Todo empezó con el tremendo desafío que significaba que
Ollanta Humala fuera unas horas a Venezuela a la juramentación de Maduro, para
no decir nada, que fue interpretado como un tremendo gesto de chavismo de un
presidente que no había cambiado nada. Luego siguió el asunto Repsol, donde el
presidente pensó (y eso es lo peligroso) que el Estado podía participar de la
compra de sus activos, lo que en sustancia quería decir que resucitaba la “Gran
Transformación” y se alejaba de la Hoja de Ruta.
La gente, por supuesto no entendía nada, y como lo muestran
las encuestas para la mayoría este gobierno no había cambiado y si evolucionaba
hacia algún lado era cada vez más a la derecha. Pero los empresarios, los
medios y los políticos de derecha insistían: aquí se había perdido la
confianza, y como una novia despechada que retira su dote anunciaron que ya no
habrían 15 mil millones de dólares en inversiones y el país sería echado del
paraíso del crecimiento. La confianza lo explicaba todo: el débil crecimiento
de marzo, la caída de las exportaciones, el retroceso de las bolsas y la demora
de proyectos como Conga o Cañaris.
El presidente entonces priorizó el shock de confianza y dejó
plantado al presidente de Ecuador que juramentaba para un nuevo mandato,
quitándole sentido precisamente a su anterior viaje a Caracas, adonde aseguró
que iba porque era el presidente pro tempore de la UNASUR. Ahora a pesar del
cargo le hacía un notorio desaire a Correa, pero ningún medio de la derecha festejó
su alejamiento del chavismo. Lo importante era que estaba dando los primeros
pasos para romper esa especie de empate que se produjo tras el fin del gabinete
Valdés y la “paz social” que se ha mantenido desde hace casi un año.
Ahora nuevamente hay vientos de fronda ya que muchos
sectores están tomando nota que no era un asunto de viajes o de chavismo o de
refinerías chatarras, sino de guillotinar la ley de consulta devolviendo a los
pueblos indígenas a un escenario como el de Bagua; devaluar aún más los
estudios de impacto ambiental para que salgan más rápido los proyectos, sin
consideración seria al daño al entorno; facilitar inversiones mineras o de
infraestructura en zonas de potencial arqueológico; etc. Si ese es el camino
hacia la confianza, habrá que pensar cuánto más se le puede sacar a un
presidente débil y desorientado con el mismo pretexto.
¿Y la confianza de sus electores?, ¿de las poblaciones
afectadas por los proyectos? Parece que poco importa. Más aún: ¿cree el
gobierno que no va a desatar otra ola de conflictos con las medidas que está
aprobando?, ¿y en dónde va a quedar la confianza y su aprobación después de
eso? Y tampoco es verdad que soltarán los 15 mil millones. Podemos apostarlo.
29.05.13
www.rwiener.blogspot.com
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