Hasta mediados del año pasado se podía decir que después de
la razzia de izquierdistas amigos de Ollanta Humala que siguió a la salida del
gabinete Lerner, habían quedado apenas tres personajes de ese origen o próximos
a una línea progresista en posiciones más o menos importantes en un gobierno,
cada vez más copado por tecnócratas, muchos de ellos expresión de la derecha
más neoliberal.
Pero he aquí que en el último trimestre se anunció la
forzada renuncia de Álvaro Vidal a la jefatura de Essalud, y el ministro que
después se haría famoso como pegalón de mujeres en Arequipa exhibió su carta
como una gran victoria, advirtiendo sin embargo que toda renuncia es una
decisión voluntaria aunque la hubiera reclamado varias veces usando la autoridad
del presidente y la primera dama.
Parecido fue el caso de Campodónico al que le sacaron la
carta en diciembre y se la ejecutaron en enero, lo que también ha sido sentido
como un triunfo íntimo del ministro Merino, que luego patinó con el tema de
Repsol. Ahora el último de los “tres tristes tigres”, como los llamaban sus
amigos, acaba de dejar su lugar en la cancillería y aunque probablemente sea
cierto que tiene problemas con su salud, la verdad es que su retiro se aprecia
como un paso más en el sentido de quitarle todo elemento de criterio propio a
los integrantes del equipo de ministros.
Contra los que piensan que la bravata de Maduro que llamaba
la atención del canciller Roncagiolo, por insinuar la posibilidad de una nueva
reunión de UNASUR para ver el caso Venezuela, habría determinado la decisión de
Humala para pedirle a su ministro que se vaya (interpretación de García,
Lourdes y otros), lo que parece más creíble es
que el presidente ha querido nuevamente ponerse en el medio de las
contradicciones.
El retiro de Roncagiolo le reduce más bien los lazos con el
grupo del Alba y los gobiernos progresistas de América Latina, pero lo hace de
manera en que tampoco los está retando y poniéndolos ante una definición. En
realidad Humala ha vuelto a dar un nuevo paso desde la izquierda moderada hacia
la incertidumbre. La idea de que se va deshaciendo de políticos para llenarse
de “especialistas”, tampoco es exacta, como se ve en el caso Rivas.
Más bien se trata de una opción por no moverse de los
cuadros que genera el propio Estado, muchos de los cuales vienen de la época de
Fujimori (Rivas es un buen ejemplo) y que se han acostumbrado a operar en
distintos gobiernos, dentro de una especie de software que algunos llaman
piloto automático. Trasladar esa mecánica de ausencia de liderazgo político,
sustituido por rutina burocrática, al
campo de las relaciones internacionales luce como algo muy difícil. Pero ahí va
este gobierno.
17.05.13
www.rwiener.blogspot.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario