domingo, noviembre 14, 2010

A diez años de la fuga de Alberto Fujimori

La historia explica que ha habido dos presidentes prófugos. El primero Mariano Ignacio Prado, que desapareció del país en plena guerra con Chile y fue acusado de haber tomado parte del dinero que la población limeña recaudó para la compra de armas. El segundo, Alberto Fujimori, que voló al Asia cuando vio que los oscuros secretos de su gobierno empezaban a salir a la luz y que había perdido los resortes del poder con los que manejó al país con mano de hierro durante diez años, y sólo regresó siete años después para terminar procesado por delitos de corrupción y contra los derechos humanos. Esta nota trata sobre este segundo episodio.

El 13 de noviembre del 2000, Alberto Fujimori, presidente del Perú que formalmente encabezaba una “transición” de 10 meses para entregar el poder en julio del siguiente año y resolver la crisis generada por la resistencia de un amplio sector del país a los resultados de la segunda reelección y agravada por la visualización del vídeo Kouri-Montesinos (septiembre del 2000) y la serie de acontecimientos que siguieron al anuncio del recorte del mandato gubernamental por un año, tomó un avión de itinerario, como si de pronto se hubiera convertido en un ciudadano común y corriente, con destino a Brunei, en los Emiratos Árabes, para participar en la cita anual de la APEC (Asociación del Pacífico para la Economía y el Comercio).

Para iniciar este viaje, Fujimori obligó a todo su equipo de seguridad y a los carros oficiales a salir muy temprano de Palacio con dirección a la carretera central, engañando a la prensa que imaginó que el presidente iba con ellos. En esos días Fujimori había venido cumpliendo una rutina que el país veía cada vez con mayor desconfianza y que consistía en realiza movimientos aparatosos supuestamente en busca de su ex asesor que se encontraba prófugo (en realidad ya había fugado del país en un yate algunas semanas antes), y los medios, todos ellos fujimoristas, se prestaban a la farsa. El 13 de noviembre mientras iban en dirección a Chaclacayo, el “chino” volvía a hacer gala de su astucia y se dirigía raudo al aeropuerto para su último vuelo como presidente de la nación.

En el avión que iba con ruta a Los Ángeles en Estados Unidos, se habían colocado decenas de maletas y bultos a nombre de Fujimori. Pero en el intercambio para el Asia el equipaje tomó el camino hacia Tokio, mientras el personaje se dirigía a su última misión oficial. En Lima, Olivera denunció que el periplo iniciado por el presidente tenía todas las trazas de una fuga: no había sido consultado con el Congreso, no se había hecho acompañar por el canciller y otros funcionarios que suelen asistir a estas reuniones y había salido engañando a la prensa y sorprendiendo a la opinión publica. Esa misma tarde se tenía que votar un pedido de censura de la Mesa Directiva del Congreso, que presidía Martha Hildebrandt, con su estilo groseramente autoritario, y que veía del día 8 de noviembre cuando la dama de hierro frustró un intento de formar una comisión independiente para investigar las cuentas de Montesinos que habían empezado a conocerse.

La censura fue aprobada, lo quería decir que el fujimorismo había perdido la mayoría parlamentaria que tan trabajosamente armó el Doc en la salita del SIN, poniendo precio a la cabeza de cada uno de los trásfugas. El 11 de octubre, 33 días antes, la oposición había fracasado en censurar a Hildebrandt, tras haberse presentado las primeras renuncias a la bancada oficialista. Una manera, por tanto, de entender el viaje del “chino”, es que ya no podía controlar los votos de la Plaza Bolívar. No olvidar que en 1992, Fujimori organizó un golpe de Estado acusando a un congreso que le había sido más bien colaboracionista y que le cedió numerosas facultades para legislar directamente en los temas de la época: crisis económica y terrorismo, de obstaculizarlo e impedir la reconstrucción del país. Y que entre 1993-2000, gobernó con una mayoría total a la que manejaba desde Palacio. El régimen de los 90, por su naturaleza antipartido (culpaba de todos los males al sistema de organizaciones políticas), era también antiparlamentario, y sólo admitía ser complementado por un Congreso genuflexo.

Pero el “chino” no sólo había quedado colocado frente a un Congreso que ya no respondía a sus directivas. Había otros aspectos de la maquinaria de poder que funcionó en los años de apogeo dictatorial y que se habían escapado de las manos. El más importante de todos, la seguridad de tener el control absoluto de las Fuerzas Armadas a través de una cúpula corrupta y de los organismos de inteligencia y contrainteligencia que vigilaban a los uniformados. La inevitable ruptura con Montesinos, se produce exactamente en el punto en el que el asesor había logrado copar el Ejército con personal de su confianza, lo que incluía a familiares, amigos, miembros de su promoción y oficiales que le debían favores o le tenían miedo, y hacerse de un importante control en la Aviación y la Marina. Fujimori ya no sabía en quién apoyarse. Por eso el 28 de octubre, cambia a los comandantes de las tres armas: Chacón reemplaza a Villanueva Ruesta en el Ejército y el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Asimismo cae el jefe de la segunda región militar (Lima) que era cuñado de Montesinos.

