¡Qué mejor oportunidad que una marcha de banderas, pidiendo amnistía, para remate de todos los actores de la guerra interna (cuando el ministro Rey acaba de reclamarla sólo para militares), para anunciar que la próxima vez en que el país sea amenazado de esta manera, el presidente ordenará la intervención en San Marcos, sin pedir permiso a nadie!
¡Y cómo iba a perderse Alan García la oportunidad de la solicitud de Morote y Maritza Garrido Lecca, para que se les aplique los beneficios carcelarios de ley, como se ha hecho con Lori Berenson, para convertirse en super juez y decretar que no saldrá ningún otro terrorista bajo su gobierno, con lo que dicho sea de paso ha confirmado lo que se dice de que uno es el trato si es norteamericano y otro si se es peruano!
En materia de terrorismo no existe la ley, era la doctrina de los 90, que llevó al golpe de Estado, la intervención de las universidades, los jueces sin rostro y los juicios sin opción de defensa. Ese era el fujimorismo en serio, que ahora hace el ridículo en versión Keiko, con la tesis de que el siguiente acto después de las banderas rojas será un coche bomba (perfecta lógica: gritar por la amnistía y luego buscarse una manera de volver a estar presos).
El fujimorismo pudo haber acabado ciertamente con la violencia cuando consiguió que Guzmán y la cúpula senderista le solicitaran un acuerdo de paz. Pero este momento decisivo, fue desperdiciado por el dictador, que lo quiso hacer pasar como un gesto de debilidad de los terroristas ante su omnipotencia, y usarlo con fines electoreros. El hecho es que con Sendero moviéndose hacia la política y pequeños focos armados en la selva, el tema de la guerra adquirió cada vez más un tono fantasmal que nos acompaña hasta estos días.
De ahí que nos encontremos ahora con el verdadero fujimorismo en ritmo de farsa, que es el que practica García, que anula beneficios para los presos, amenaza universitarios, limpia las botas de los militares y sigue perdiendo la mini guerra del VRAE. Y ahora en medio de la batahola de medios asustados por treinta personas en un patio universitario que no se enfrentaron con nadie, acobardados con la gringa y su hijito en un edificio miraflorino, o atemorizados por la posibilidad de que con sus 65 años a cuestas Morote salga a la calle a organizar nuevos atentados, a García se le ocurre hablar como en los viejos tiempos: no cumplo la ley para salvar al pueblo.
Fujimori era autoritario, cruel, corrupto, pero eficiente. El García de los 2000, cargando como un fantasma al García de los 80, no encontró mejor modelo que al padre de Keiko, al que imita en todo menos en eficiencia. A pesar de la diferencia de tamaño y envergadura, el actual presidente no es sino un Fujimori pequeño, más o menos como Napoleón III lo era a su tío, que convertía en muecas los gestos que copiaba de su predecesor. El García real es el de los penales y Bagua, pero el que hemos visto estos días se ha llevado las palmas de “La Razón” y es posible que el abogado que contrate próximamente no sea Químper sino Rolando Souza.
20.06.10
www.rwiener.blogspot.com
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