sábado, junio 06, 2015

Memoria sobre el 31 de mayo de 1970

Mi amigo Juan Torres Polo, excelente investigador de la corrupción, es además un sobreviviente de verdad del aluvión de Yungay de 1970. Hace días que quería  referirme a su historia, pero el aluvión bastante más barroso que se ha estado descargando sobre los peruanos estas dos últimas semanas, me ha impedido hacerlo.

Han transcurrido 45 años de la tragedia y Juan aún estaba en el colegio, para lo cual viajaba semanalmente a Lima donde estudiaba y pasaba los fines de semana con su familia en una casita serrana en la parte alta de Yungay. Su padre que trabajaba en Lima también hacia movimientos frecuentes entre la capital y la provincia.

Esa tarde del domingo 31 de mayo, cuando la familia Torres Polo, se dirigía a la casa de la abuela en la parte baja, cercana a la carretera, empezó el remezón brutal de la tierra y todos buscaron refugio inmediato. En ese instante, Huaraz, Chimbote y otras ciudades ancashinas se desplomaban en medio de enormes nubes de polvo.

Entonces, se escuchó el ruido sordo de la masa de lodo y nieve que bajaba de las montañas. Rápido, la familia de Juan empezó a correr con todas sus fuerzas hacia la casa de la abuela como si esa fuera la salida segura. Pero mientras ellos y otros corrían hacia la parte baja, otros lo hacían en sentido opuesto hacia la Plaza de Armas de la ciudad.

El ruido ya no era solamente ruido, sino una mole enorme que se dirigía sobre la población que buscaba donde protegerse. El aluvión bajó por las calles de la ciudad, llevándose de encuentro las casas y tapando con lodo todo lo que encontraban a su paso. Juan cuenta que él y sus hermanos corrían delante y más atrás su mamá y su padre, y lo que sentían tras suyo era que el torrente les estaba pisando los salones.

Fue así, el padre de Juan fue alcanzado por el aluvión que lo cubrió hasta la cintura y lo fijó en dónde estaba. Un poco más adelante su mamá fue atrapada por los pies y no pudo seguir corriendo. Los chicos en cambio siguieron la carrera y aún antes de la casa de la abuela vieron que el aluvión se había detenido un poco más arriba de ellos.

En medio de la confusión y el polvo se aproximaron los primeros rescatistas y lograron sacar a la mamá y el papá de su encierro. Cuatro días después, el señor Torres murió porque no pudo sobreponerse a sus heridas. El resto de la familia ingresó a la categoría de sobrevivientes. No de aquel que no estaba, ni siquiera de los que estaban en la parte alta, sino de lo que corrieron con el aluvión a sus espaldas.

Cuando me contó cómo habían sido los hechos, recordé la imagen de la zona del aluvión que descubrí en 1986. Parecía un cementerio sin tumbas, sobre el cual silbaba un viento frío y que te conmovía hasta lo más profundo.   

06.06.15

www.rwiener.blogspot.com

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Nada de "anónimo", soy Ambrosio

La historia de don Juan Torres Polo posee fuerza, me gustó leer la versión de don Raúl.

Me llena de angustia la pobreza literaria de los peruanos: los estadounidenses, con el aluvión de Yungay de 1970, hubieran filmado diez películas, siete series de televisión, treinta novelas, veinte libros históricos. Aquí pues, no mucho.

Por supuesto que pongo distancia a la afirmación de don Raúl, de que don Juan es un "excelente investigador de la corrupción". Si eso le parece a don Raúl, don Juna corre el riesgo de ser "tuerto" pero del ojo izquierdo, como don Raú. A Wiener solo los del lado derecho son "corruptos"; la izquierda, por él, puede matar, secuestrar y robar todo lo que les de la gana, porque lo hace en nombre de la revolución.

Anónimo dijo...

Saludos desde Bruselas

Conmovedora historia la del señor Juan Torres Polo. El mundo cayéndoles encima, es detenido el padre, luego la madre, los niños siguen corriendo... El rescate y la muerte del padre. Terrible. Un saludo al amigo Torres Polo, me alegra saber de su pundonor.

Cierro los ojos y recuerdo el Callejón de Huayllas, una de las zonas más hermosas de mi país: cielos limpios, montañas nevadas, un pueblito allá, otro después en el camino. Las veces que regreso al Perú pido asiento de ventana al lado izquierdo; a minutos de aterrizar en Lima se pueden ver las montañas encendidas por el sol de la tarde; me emocionó ante mi país arrugado de montañas imposibles.

Gracias por compartir esta historia, estimado Raúl

CJ

Anónimo dijo...

¡Falso o franco ambrosio al paredón; pero ahora!, no más estupideces de este pobre cobrador de su plato de lentejas mensual de la DBA.