lunes, noviembre 08, 2010

Entre la división y la falta de voluntad de poder

La noche en que se dividió la Alianza Revolucionaria de la Izquierda (ARI), dos días antes del cierre de las inscripciones electorales del año 1980, la joven izquierda de los 70 envejeció violentamente. Dos años antes, cuatro partidos o frentes de la izquierda habían intervenido en las elecciones para una Asamblea Constituyente y habían sumado en conjunto un sorprendente 29.5%, sólo por debajo del APRA que logró 35.4%, superando al PPC que alcanzó 23.8%.

Partido/frente Porcentaje

Frente Obrero Campesino Estudiantil Popular (FOCEP) 12.4%
Partido Socialista Revolucionario (PSR) 6.6%
Partido Comunista Peruano (PCP) 5.9%
Unidad Democrática Popular (UDP) 4.6%
TOTAL 29.5%

El ARI integraba a la UDP de Javier Diez Canseco y la izquierda castrista (VR, PCR, MIR y otros), a los trotskistas de Hugo Blanco (que fueron el núcleo principal del FOCEP) y a Patria Roja que no habían intervenido en la Asamblea Constituyente y que tenía fuerte influencia en el magisterio y el movimiento estudiantil El PCP, el PSR y el FOCEP, que como logo se había quedado en propiedad de Genaro Ledesma, formaban la Unidad Izquierda UI, que no debe ser confundida con la posterior Izquierda Unida IU. El ARI estaba evidentemente colocado a la izquierda de la izquierda de su tiempo, y era en esas circunstancias, claramente mayoría frente a sus primos hermanos de la UI. Se calculaba que su influencia podía alcanzar entre 20 y 30% de la votación, mientras que el bloque moderado se movía sobre el 5 y 10%.

El crecimiento de la izquierda era una expresión de la radicalidad de los años 70; del impacto de las reformas del gobierno militar, que al final quedaron defendidas exclusivamente por la izquierda (tanto la que fue velasquista, como la antivelasquista); y de las grandes movilizaciones contra Morales Bermúdez. Con un tercio de la votación la izquierda estaba en condiciones de disputar mucho más que un paquete de curules parlamentarias.

Pero sus componentes desconfiaban más entre ellos mismos que del enemigo. Esto se debía a múltiples razones: relaciones con corrientes internacionales, estrategias y programas, experiencia política reciente, y control de diversos gremios. De ahí que de arranque aparecieron en dos bloques contrapuestos; que algunos consideraban casi inexorables, pero que luego mostraron su verdadera cara, cuando en cada lado estallaron tensiones, porque no se aceptaban a los candidatos presidenciales (Hugo Blanco en ARI, y Leónidas Rodríguez en UI), no se estaba conforme con el reparto de puestos parlamentarios, o a nadie le gustaba la cara de su aliado. Al final el sueño unitario se hundió en cinco (¡) listas izquierdista, tres que salieron de ARI y dos de IU.

El balance electoral de este fraccionamiento fue desastroso. La izquierda tomada como totalidad descendió a menos de la mitad de lo que era en la Constituyente. Y la historia de ARI quedó como un modelo de suicidio colectivo, perjudicando más que a nadie a los grupos radicales, y en particular a los trotskistas que perdieron significación electoral.

Partido/frente Porcentaje

Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) 4%
Unión de Izquierda Revolucionaria (UNIR) 3%
Unidad de Izquierda (UI) 3%
Unidad Democrática Popular (UDP) 2%
Frente Obrero Campesino Estudiantil Popular (FOCEP) 1%
TOTAL 13%

La explicación de este desastre siempre se ha remitido al electoralismo, la ambición parlamentaria y la inmadurez y sectarismo de los dirigentes. Todo eso hubo. Pero lo que no se dice es que además hubo inconsciencia de la responsabilidad que representaba la alta votación constituyente, y la línea que toda la izquierda siguió frente al evidente contubernio APRA_PPC, con la dictadura de Morales, en esos años finales de los 70. La izquierda estaba bajo el ojo del país, obligada demostrar que podía ser alternativa. Pero fracasó de la manera más decepcionante, mientras los partidos del sistema traicionaban su democracia y la cuota del poder que les habían conferido, la izquierda se traicionaba sí misma, mostrando que no era capaz de hacerse cargo del gobierno. No por casualidad, el ganador de ese año fue el partido que se abstuvo de ir a la Constituyente de Morales Bermúdez. Con esa jugada, Belaúnde no se desgastó y se favoreció olímpicamente con la pulverización izquierdista, que le corrió un montón de voto a su favor por aquello del miedo al APRA que se venía con todo con la candidatura de Villanueva, que fracasó.

