La última ilusión que le faltaba matar a Alan García, era la de que los cambios de gabinete pueden resultar alguna esperanza. La selección del equipo encabezado por Velásquez Quesquén es una manera de decir a todos que no se equivoquen, que aquí el único poder es el presidente y todas las decisiones van a seguir dependiendo de él. Con Simon, ciertamente que García quería hacernos creer que el ex izquierdista iba a representar un cierto viraje en la relación con las organizaciones sociales y en el asunto de la corrupción. Ya todos sabemos que lo que hubo fue un premier mentiroso, que como en el fútbol, jugaba para un diálogo que no servía para nada, mientras el gobierno real se cerraba a las demandas populares; que lanzaba un tonto plan contra la corrupción, que sumaba denuncias sobre incidentes pequeños en los ministerios, mientras se trabajaba la liberación de Rómulo León y la impunidad del caso de los petroaudios.
Pero con el señor de Sipán, ya ni siquiera se pretende ganar un tiempo con la pequeña luna de miel que viene normalmente con el relevo. Es como si García quisiera darle la razón a los que hace un tiempo reclaman su renuncia o su vacancia. Porque, ¿cuál puede ser la salida a una situación en la que cualquier cambio tiende a empeorar la cosas y en dónde el presidente insiste en poner su sello en todos los acontecimientos? Ni siquiera la idea del gabinete duro, con sus cuatro jinetes del Apocalipsis: Velásquez, Rey, Pastor, Salazar, resulta un efectivo proyecto político, porque todo lo que el país está entendiendo es que es el presidente el que ha declarado una guerra fría o caliente a los movimientos sociales, al nacionalismo y a la izquierda, y que está poniendo a ministros quemados, sin mucho que perder, para ver si traducen en algo su voluntad política.
Sería más que ingenuo entrar en disquisiciones sobre quién es más duro si Cabanillas, Alva o el general Salazar, o para el caso entre Flores Araoz y Rafael Rey. Todos están en la teoría del complot y el macartismo más desenfrenado, todos quisieran poder tirar la policía contra el pueblo, pero todos han sido conscientes que las consecuencias pueden ser incontrolables. Lo que se está renovando en estos momentos es el criterio de que se puede operar preventivamente contra las futuras luchas, descabezarlas e ilegalizarlas, como acaba de proclamarlo un medio de prensa que se jacta de influir sobre el gobierno. Pero aún eso requiere de algo más que el espíritu que comparten Pastor y Mulder. Claro, que siempre habrá un Aldo Estrada de ocasión, para pronunciar la frase conocida de que hay que darle una tregua a los nuevos ministros, para que muestren adonde van. Una manera de hacerse el idiota, precisamente cuando nos están diciendo en nuestras propias caras que las cosas van a ir en sentido opuesto al que ha venido siendo demandado en las calles.
15.07.09
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