no resiste las presiones sociales que exigen sanción a la corrupción.
Todas las fugas del electorado respecto al guión anticipado han tenido además un sello hacia la izquierda. No es verdad que los outsiders van por cualquier lado. El Fujimori del no shock, el Toledo de la democratización, el Humala de la nacionalización de los recursos naturales y la Villarán de la nueva política, estaban a la izquierda de sus principales adversarios, no obstante si más adelante varios de ellos terminaron en la vieja o nueva derecha.
El dato es importante porque si se confirma la caída del esquema de cinco de derecha con casi todos los puntos de las encuestas, lo que ocurrirá es un viraje de las opiniones a buscar al candidato diferente.
¿Y dónde lo van a encontrar?
Este es justamente el tema que debe resolver la campaña de Ollanta Humala, que es el de poder demostrar al país que la leyenda negra sobre el comandante nacionalista no es sino el producto del miedo al cambio y al fin de los privilegios y las ventajas que el neoliberalismo, la constitución de la dictadura y la corrupción han impuesto sobre el país.
La victoria no está en parecerse a sus enemigos, sino en romper profundamente con ellos.
07.01.11
www.rwiener.blogspot.com
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