El país más amante del
fútbol en el mundo se ha rebelado contra la prioridad que su gobierno le está
otorgando al inmenso gasto que supone la realización de la próxima copa mundial
sobre su territorio. Parece un extraordinario contrasentido.
El gobierno del partido que
en algún momento era la extrema izquierda en el Brasil aparece ahora como
tratando de explicar lo que podría haberse supuesto que iba a ser un motivo de
orgullo y de tolerancia hacia cualquier exceso, con tal de darse el gusto de
convertirse en sede del más importante evento deportivo del planeta.
Pero no. Ni el espíritu
futbolero, ni el izquierdismo popular del gobierno (no hace mucho la presidenta
registraba 74% de aprobación en las encuestas) han sido suficientes para que se
encienda la chispa de la protesta y el primer movimiento se multiplique varias
veces hasta convertirse en una revuelta que ha empezado a cambiar la geografía
política de Brasil.
La idea del doble milagro
carioca de resituar al país entre los grandes del mundo con enormes empresas
que salen a conquistar el mundo en un esquema que no se diferencia gran cosa de
lo que hacen las otras economía poderosas a las que se solía llamar
imperialistas y al mismo tiempo lograr una mejora de las condiciones sociales,
reduciendo la pobreza y mejorando los servicios sociales, se ha resquebrajado
en estas jornadas de protesta.
¿Es tan milagroso lo
ocurrido en el Brasil?, ¿significa algo para la gran masa eso de que vamos a
ser muy pronto la quinta economía del mundo? ¿cuánto vale ofrecer el mejor
campeonato de fútbol de la historia y el más caro, y casi de inmediato las
olimpiadas?, ¿aseguran los programas sociales intensivos un clima de paz social
para las inversiones y el crecimiento económico?, ¿mantiene el PT el suficiente
control político-social como para que las actuales movilizaciones sociales no
deriven por el camino en que fue la llamada “primavera árabe” o la más reciente
crisis turca?
Hay sin duda un cierto
desteñimiento de lo que se creía el infalible modelo Lula, que había ganado
mayor fortaleza como alternativa para las izquierdas con el deterioro de la
situación en Venezuela, pero tampoco hay que ir demasiado lejos, como los que
cantan que el progresismo latinoamericano entró en fase de declive definitivo.
Después de todo basta volver el rostro hacia Chile para ver allí también,
enormes movilizaciones de jóvenes reclamando por la educación que en nada
encaja con el mentado milagro neoliberal de eses país sureño.
Lo que debería inquietarnos
es para cuándo la ola de los indignados, con todas sus furias y confusiones,
arribará a nuestro país. Porque es difícil creer que la gente va seguir
tragándose aquello de nuestro propio milagro, del crecimiento y los programas sociales (que aquí son minúsculos).
Tal vez por eso sonó tan hueca la reciente propuesta al país de Alan
García.
23.06.13
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