El mismo año de la primera división (1980), se produce sin embargo el milagro unitario. Una parte de los partidos que antes no se tragaban, formaron casi como si fuera obvio, un frente unido de las izquierdas. Estaban alrededor de la mesa la UDP de Diez Canseco (posteriormente PUM); el UNIR de Breña y Moreno (formado sobre la base de Patria Roja); el PCP de Jorge del Prado; el PSR de Leónidas Rodríguez; el FOCEP de Ledesma y Acción Popular Socialista (APS) de Gustavo Mohme. Nadie discutió tampoco la presidencia de Alfonso Barrantes, que había tenido la habilidad política de ponerse al margen de la crisis del ARI y no ser candidato a nada en la diáspora final, y menos hubo oposición a su candidatura como alcalde de Lima. El “tío frejolito”, como le llamaban de cariño llegó segundo en la votación de Lima, y la izquierda ganó plazas significativas como Arequipa, Puno, Cusco. En la suma nacional de votos, la izquierda ascendió a 23.4%, sólo detrás de Acción Popular, que era el ganador reciente de las presidenciales, y por delante del APRA y el PPC. En las siguientes municipales, en 1983, la IU alcanzó el 28.9% de los votos (muy cerca de la marca de la Constituyente), y sólo fue superado por el APRA que obtuvo 33.1%, pero no ganó Lima. El nuevo alcalde metropolitano era el “tío frejolito”, que había marcado un hito histórico.

Era evidente que la izquierda estaba caminando a disputar gobierno. Y también muy claro que su próximo rival sería el APRA que iba en ascenso y contaba con la figura ascendente del joven Alan García, que apuntaba como una carta de renovación y que tenía la extraña habilidad de confundir a la izquierda como si fuera una opción progresista, y a la derecha, como si fuera el representante del APRA reciclada. La votación del año 85, tenía como favorito indiscutible a García, que consiguió 53.1% en primera vuelta, pero que por una maniobra belaúndista en el congreso le hicieron una nueva cuenta de votos, incluyendo los blancos y nulos (lo que no se hace normalmente) bajándole el porcentaje hasta 45.7%, lo que conducía a una segunda vuelta. Alfonso Barrantes había conseguido 24.7% de los votos válidos y alrededor de 20% de la nueva suma. Esto significaba que la trampa derechista lo había terminado favoreciendo y que entraba a la segunda vuelta. Era una determinación crucial. Ciertamente que la IU no iba a ganarle al entonces “mozallón”, que venía como una tromba; pero intervenir o no en la vuelta definitiva, significaba separar o confundir los campos, tomar el camino de la disputa, o ceder al de las buenas formas. Lo que ocurrió es que el jefe de la izquierda y candidato decidió motu proprio retirarse y dejarle la cancha libre a García, que por supuesto nunca se lo agradeció y le robó la reelección municipal al año siguiente.

Las siguientes presidenciales eran en el año 1990, y bastante antes de ella estaba claro que la izquierda sería aún más que el 85, una de las opciones de gobierno. La derecha que había desaparecido del mapa tras el desastre del régimen de Belaúnde, recién reaparece en escena en 1987, con motivo del intento fallido de estatización de la banca, que engendró la candidatura de Mario Vargas Llosa y al Movimiento Libertad, que parecía el partido de los liberales peruanos. El APRA, por su lado, hizo lo que ha sido reconocido ampliamente como “el peor gobierno de la historia” y estaba muerto como competencia en las elecciones. Finalmente, estaba la IU, que nunca había gobernado al país y que tenía los más fuertes vínculos con la población más afectada por la crisis y las medidas de ajuste que atacaban sus condiciones de vida. En muchas provincias y distritos las autoridades eran de izquierda, y en las primeras elecciones regionales entre 1989 y 1990, la izquierda ganó un número importante de presidencias o integró alianzas que dirigían el gobierno. Por eso Vargas Llosa, se veía no sólo como enterrador del APRA y Alan García, sino como la barrera para detener la posibilidad de un Perú izquierdista. Pero el destino de la izquierda estaba escrito y no llegaría unida a la cita de 1990, lo que aseguraba que perdería las elecciones.

