¿Cuál debe ser la actitud del político honesto ante la
corrupción del sistema político y el número cada vez mayor de denuncias contra
sus líderes? ¿Condenar las denuncias por “peligrosas”? ¿Exigir un saneamiento
político del poder?
La preocupación de Lourdes Flores por lo que podría ser una
maniobra para poner a la clase política en situación comprometida, sacando a
luz actos de corrupción, o cuando menos sospechosos de serlos, que involucran a
sus principales líderes, y regresar al país a un clima enrarecido como el de
comienzos de 1992, hace pensar que para la lideresa social cristiana lo
peligroso es que el sistema se tambalee por el conocimiento público de sus
miserias, y no que exista la podredumbre misma.
La cadena que une las oscuras transacciones familiares de
Toledo, la nueva casa de García y las revelaciones de la megacomisión, la
actualización del caso Comunicore por la pelea de Castañeda para quedar fuera
del proceso, la presentación del audio del alcalde Acuña con referencias al uso
de fondos municipales para su reelección, puede incluir la intencionalidad
política de golpear al adversario en una guerra de todos contra todos, pero el
material que se está arrojando de un lado a otro está cargado de verdades sobre
la manera como los cargos del poder se usan para el enriquecimiento particular
de los líderes y para intentar regresar permanentemente al control de los
recursos del Estado. La idea de Lourdes Flores es que eso no debe discutirse
porque suscita tentaciones de golpe.
Fujimori figura aún en el top de los gobiernos más corruptos
de la historia mundial, no habiendo tenido que responder ante ninguna instancia
judicial por la desaparición de los dineros de la privatización que
sobrepasaban los diez mil millones de dólares, ni por la reventa corrupta de
los papeles de la deuda, el salvataje de bancos privados o las compras de
material militar a sobreprecio y en pésimas condiciones operativas. Aún así, el
déspota de los 90 tiene una condena a seis años de cárcel por hechos de
corrupción de inferior cuantía como la compra de medios de comunicación,
sobornos e intercepciones telefónicas, lo que se suma a los 25 años de la
sentencia por delitos contra los derechos humanos.
Por ironía, los fujimoristas que aseguran que su jefe se
reconoció corrupto para lograr que le rebajen la pena y no haya discusión
pública sobre los delitos que le eran imputados, están ahora a la cabeza de las
denuncias e investigaciones contra un enemigo político como fue Toledo y andan
por ahí haciendo como que respaldan los informes que están saliendo sobre Alan
García, aunque muchas veces se haga evidente que su función es trabar desde
adentro a la comisión encargada. En todo caso lo que tenemos es a los miembros
del partido de la corrupción juzgando a los de la “transición democrática”, por
asuntos que dejan muy en duda la honestidad de estos últimos.
Lourdes Flores, otra vez, puede temblar por las
posibilidades de que se vuelva a una situación tipo 1992, pero no dice que el
otro componente de un escenario de ese tipo es el poder autoritario, propenso a
una mayor corrupción, que capitalizó el desprestigio de los partidos para
imponer la dictadura. El fujimorismo, sin embargo, es un actual amigo de la
Flores y del PPC, con el caminado juntos en varios asuntos y al que apoyó en su
intento de regreso al poder hace dos años. ¿Cómo es que se recomienda a los
políticos dejar de sacar sus trapitos al sol para que no venga el lobo y se los
coma, y luego concluye de amiga de los lobos viejos de la antipolítica
aparentemente apaciguados?
Los parámetros de la
corrupción
Lo que está pasando en el Perú en relación a la crisis de
valores y el deterioro de la imagen de los jefes de la clase política responde
a un conciliación ideológica de la sociedad con la corrupción. Todos admiten
que los que van al poder se van a beneficiar directamente del control de
recursos y decisiones que dependen de los cargos, y a nadie le extraña que los
políticos, entre ellos en primer lugar los presidentes, se hagan ricos desde el
poder y sigan recibiendo una especie de renta vitalicia de los favorecidos por
su gestión después que esta culmina.
Hay una aceptación tácita que los caudillos elegibles
concentren en sus manos fondos que aparecen nadie sabe de donde, pero que les
permiten ser los únicos que toman las decisiones de campaña bajo la regla de
que lo que cuenta es ganar. Pero en este ya casi naturalizado sistema de
elección, lo que primero se aprende es que en el futuro hay que tener aún más
fondos y en lo posible bajo el mayor control posible, para las siguientes
contingencias electorales. Así el mecanismo se reproduce.
Alan García solía explicar sobre el punto que su compadre
venezolano, Carlos Andrés Pérez, le había enseñado que a los presidentes se les
ayuda a ganar una vez pero de ahí en adelante tienen que asegurarse su propia
financiación para las elecciones siguientes. Eso hacen, por supuesto, no sólo
presidentes de la nación, sino presidentes de regiones, alcaldes y otros. Por
eso uno ve que las campañas de los que ya han tenido poder suelen ser mucho más
fuertes que las de los que aspiran por primera vez. Todos estamos más o menos
convencidos que de las obras públicas y sus comisiones se aseguran fondos para
las campañas, pero conciliamos como si fuera lo más normal del mundo.
