viernes, diciembre 30, 2011

La crisis que llegó del norte

A comienzos de noviembre la lectura que podía hacerse de los 100 primeros días del gobierno de Ollanta Humala, que empezaron siendo objeto de balance alrededor del día 90, era la de un proceso difícil de asentamiento, con un primer choque de reformas sociales bien recibidas por la gente a pesar de su alcance limitado y con una cadena de escándalos grandes y pequeños que la oposición exacerbaba para desgastar al gobierno. Esa situación se reflejaba en las encuestas, con una presidente (y primera dama) en niveles de aprobación bastante altos, con algunos ministros de capa caída y con una oposición que no encandilaba por falta de propuesta.

Lo más notable era que el candidato que había desatado el miedo de los grupos más acomodados de la sociedad, había resultado de presidente casi un bálsamo para sus inquietudes. No había chavismo, expropiaciones, eliminación de la educación privada, impuestos brutales para pagar programas sociales, marchas de nacionalistas rojos por las calles y militarismo cotidiano. Para entender esto muchos dijeron que este no era pues el Ollanta de origen sino el de la “hoja de ruta”, o sea uno que ya se pasó al centro de verdad y que se podía respirar tranquilo. Claramente esta realidad nueva se podía leer en los indicadores de aprobación de las clases altas, donde Ollanta candidato nunca llegó más allá del 10% y como presidente estaba alcanzando una cifra sobre el 60%.

El esquema parecía funcionar. Sólo que había un pequeño problema: casi 300 conflictos sin resolver en todo el país, la mayoría de naturaleza ambiental-comunal, habían sido heredados del régimen anterior, como consecuencia de compromisos entre el Estado y los grandes inversionistas, sin consulta con la población y sin evaluación de la historia previa del desempeño de los inversionistas y las resistencias que causaban en las comunidades y en las regiones. La bola de la suerte quiso que fuese Cajamarca y el proyecto Conga los que rompieran la calma postelectoral y se convirtieran en un inesperado incendio que mostró la verdadera debilidad el gobierno Humala.

De candidato a presidente

Ollanta Humala no ganó las elecciones por ser un hábil campañista que dijo lo que la gente quería oír de él, o porque en la segunda vuelta transó contra su programa un compromiso mediatizado para no tocar muchas de las cosas que había ofrecido cambiar, con la llamada “hoja de ruta”. Todas esas podrán ser calificadas como habilidades del momento, pero no alteran el punto clave que es que en torno al comandante nacionalista se unieron todos los descontentos del país que con el correr del tiempo se hicieron primera mayoría, frente a una sociedad con tendencia a la disgregación.

Todo un lado de los conflictos estaba al lado de Humala, y en sus discursos de campaña, aún en etapas en que en Lima se le veía ya como un moderado, en las provincias era un abanderado de la protesta. El discurso del agua es la vida y el oro no se come, que la han recordado varias veces en las últimas semanas, tiene equivalentes en otras partes del país, que podrían visualizarse cuando los conflictos latentes en esas zonas pasen a otra escala. El drama del presidente actual es que no puede pasar de líder de los descontentos a represor de los mismos, como le exige la derecha. Puede intentar el nuevo discurso del agua con el oro, de la inversión es necesaria para la transformación, y que con la minería pagaremos los programas sociales. Pero, como se ha visto, las posibilidades que eso contente a la gente son muy limitadas.

Ollanta se ha encontrado con un bloqueo más duro que los de las carreteras al momento de entrar al período posterior a los 100 días. ¿Cómo levantarlo? Se ve que trata buscar un arreglo y que se está corrigiendo sobre la marcha, y que ha decidido pagar el costo de lo que esto significa. Pero nada está seguro en este momento. Lo malo de enemistarse con la propia base social es que es muy difícil recuperar la confianza. Y que los gestos de diálogo pueden terminar siendo medidos como debilidad. Ahí las cosas se ponen más bravas, porque tener al gobierno de los descontentos, enfrentado con los descontentos, es algo que sólo la derecha puede aplaudir.

02.12.11
www.rwiener.blogspot.com

No hay comentarios.: