Cuando era niño mi padre me enseñó que el
símbolo de la corrupción del régimen de Odría estaba en las casonas que los
amigos del general le obsequiaron a lo largo de su gobierno. Recuerdo haber
estado frente a alguna de esas fachadas que ocupaban el frontis de una manzana en cuyo centro había un gran portón para el
ingreso de sus habitantes. El siguiente gobernante venía de una cuna
privilegiada y su familia era propietaria de numerosos inmuebles en la ciudad.
De Belaúnde, Velasco y Morales Bermúdez se
sabe que nunca se mudaron, ni cuando estaban al frente de la presidencia ni
cuando pasaron a cuarteles de retiro. Es con Alan García durante su primer
gobierno que vuelve la danza de las casas. Ahí es donde algunos amigos
empresarios convienen que este joven no puede estar viviendo en un modesto
edificio de la Avenida Pardo y le regalan la casa de Chacarilla. Hacia el final
de su gobierno, sin embargo, García ya tenía otras propiedades, incluida la
casa de playa de Naplo que nunca pudo justificar de acuerdo a sus ingresos.
Fujimori también incrementó su patrimonio
inmobiliario durante su gobierno con toda la enrevesada historia que siempre
caracterizó a sus asuntos de dinero (usó la coartada de la venta de una casa
para justificar el pago de los estudios de sus hijos en el exterior y mantiene
otras viviendas sin saneamiento legal para evitar embargos en relación a la
reparación civil pendiente de cancelación).
Y después de eso vienen los dos presidentes
de la llamada transición a la democracia, que evidentemente tenían la
obligación de recuperar la confianza de la población en la política y los
políticos después de diez años de saqueo de la cosa pública. Pero, como se
sabe, no fue así. Y ahora después de muchos escándalos tenemos a Toledo y a
García haciendo esfuerzos por justificar las casas acumuladas en lo que va del
presente siglo. La diferencia puede ser que García lo toma con desvergüenza
dando a entender que la plata para él no es un problema porque sigue teniendo
muchos amigos, mientras que el cholo se enreda, irrita y pretende que se le
crea porque lo dice.
Pero en realidad aquí lo penoso es ver a
individuos que aspiran volver a gobernarnos entregando explicaciones no
creíbles sobre el aumento de su riqueza personal o familiar, y a equipos de
partidos como el APRA y Perú Posible dedicados a buscar justificaciones que
sólo acrecientan la desconfianza social. Temas como yo doy conferencias de 50
mil dólares y cobro lo mismo por ser director de la escuela de gobierno de la
Universidad, o me adelantan las ventas de mis libros, son tan vacíos como
aquello de que a mi suegra se le ha dado por llenarse de propiedades después de
los 80 años.
10.05.13
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