Lo que motiva a Ollanta a abrir el pleito con la izquierda
en su reciente declaración para El País, no parece ser otra cosa que el anuncio
de una nueva coalición izquierdista que se propone tener candidatos propios en
las elecciones del 2014 y del 2016. Si este polo político madura, el esquema
con el que Humala interpreta la política peruana en la que se ve a un lado de
la cancha como el “centrista” que ofrece el mismo modelo económico que los otros partidos, con el plus de la inclusión social y los
programas sociales sin nadie de peligro a su izquierda, podría resquebrajarse.
Humala ha lanzado tres dardos gratuitos
contra sus exaliados: (1) que no sirven para ganar elecciones porque a lo sumo
han llegado a la alcaldía de Lima, a diferencia de él que se llevó el premio
mayor de la presidencia; (2) que no aguantaron ni seis meses en el gobierno;
(3) que fuera del poder están aliados a la derecha (se refiere al bloque
parlamentario con Acción Popular). Desde la renuncia de Lerner, el presidente
no se había mostrado tan incómodo sobre lo que pudiera hacer la izquierda. No
es que se esté produciendo una ruptura (como pretende Perú 21), que ya ocurrió
hace ya mucho tiempo, ni que esté pensando en el impacto en las encuestas de
estas declaraciones (como dice Velásquez Quesquén) que no va a tener ninguno,
salvo como confirmación de las deslealtades de Humala hacia los que creyeron en
él.
Aquí el tema es hasta dónde puede perdurar la
noción de superioridad que tanto marea a Ollanta, convenciéndolo que solo él
tiene el arte para ganar elecciones. Como si ese fuera todo el problema de la
política.
Lo que se niega a ver es finalmente cómo ganó: modificando su discurso, haciendo concesiones; y sobre todo para qué ganó: para ceder poder a la gran empresa, la tecnocracia, los medios, que ni se lo agradecen, pero han logrado a través de su persona frustrar lo que era originalmente una victoria popular, que incluía a la izquierda, pero que era de un movimiento mucho más amplio que ya no existe.
La idea original del 2011, de un gobierno derecha-izquierda, con el arbitraje de Humala, no tenía ninguna perspectiva sobre todo si el árbitro jugaba para los derechistas. Así que lo que duró el gabinete fue lo que tenía que durar en medio de la traición de Conga.
Pero de ahí en adelante el único que ha querido ser amigo de la reacción ha sido el propio presidente, aunque cada tanto los sectores a los que ha dado la primera prioridad le recuerdan que no le tienen confianza y lo patean donde más duele. Eso no es culpa de la izquierda sino de sus decisiones, por las que un día tendrá que responder.
Lo que se niega a ver es finalmente cómo ganó: modificando su discurso, haciendo concesiones; y sobre todo para qué ganó: para ceder poder a la gran empresa, la tecnocracia, los medios, que ni se lo agradecen, pero han logrado a través de su persona frustrar lo que era originalmente una victoria popular, que incluía a la izquierda, pero que era de un movimiento mucho más amplio que ya no existe.
La idea original del 2011, de un gobierno derecha-izquierda, con el arbitraje de Humala, no tenía ninguna perspectiva sobre todo si el árbitro jugaba para los derechistas. Así que lo que duró el gabinete fue lo que tenía que durar en medio de la traición de Conga.
Pero de ahí en adelante el único que ha querido ser amigo de la reacción ha sido el propio presidente, aunque cada tanto los sectores a los que ha dado la primera prioridad le recuerdan que no le tienen confianza y lo patean donde más duele. Eso no es culpa de la izquierda sino de sus decisiones, por las que un día tendrá que responder.
26.06.13
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