En enero de 1989, y luego de un largo proceso preparatorio la IU realizó en Lima, para más señas en el antiguo Centro Vacacional Huampaní (hoy Colegio Mayor Presidencia de la República), un grandioso Congreso con más de cuatro mil delegados, probablemente el más grande y representativo que ningún sector político ha hecho en el país. Implicaba el triunfó de la democracia, de los delegados elegidos en distritos que llegaban con mandatos de las bases, pero también de la disputa entre las distintas tendencias para demostrar fuerza y pesar en las decisiones. El Congreso podía entenderse como que se preparan para participar con una demostración de gran fuerza en todo el país; o como un proceso interno, en el que los partidos armaban bloques para derrotar unos a los otros. El fantasma de 1980, estaba desde un principio: un sector era tachado de “reformista” y estos contestaban acusando a los otros de “militaristas”. Peor aún, unos decían que iban a tomar el control de la IU, barriendo a los reformistas, y otros que iban a proclamar la candidatura de Barrantes sin lastres radicales ni militaristas. O sea anticipaban su propia destrucción y eliminación como alternativa ganadora.

Como había ocurrido antes, el tema del candidato se convertía para los que estaban en torno al de mayores posibilidades, en la certeza de que podía deshacerse de sus aliados indeseables sin que pasara nada. Es lo que pensaban los trotskistas que se consideraban dueños de Blanco en 1980 (aunque el propio Hugo dudara de ese juego), y lo que volvían a creer los grupos “no partidarizados” y otros que cercaron a Barrantes y le hicieron creer que no necesitaba del resto de Izquierda Unida. En el medio estaban además las enormes presiones mediáticas, que acicateaban la división y retaban constantemente a la izquierda a “demostrar” que estaba rompiendo no sólo con el terrorismo, sino con los que supuestamente habían conciliado de una forma u otra con las variantes de la “lucha armada”. Irónicamente el Congreso llegó a su punto culminante cuando se puso al voto una fórmula que admitía “diversas formas de lucha”, aunque otorgaba primera importancia a la participación electoral, versus otra que planteaba que sólo se usarían formas de acción política democráticas.

Parecía el gran deslinde. Y se votó, mediante el procedimiento de un delegado un voto, en cabina secreta y con comité electoral y personeros de ambas posiciones. El resultado fue una votación muy estrecha, con una diferencia de menos de cien votos, con todo lo que se llamaba “centro”, encabezado por el PCP, el sector cristiano de Henry Pease y otros, votando junto con los llamados “reformistas”, que lograron una precaria mayoría; y al otro lado los “radicales” (PUM; UNIR, FOCEP), que perdieron, pero que celebraban haber demostrado su fuerza. Proclamado el resultado, el sector barrantista se retiró, confirmando que ya no quería permanecer en IU aún si se aprobaban sus posiciones. En la mellada IU quedaron los del “centro” y los “radicales”, que mantenían el nombre, el símbolo de la bandera y la historia, pero carecían del candidato ganador que estaba con los rupturistas que pasaron a llamarse “Acuerdo Socialista”, con el símbolo del frijol.

Pero quiénes esperaban ver en el terreno dos izquierdas y dos programas, sólo encontraron dos candidatos uno por IU (Pease) y uno por AS (Barrantes), que antes habían trabajado juntos y que tenían discursos y propuestas similares, y que además eran conscientes que ventilar sus supuestas diferencias sólo podía perjudicarlos, así que las guardaron en un baúl e intentaron hacer frente al adversario principal, con el hándicap que habían entregado de inicio y que les impedía ser una carta de triunfo.

