Nos pasamos los cinco años de Toledo oyéndolo justificar sus excesos y los desbordes de su familia con el argumento que los que no se habían fajado por la democracia como él, no tenían derecho a criticarlo.
Ahora, Jorge del Castillo, pretende lo mismo. Cada error, patinadita o estupidez del gobierno, e incluso los negocios turbios del régimen aprista con la corrupción de los 90, se tienen que reconocer como hechos de buena fe, en tanto Coquito fue parte de las movilizaciones contra la dictadura.
¿Y qué estaban haciendo los demás en esa época heroica? ¿No es cierto que mientras el buen Jorge arriesgaba su cabeza, otros sembraban tan tranquilos su hoja de coca, enseñaban en la universidad o estaban cuidando un puesto de comando en alguna provincia perdida del Perú?
Me he puesto a pensar sobre Coquito el luchador y tengo algunas anotaciones:
No lo vimos, ni siquiera de cerca, en las marchas juveniles de 1997, cuando el movimiento de rechazo a la decisión del Congreso de destituir a los tres miembros del Tribunal Constitucional. Pero tampoco estuvo en la gran marcha de 1998 contra la re-reelección, que terminó con parte de la manifestación dentro del patio de Palacio de Gobierno.
No estuvo durante el paro de abril del 99, al que sumó incluso el alcalde Lima Alberto Andrade. Y nadie lo vio en la puerta del JNE, el 30 de diciembre de ese mismo año, cuando una multitud exigía que se tachara la candidatura fraudulenta del dictador.
Coquito recién aparece el 10 de abril cuando se discutía quién había ganado la primera vuelta y los candidatos que habían intentado dispersar el voto antifujimorista se movieron a proclamar el triunfo de Toledo, mientras las cifras oficiales iban aproximando a Fujimori al 50%.
La verdad histórica es que cuando la masa congregada al frente del Sheraton forzó a Toledo a unirse a ellas y marchar sobre Palacio, los dirigentes de los otros partidos, entre ellos el secretario general del APRA, Jorge del Castillo, se retiraron discretamente.
Todos los días siguientes, en la agitación de las calles y las provincias, en medio de las contradicciones del Pachacútec de Cabana, el APRA y Coquito desaparecieron de escena. Recuerdo jornadas durísimas en la Plaza de Armas de Lima, con la policía ensayando la eficacia de las nuevas bombas lacrimógenas de efectos prolongados, las vomitivas y otras maravillas tecnológicas.
Pero de Coquito, nada.
Claro, cuando él habla de la lucha contra la dictadura se refiere a que estuvo en el estrado del 27 de julio en el Paseo de la República, durante la parte light de la Marcha de los Cuatro Suyos. Con ello quería decir que no estaba de acuerdo en reconocer legalidad al tercer gobierno fujimorista, lo que no le impediría ocupar su curul en los días siguientes.
¿Qué impacto podía haber tenido la convocatoria a los Cuatro Suyos si se hubiera limitado a una presentacion de delegaciones de descontentos en la víspera de la nueva juramentación de Fujimori y si no se hubiera llevado adelante la lucha del día siguiente –ante la cual dudaron todas las dirigencias-, en la que el centro de Lima fue disputado entre la policía del poder y la población civil que reclamaba el fin del gobierno?
Los únicos indicios de la participación de Del Castillo en esta parte de la lucha fueron sus gestiones en diversas comisarías de Lima para liberar a los presos de su partido.
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Yo tengo un recuerdo más directo del hoy primer ministro durante la década de los 90. Acababa de concluir la redacción de mi libro “La Venta Sucia” (La privatización de Petroperú como fraude a la nación) y participaba de una reunión del Comité de Defensa del Petróleo, donde estaba presente Jorge del Castillo.
Faltaba dinero para la publicación y los participantes seguían tirando rollo sobre las bondades del libro y las atrocidades de la privatización. Entonces, del Castillo dijo que había que dejarse de tanto palabreo e indicar cuánto iba a poner cada uno y que él comprometía 200 dólares. Le siguió Tantaleán que ofreció lo mismo, el secretario general del SUTEP y otros.
Lo bueno fue que Coquito convirtió en concreta una discusión gaseosa. Lo malo es que ni él, ni Pocho, entregaron nunca lo que ofrecieron. Del APRA el único que contribuyó aunque parezca sorprendente fue Agustín Mantilla.
Con los años vine a enterarme que el dirigente aprista se había convertido en privatista a ultranza, el preinversión de su partido y el hombre de confianza de la gran empresa. Es el que dice que los contratos de los 90, incluido el de Petroperú, son intocables.
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Hay una secuencia lógica en todo esto. Del Castillo fue tan luchador democrático, como pudo ser adversario de las privatizaciones. Mucha palabra, muy poca acción real. Para pasar luego a la orilla opuesta.
Y todo en nombre de supuestos méritos pasados que nadie le puede discutir.
03.05.07
www.rwiener.blogspot.com
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