Pero el 29 de octubre se rebela el comandante Ollanta Humala con el destacamento de Locumba, al lado de las instalaciones de la Southern, poniendo en evidencia el descontento de la oficialidad joven ante el manipuleo institucional. Era claro que el presidente ya no podía pedir a los militares que volvieran a sacar la cara por él. Muchos años después de los hechos de Locumba, cuando Humala se había convertido en uno de los personajes de la política que suscitan mayores pasiones, ha circulado una “revisión”, de este hecho histórico que lo asocia a una supuesta coincidencia en el tiempo con la fuga de Montesinos (como si hubiera necesitado algún tipo de distracción en el sur, para salir tranquilamente como lo hizo por el Callao), y que apunta que no hubo enfrentamiento, muertos y heridos, es decir una comedia. Esa mirada es convergente con la que niega que los Cuatro Suyos hirieron de muerte al régimen, y que explican los cambios del año 2000 como una suma de la “lucha de los demócratas” (Toledo se pasó la mayor parte del segundo semestre, cuando se definían las cosas en el exterior; y la Mesa de la OEA era un terreno de conciliación vergonzosa de los partidos “democráticos”), con hechos fortuitos como el video de la coima y la fuga del japonés.

En realidad es totalmente al revés. A los “demócratas” los empujó el pueblo, como ocurrió en la célebre movilización a Palacio desde el Hotel Sheraton, cuando Toledo no se decidía y seguía bebiendo para entonarse, y los otros candidatos y líderes derrotados: Castañeda, Andrade, Vitocho, Meche Cabanillas, Olivera, Lourdes, le pedían que no saliera a la calle. Como sucedió en la resistencia al fraude; y volvió a pasar con la segunda vuelta cuando el “cholo” no se decidía si participar o boicotear; y llegó a su punto clave el 28 de julio en el centro de Lima, cuando el 99% de los líderes de la “democracia” brillaron por su ausencia y Toledo abandonó a sus huestes cuando la cosa se puso fea y no paró hasta embarcarse en un avión para refugiarse en el exterior. Entre octubre y noviembre del 2000, la nueva Mesa de la OEA, repitió el palto. Los políticos que querían volver a la dirección del poder conversaban sobre lo que los fujimoristas les pedían para dejarles el asiento. Dentro de estas discusiones no estaba el modelo económico, los derechos sociales y laborales, la reorganización de las Fuerzas Armadas, el cambio de Constitución, etc., sino solamente el nuevo reparto político y la cuestión de la impunidad.

Esta “transición” excluía la voz del pueblo y de las organizaciones sociales. También a los militares no corruptos. Era un arreglo para volver al régimen de partidos con los menores trastornos. Pero mientras se hacían los arreglos siguieron ocurriendo hecho tras hecho: aparecen las cuentas de Montesinos en Suiza por 48 millones de dólares, y el ministro de Justicia, aplastado por la evidencia dice que “esta es la gota que rebalsa el vaso”, y nombra al abogado José Ugaz como procurador especial para el caso Montesinos. La hipótesis que lanza el ministro es que estos dineros provendrían de narcotráfico y venta de armas. Fujimori dice que “nuca supo” de estas actividades de su hombre de confianza, pero que no olvidará su contribución a la lucha contra el terrorismo. El 7 de noviembre, Fujimori allana la casa de la familia Montesinos en la avenida Javier Prado, acompañado de un falso fiscal, y se lleva documentos y videos. ¿Cómo sorprenderse que todo esto desembocase en una fuga al exterior?

Si Fujimori retuvo el poder por dos meses después de que su gobierno quedó al desnudo en su corrupción, fue para borrar huellas, arreglar lo que pudiera arreglarse y convencerse que sus supuestos enemigos “democráticos” no iban a ir más lejos que hasta un reacomodo del poder y que si se iba a tiempo, el fujimorismo podría volver a existir, esta vez sentado como parte de los llamados “demócratas”. No se equivocó. Los equivocados fuimos los peruanos que dimos por cerrada una era y que asistimos luego a la trampa de una transición que se las ingenió para mantener lo anterior. Las elecciones del 2011, sin García ni Lourdes de candidatos, van a ponernos frente a frente a algunos de los principales actores de esa etapa crucial e inconclusa de nuestra historia: Fujimori (representado por su hija Keiko); Toledo (que como el 2001, ya no le interesa reivindicar su lucha por la democracia y enfatiza más bien su condición de “economista”); Castañeda, que fue colaborador de Fujimori, luego rival electoral y ahora cabeza de las derechas); y Humala, que viene de celebrar la gesta de Locumba.

Si bien los problemas del Perú son hoy diferentes a los de hace diez años, hay un elemento que no ha cambiado y que es lo que significa cada uno de estos liderazgos.

14.11.10

http://www.rwiener.blogspot.com/

No hay comentarios.: