domingo, noviembre 05, 2006

Convicción de matarife

Ha vuelto a hablar García de la eficacia de la pena de muerte para evitar el regreso del terrorismo y se ha dirigido a los que dicen que se trata de una nueva “cortina de humo” y que cada vez que quiere cambiar la agenda mete declaraciones fuertes aumentando el número de los fusilables.

Para que no dudemos de él, ha sostenido entonces que este es un asunto de convicciones, o sea que ha reflexionado y concluido que en el pasado faltó la decisión para eliminar desde el principio a los tipos que matan policías y degüellan campesinos, con lo que no hubiera habido tanta violencia como la que hubo.

Bien. Vamos a conceder que se trata de convicciones, y que todo no es manipular los miedos y los odios que subyacen en una sociedad desorientada, que tiende a aplaudir el autoritarismo.

Entonces si está convencido de que con matar se pacifica, y que mejor es matar por delante antes que empiecen a matarnos, lo que tenemos que concluir es que el presidente que tenemos es una bestia...

Hace veinte años García tenía la convicción que si se tiraba a los senderistas de los penales los dejaría sin dirigencia. Así lo comentó al periodista Augusto Zinnerman que lo detalló posteriormente en uno de sus libros. Y efectivamente en Lurigancho no quedó un sólo prisionero para contarla y en el Frontón sobrevivieron un puñado porque ingresó el Fiscal de la Nación y tuvieron que detenerse las ejecuciones.

Claro que aplicó la pena de muerte, sin necesidad de jueces y de normas. Pero lo que consiguió no fue sino darle un gigantesco aliento a la rebelión senderista, que convirtió el acto de resistencia de sus prisioneros en el símbolo de su heroicidad, mientras el Estado quedaba manchado de sangre, García trataba de echar la responsabilidad a otra parte, los marinos pretendían que lo del Frontón había sido un acto de guerra, pero Giampietri zafaba el bulto afirmando que no había estado allí, etc.

En el distrito de Los Molinos, en Jauja, los militares interceptaron a más de medio centenar de miembros del MRTA. Y dispararon a matarlos porque alguien les había dicho que lo hicieran, y luego fusilaron a los prisioneros en plena pampa, como lo relataron los pobladores. Alan García llegó un poco después en un helicóptero y se paseó entre cadáveres, a la manera como tiempo después lo haría Fujimori en la casa del embajador japonés. No hubo un solo sobreviviente. Pero la muerte no derrotó la violencia sino que la convirtió en un espiral imparable. Más adelante el MRTA abatiría a tiros al general López Albújar que había sido el ministro de Defensa en la época de la matanza de Los Molinos.

El comando Rodrigo Franco y su continuidad, el grupo Colina, ejecutaron la pena de muerte por encargo del poder contra abogados, sindicalistas, estudiantes, etc. Los que decidían los crímenes estaban convencidos como García que hay que matar antes que maten.

En los años previos al primer gobierno del APRA, se instalaron los comandos político-militares de zona de emergencia. La doctrina que llevaron adelante fue la de arrasar el terreno, que se resumía en no tomar prisioneros, aterrar con la violencia a la población para separarla de los subversivos, actuar sobre la presunción (mejor equivocarse matando a un inocente, que dejando libre a un senderista). Los partes de guerra de 1983-1984-1985, no consignan detenidos ni heridos de parte de los subversivos en ninguno de los combates que ocurrían todos los días. Era una pena de muerte sistemática en un conflicto que todavía estaba en sus comienzos y focalizado en tres departamentos.

Con todo ello, los generales Noel, Huamán, Mori, ¿doblegaron a Sendero mantándole un montón de gente?, ¿cesó o aumentó el reclutamiento?, ¿acaso no es cierto que luego de aguantar el embiste, se fue ampliando el ámbito del conflicto y creció el número de dirigentes y cuadros medios de Sendero Luminoso transformándose en un problema nacional?

En 1932, el APRA de Haya de la Torre, era considerada una organización terrorista. La rebelión de Trujillo y la muerte de los oficiales prisioneros en el cuartel Donovan, derivó en una represión salvaje, que concluyó en el fusilamiento de más de 600 apristas. Seguramente había quienes pensaban que el partido moriría con ellos. Pero todos sabemos que no fue así y que el martirologio resultó un formidable elemento de cohesión para soportar las persecuciones.

Si sólo fuera por respeto a la memoria de su partido, García tendría que detenerse en su entusiasmo mortícola y asumir que “terrorismo” es un término demasiado ancho que puede terminar redirigiéndose contra toda expresión de protesta. Y que lo que está haciendo ahora es un peligroso deslizamiento hacia la acción preventiva tipo Bush, que asume que el terrorista no es el que hace actos del terror, sino el que podría hacerlo.

En circunstancias en que los miembros de la Comisión de la Verdad y de las ONG son tratados por la prensa macartista, que influye notablemente en García, como si se fueran prosenderistas, cuando se acusa de subversivos a los movimientos ambientalistas en las minas, cuando las autoridades repiten cada cierto tiempo alarmantes informes sobre el número de subversivos libres (cuando se trata de personas que cumplieron sus condenas), y cuando se trata de penalizar de la manera que sea a la organización de Ollanta Humala para que no haya oposición al gobierno ¿de que manera podrían interpretarse las declaraciones de García sino como una siniestra amenaza para todo el mundo?

Hoy mismo el editorial de Aldo M., confiesa que si hubiera podido hacerlo el enfant terrible del pensamiento pituco-liberal-autoritario, habría cerrado los periódicos rojos, incluido el que dirigía Antauro Humala. O sea que ya estamos entrando en el clima que estaba buscando el señor presidente. Aquel donde lo arbitrario se hace natural, y la autoridad imagina que la razón del orden lo justifica todo. Y es aplaudido por una prensa que hace poco festejaba haber impedido la posibilidad de un brote fascista en el Perú.

¡Qué viva la muerte!, de la que viven tantos vivos.

04.11.06

http://rwiener.blogspot.com/

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