Lo que más
deprime a Fujimori en la DIROES no son las condiciones carcelarias ni el
pronóstico médico, sino la contradicción que existe entre la imagen que el
hombre se ha hecho de sí mismo, y su realidad cotidiana. Nos referimos en
primer lugar a su absoluta convicción de que él era el más sapo, capaz de
engañar a todos, y haber creído como el más ingenuo que el regreso público al
Perú, vía Chile, le podía resultar exitoso.
¿Cómo es que el
bandido mayor de la política peruana pudo ser tan tonto como para abandonar una
protección tan potente como la japonesa y una vida cómoda como la que tenía en
el país de sus ancestros, para terminar preso, enfermo y como máximo dando pena
a algunas personas? Fujimori no debe reconocerse en su actual situación. Sobre
todo porque pudo evitarla.
Se puede
especular en lo que podía haber pensado el exdictador cuando toma vuelo a
comienzos de noviembre de 2005, poco tiempo antes de que se cerraran las
inscripciones para participar en la contienda electoral del año siguiente. Hay
un paralelo evidente con lo que hizo García el 2001, cuando regresó al país
para postular a la presidencia y todavía tenía pendiente una requisitoria por
enriquecimiento ilícito.
Pero, como está
registrado en documentos, Alan García negoció previamente con Toledo y el
gobierno de Paniagua para lograr una norma especial para declarar prescrito el
caso y tomó las precauciones necesarias para evitarse una patinada a su regreso
(lo que no impidió que saliera a luz el video Mantilla-Montesinos, por esas
mismas fechas). En Fujimori no se aprecian estas precauciones como si sus
cálculos hubieran sido otros.
¿Se confió en el
gobierno chileno y no intuyó que terminaría en manos de un Poder Judicial con
demasiada independencia del factor político?, ¿creía que en Lima le
facilitarían el regreso?, ¿pensaba que su presencia generaría una crisis
política que llevaría a arreglarle sus demandas jurídicas? Cualquiera haya sido
la hipótesis lo obvio es que no se esperaba el resultado que finalmente se
produjo.
Y esto, por
supuesto, lo tortura cada hora en la DIROES, no importa si puede pintar,
escribir o grabar mensajes pidiendo que lo suelten. No interesa el número de
visitas que recibe o el trato médico esmerado que recibe. El Fujimori que nos
la hizo con el cuento del chinito humilde y estudioso, que nos contó el cuento
del no shock, que nos organizó un golpe con generales y empresarios, que nos
metió la amnistía al Grupo Colina por los palos, que descabezó al Tribunal
Constitucional, que engañó al MRTA en el asunto de los rehenes, que impuso la
re-reelección, que fingió que perseguía a Montesinos, y que se escapó en plena
crisis política, es también el que aterriza en Santiago para terminar preso.
¿Se dan cuenta
porque le es tan difícil arrepentirse de sus crímenes o sentir alguna compasión
hacia sus víctimas, y cómo es que puede ser tan cínico como para declarar que
su allanamiento a las acusaciones de corrupción se hizo porque de todas maneras
iban a condenarlo? Estas son, claramente, expresiones de una personalidad
distorsionada que no puede asimilar la idea de haber errado tan profundamente
en algo elemental.
No hay dudas que
ese conflicto entre la imagen del astuto que actúa como tonto, se proyecta a la
del otrora poderoso que ahora está confinado, del antes hermético que ahora
clama a gritos que le hagan caso, del tramposo al que no le salen las trampas,
etc.
Si a todo esto le
llaman una depresión que podría empujarlo hacia sentimientos suicidas, entonces
estamos de acuerdo y no hay nada que hacer frente a ello, salvo ciertas
medicinas y cuidados médicos. Porque lo que queda a la vista es que lo único
que podría recuperar el ánimo de Fujimori y regresarlo a cómo era, sería
devolverlo a la presidencia con toda la corte de adulones que ahora están en
torno a Keiko y Kenji, permitirle llegar hasta sus fuentes de dinero (viaje a
Europa y Japón) y aceptar que después de todo eso pueda sentir la sensación de
bienestar que le suscita cada vez que logra engañar a la población.
Como esa terapia
es imposible, tenemos en Ate a un prisionero de doble nacionalidad
peruano-japonesa, afectado de un sentimiento de impotencia que es casi
imposible de conjurar. Nakasaki ha llegado a decir que sería mejor que Humala
cogiera un cuchillo y despachara de una vez al otro mundo al exdictador. Y los
hijos lo han llamado inhumano por establecer que las condenas se cumplen, nada
más.
Si el indulto
hubiera procedido, la depresión se hubiera curado casi automáticamente, pero el
mensaje hubiera sido nefasto. Hubiera querido decir que aquí la condición
política del reo rebaja la gravedad de los delitos. En otras palabras que
podemos conciliar con el violador de derechos humanos y el corrupto, si este
tiene la suficiente presión mediática y parlamentaria para imponerlo.
Es un mérito de
Ollanta Humala no haber cedido. Me alegra poder decirlo. Una satisfacción entre
muchas decepciones.
16.06.13
www.rwiener.blogspot.com
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