García, que siempre ha sido un creativo en materia de
corrupción, inventó en su último gobierno un papel para su persona que para
muchos hasta pareció una alta
función de gobierno y esa fue la de promotor de las inversiones. Cada vez que
se le decía que en el registro de visitas de Palacio había el nombre de algún
corrupto o de representantes de una empresa de malos antecedentes, respondía
que en una agenda de miles de visitantes siempre podía pasarse un indeseable,
como ha sido su excusa en el tema de los narcoindultos, o en la asignación de
obras, o en los fondos del FORSUR. Él siempre hace las cosas en grande y en
esos megamovimientos se le cuelan todo el tiempo pequeños ladrones. En todo
caso esa es su justificación.
Pero lo que hemos visto del 2006 al 2011, es una modalidad
particular de corrupción que consiste en que cuando el presidente te recibe y
sales en la foto y la noticia, ya estás camino a ganar la licitación, como
ocurrió en el famoso faenón petrolero del que dieron cuenta los petroaudios. La
historia de Collique y como Alan arregló las desavenencias entre Pepe Graña
Miró Quesada y DH Mont, en una conversación de Palacio y un reparto de un
paquete de obras, para que el segundo cediera ante el primero la primacía que
le había dado el Tribunal Constitucional sobre los terrenos del aeródromo de
Comas. O la manera como diversas empresas ganadoras de concursos públicos y
también amigas del presidente, le retribuyen ahora con conferencias superbién
pagadas los favores del pasado.
Pero lo de AGP va a la categoría de gestión directa,
mientras que en tiempos de Toledo se podía hablar del método del gran ministro
lobista que arregló las normas para que el consorcio de Camisea pudiera
exportar lo que le estaba prohibido y pudiera usar el gas sacado del pozo para
impulsar la obtención acelerada de líquidos que son mas caros para su venta al
exterior sin pagar regalías. O cuando otorgó la buena pro a Odebrecht para la
Interoceánica norte a través de una ley que la exceptuaba de la prohibición que
le impedía contratar por estar en proceso judicial con el Estado. Y así
sucesivamente.
Cualquiera puede preguntarse si todos estos arreglos con
grandes empresas en los que participa el poder político al más alto nivel, se
fuerzan las leyes, se le pone anteojeras a la contraloría, se atropella hasta
el buen gusto, ¿son realmente gratuitas y por el gusto de favorecer a las
empresas de mayor capacidad económica o hay algo más? El punto es inquietante
bajo el actual gobierno que finalmente pactó una renovación con Telefónica
después de años de negociaciones, en los términos que más le convenían a la
empresa española. ¿Qué es lo que pasa?, ¿son nuestras autoridades demasiado
débiles frente a las empresas extranjeras avaladas por sus gobiernos, o hay
algo más?.
El tema de las casas
y las casonas
Alan García debe haber celebrado con sus amigos más cercanos
que la historia de las operaciones inmobiliarias de la familia Toledo hayan
sido mucho más confusa que la de su casita de San Antonio por un modesto precio
de poco más de 800 mil dólares, para la cual le bastaron algunas conferencias
internacionales, un pago adelantado sobre un libro que muy pocos compran y el
contrato generoso de su amigo Chang de la Universidad San Martín de Porres que
le paga 50 mil dólares mensuales un carro y una casona alquilada en La Molina,
para que pueda recibir a los diputados de la oposición venezolana en el local
de la Escuela de Gobierno, donde también sesiona la Comisión Política el APRA.
Todo cristalino si se le compara con la agitación con la que
se mueve el cholo sagrado para que le creamos que la compra de una casona en la
zona más exclusiva de Lima y una oficinas de lujo, cuya existencia salió a la
luz por hechos casuales, es una cosa normal en la vida de su suegra que forma
empresas fantasmas en Centroamérica, moviliza dinero bancario, aportes de
amigos empresarios y ahorros propios, en una operación en la Toledo aparece
como acompañante y comete el error de su vida al no exigirle a doña Eva que
haga sus inversiones en otra parte. Obviamente Toledo no tiene una remota
noción de cómo se fabrica una coartada en lo que debería tomar una lección en
la Escuela de Alan García.
Claro que a primera vista, lo del chakano es casi como para
perdonar a García que presenta sus papeles en orden. Pero analizado más a fondo
el caso verdadero está planteado en términos de si estos dos personajes podrían
estar en esta discusión sobre casas y casonas si no hubieran pasado por la
presidencia. ¿Cuánto tiempo no toma a
los demás mortales ahorrar o pagar un crédito para un departamento más o menos
apretado en las zonas de clase media de Lima?, y eso para no hablar de los
millones que carecen de un techo seguro y viven en carencia de servicios. Pero
Toledo y García son unos afortunados, como lo es también Fujimori aunque sea
más discreto con lo suyo. ¿Es el tema de las casas algún premio por la
presidencia?
Lourdes Flores haría bien si aceptara que no se puede
construir democracia de verdad, ni ser expresión de la decencia, ni denunciar a
los lobos golpistas que se aprovechan del desmadre de la clase política, si se
concilia con la corrupción y se imagina que la manera de combatirla es no
hablar de ella. Hace tiempo que el Perú requiere una gran fumigación, un cambio
de espíritu y una actitud inflexible ante los corruptos. Si la transición del
2000 fue una ilusión fallida; si Toledo, García y Humala traicionaron a sus
electores; hay que enrumbarse a un tiempo nuevo en el que dejemos de sentir
vergüenza por quiénes nos gobiernan.
26.05.13
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