El resultado de primera vuelta de 1990, reflejó el final ignominioso de la IU, en el que por un lado estaba la sigla y el símbolo de la bandera, y por el otro el candidato histórico representado en un frejol. Veamos:

Partido//frente Porcentaje Posición

Izquierda Unida (Pease) 8.2% 4to
Acuerdo Socialista (Barrantes) 4.8% 5to
TOTAL 13.0%

La izquierda volvió al fatídico 13% que había conseguido cuando se fragmentó en cinco pedazos. Para el ciudadano común y corriente, era una izquierda suicida, que inventaba la manera de salirse del juego y quedar reducida a minorías parlamentarias, más o menos belicosas, pero lejana, muy lejana, de una posibilidad de gobierno. Sólo a manera de comparación habría que contrastar esta actitud con las de Fujimori (1990), Toledo (2000), Humala (2006), que viniendo de mucho más abajo, que la izquierda del 80 y el 90, convencieron al pueblo que querían triunfar y gobernar el país y recibieron apoyo para enfrentar desafíos tan grandes como Vargas Llosa (90) Fujimori (2000) y Lourdes Flores-Alan García (2006).

Precisamente en el 2006, Ollanta toma en sus manos varias de las principales banderas de la izquierda y logra con ellas el 30.6% en primera vuelta y el 47.4% en la segunda; pero los partidos que desde el 2001, hablaban de “reconstruir el espacio de la izquierda” y hacían fintas para darle un significado a estas palabras, nunca se imaginaron que esto podía ser posible, ni hicieron una consideración estratégica sobre lo que significaba este rebrote nacionalista que no tenía nada que ver con lo que pasó en los 80 y 90, pero sí antes de eso. En la primera mitad de los 2000la izquierda en sus variantes inventó una escalerita: reunir firmas, inscribirse, negociar alianzas, tratar de sobrevivir a la valla del 4% y obtener representaciones, y preparase para la siguiente elección. Nadie creía que el 2006 se diputaría la posibilidad de que los partidos tradicionales del sistema pudieran perder el gobierno. En consecuencia los debates no iban más allá de aquello de que unidad sí, pero no cualquier unidad, o si hay unidades que suman y otras que restan, etc. El día de la elección había tres izquierdas, fuera del nacionalismo, queriendo ganarse un lugar en la democracia institucional: Concertación Descentralista de Susana Villarán y Yehude Simon; Partido Socialista de Javier Diez Canseco; y Frente Amplio de Alberto Moreno y Mario Huamán.

Estos fueron los números de la izquierda histórica en las elecciones de primera vuelta del 2006:

Partido/frente Porcentaje Puesto

Concertación Descentralista (Villarán) 0.6% 7mo.
Partido Socialista (Diez Canseco) 0.5% 9no.
Frente Amplio (Moreno) 0.3% 12vo.
TOTAL 1.4%

Nada que comentar por supuesto.

Las conclusiones están a la vista:

(1)la izquierda no ha peleado las elecciones generales con voluntad de ganar y ser gobierno, ni en el 80, 85, 90 y 2006, tal vez porque no se crea a ella misma gobernando el país;

(2)el tema de la unidad de la izquierda suele encubrir el de esta falta de voluntad de poder: la IU tuvo apoyo porque era un proyecto de gobierno, ninguna otra de las creaciones de la izquierda ha podido transmitir esa idea a la gente;

(3)la izquierda dividida se anula mutuamente, o como ocurrió en el 2006, es sustituido por una fuerza nueva como el nacionalismo;

(4)la inscripción, muchas veces esforzada y meritoria, alcanzada por partidos o bloques de izquierda, no garantiza nada, salvo un cierto poder en los momentos de negociación, pero puede ocurrir como en el 80 o el 2006, que un montón de partidos inscritos aseguren una división más minuciosa;

(5)la izquierda ha argüido “modernidad” y “radicalidad” para dividirse, pero lo ha hecho en un escenario crecientemente copado por la derecha que la excluye a las dos, lo que sugiere que los deslindes dentro de la izquierda son prematuros y que hay todavía una tarea de abrir la democracia peruana e introducir el tema social y nacional, antes de competir entre izquierdistas;

(6)la izquierda del candidato, es decir la que tiene un mejor cartel que las otras, ha mostrado recurrentemente que sólo lleva al desastre de todos y a la caducidad del candidato con posibilidades, porque los votantes ven ante todo el debilitamiento general del izquierdismo;

(7)la izquierda no ha demostrado, hasta ahora saber capitalizar una victoria parcial para subir el siguiente escalón. Se vio con la Constituyente de 1978, con la victoria municipal de 1983 y se está viendo en estos momentos con el resultado municipal regional del 2010.


05.11.10
www.rwiener.blogspot.com

No hay comentarios.: