Oportuno, como siempre, Aldo M llegó a Berlín en diciembre del 89, y en medio de las ruinas del antiguo muro se puso a martillar las piedras caídas mientras recordaba a los malditos rojos de “La Católica” que lo habían hecho sufrir tanto. Esta por Javier Diez Canseco, esta por Cucho Haya, esta por Piqueras, y así iba rompiendo restos del muro comunista mentando la madre del rojerío estúpido que había invadido su universidad, que era como controlar el país.
Seguro que todos los rojos de este mundo aspiraban a construir sociedades rodeadas por muros para que nadie escape de ellas, así como hay otros que construyen sociedades con muros para que nadie entre. Y que el socialismo consistía solamente en gulags y policía secreta, mientras que en el capitalismo nadie ha muerto de hambre o de bomba atómica. Y que los alemanes estaban divididos por la maldad soviética y recuperaron su unidad por la bondad occidental, que refregaba en la cara a los berlineses del otro lado todo lo que podían comprar.
Ciertamente el modelo soviético creó sociedades uniformes, ejércitos de trabajadores semi-militarizados, tecnologías utilitarias, que venían impuestas por la idea de la producción en masa y del logro de altísimos índices de crecimiento para acortar el camino del desarrollo. Este fue el camino que llevó a la URSS a segunda potencia industrial del mundo y a desafiar los poderes militares de la Alemania nazi y de los Estados Unidos de la guerra fría. El salto económico del siglo XX entre la Rusia de los zares y la de los 80, representó un avance mucho mayor que el de cualquier otro país en el espacio de 70 años, ni que decir en los servicios sociales. Algo más o menos parecido podría decirse de la China comunista. Pero ni uno ni otro fue una verdadera democracia de trabajadores.
El punto es que de todos las naciones que estuvieron incorporadas a lo que se llamaba genéricamente el “campo socialista”, la única que tenía una condición de país de primer mundo, con un alto desarrollo industrial y tecnológico, era Alemania del Este, que quedó bajo influencia soviética por el resultado de la guerra y el reparto del mundo entre las grandes potencias. La sovietización de la RDA era un retroceso, que desafiaba a Marx, porque equivalía a extender el modelo productivo de una sociedad más atrasada o otra más avanzada. Y este sólo hecho convirtió la separación de las dos Alemania en el corazón de la disputa entre el capitalismo desarrollado y el socialismo soviético.
Berlín era la ciudad con dos sistemas. Y esa era una imposibilidad histórica que se prolongó por puras razones de guerra. Como lo era también un mundo congelado por el miedo al conflicto nuclear. Esto se resolvió por una revuelta social que buscaba la paz, la libertad y el consumismo. Veinte años después esas ilusiones ya no son las mismas. El Este nunca logró asimilarse al Oeste, y ahora ambos se debaten en la crisis económica global. La libertad nunca fue lo que prometía. Y hay ahora muchos alemanes y personas en este mundo que no creen que la meta de la humanidad sea el capitalismo de las trasnacionales y los bancos.
Seguro que todos los rojos de este mundo aspiraban a construir sociedades rodeadas por muros para que nadie escape de ellas, así como hay otros que construyen sociedades con muros para que nadie entre. Y que el socialismo consistía solamente en gulags y policía secreta, mientras que en el capitalismo nadie ha muerto de hambre o de bomba atómica. Y que los alemanes estaban divididos por la maldad soviética y recuperaron su unidad por la bondad occidental, que refregaba en la cara a los berlineses del otro lado todo lo que podían comprar.
Ciertamente el modelo soviético creó sociedades uniformes, ejércitos de trabajadores semi-militarizados, tecnologías utilitarias, que venían impuestas por la idea de la producción en masa y del logro de altísimos índices de crecimiento para acortar el camino del desarrollo. Este fue el camino que llevó a la URSS a segunda potencia industrial del mundo y a desafiar los poderes militares de la Alemania nazi y de los Estados Unidos de la guerra fría. El salto económico del siglo XX entre la Rusia de los zares y la de los 80, representó un avance mucho mayor que el de cualquier otro país en el espacio de 70 años, ni que decir en los servicios sociales. Algo más o menos parecido podría decirse de la China comunista. Pero ni uno ni otro fue una verdadera democracia de trabajadores.
El punto es que de todos las naciones que estuvieron incorporadas a lo que se llamaba genéricamente el “campo socialista”, la única que tenía una condición de país de primer mundo, con un alto desarrollo industrial y tecnológico, era Alemania del Este, que quedó bajo influencia soviética por el resultado de la guerra y el reparto del mundo entre las grandes potencias. La sovietización de la RDA era un retroceso, que desafiaba a Marx, porque equivalía a extender el modelo productivo de una sociedad más atrasada o otra más avanzada. Y este sólo hecho convirtió la separación de las dos Alemania en el corazón de la disputa entre el capitalismo desarrollado y el socialismo soviético.
Berlín era la ciudad con dos sistemas. Y esa era una imposibilidad histórica que se prolongó por puras razones de guerra. Como lo era también un mundo congelado por el miedo al conflicto nuclear. Esto se resolvió por una revuelta social que buscaba la paz, la libertad y el consumismo. Veinte años después esas ilusiones ya no son las mismas. El Este nunca logró asimilarse al Oeste, y ahora ambos se debaten en la crisis económica global. La libertad nunca fue lo que prometía. Y hay ahora muchos alemanes y personas en este mundo que no creen que la meta de la humanidad sea el capitalismo de las trasnacionales y los bancos.
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