Hay mucho de irónico en el hecho que Alejandro Toledo esté
llegando al 13 aniversario de los 4 Suyos, abrumado por sus propias
contradicciones y con una sensación en la opinión pública de que algo malo oculta
tras las extrañas operaciones inmobiliarias
de su suegra, la señora belga Eva Fernenbug.
Nadie entiende el enredo de transacciones financieras,
registros empresariales y movidas del expresidente y su esposa de un país a
otro para hacerse de un juego de propiedades de alto costo puestas a nombre de
una anciana que supuestamente esperó llegar a la última etapa de su vida para
hacer valer sus ahorros y relaciones en el país de su yerno.
Ciertamente, las casas de la suegra de Toledo han tapado un
crimen mucho más serio como el de los narcoindultos que envuelve a Alan García,
pero la responsabilidad de que sea así es enteramente del líder chakano que
parece no entender que está cayendo por la misma pendiente por la que se
desmoronó cuando empezó el caso Zaraí y pretendió que no había ni siquiera
conocido a su madre.
Alguien debería haberle explicado a Alejandro Toledo que es
muy malo para mentir y que es un principio de la política de que quién no sale
a tiempo de un enredo no hará sino complicarse cada vez más. Lo que pierde a
Toledo es su mesianismo. Ese creerse un predestinado que no tiene que dar razón
de sus actos y que cuando dice algo, sus palabras deben ser tomadas como verdad
porque es él quién las pronuncia. De alguna manera es el drama de la transición
fallida de los 2000, porque fue el encargado de moldearla y conducirla en su
primera y más decisiva etapa. Y el que nunca se dio cuenta de qué manera la
había desgraciado.
Lo que hizo entre 2001 y 2006 fue banalizar la lucha por la
democratización y conservar las instituciones fujimoristas, frustrar el impulso
reformador que venía desde abajo y reasociar al poder político con el
económico, ahogar el espíritu anticorrupción y convertirlo en una caricatura.
Por eso su heredero terminó siendo Alan García como para decir que todo lo que
se había luchado para cambiar el país había sido en vano y en el 2011 terminó
avalando la transformación de Humala en la sombra de sí mismo.
En estos días, sin embargo, estamos asistiendo a su
liquidación anticipada como competidor político al 2016. No tiene razón Lourdes
Flores cuando supone que esto ha sido maquinado como parte de un plan para
sembrar la desconfianza en la clase política y regresar a un ambiente tipo
1992. En realidad son los políticos amantes de mansiones y buena vida, los que
desprestigian sistemáticamente al sistema y los que caminan a su
autodestrucción.
24.05.13
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