Amigos queridos se preguntan si así como nos “equivocamos” con Ollanta que ganó la elección, se deshizo de la izquierda y se convirtió en la cabeza del modelo económico contra el que había insurgido, no habremos vuelto a errar ahora que no se revocó a Susana pero sí a sus regidores y se dejó a la alcaldía en manos de los “verdaderos ganadores” del PPC. Casi como para decir no acertamos una o con un poco de sentido lúdico “nadie sabe para quién trabaja”.
Pero, insisto, las opciones de hace dos años no sólo eran las de la hija del dictador y el comandante que hacía juramentos democráticos, sino el de los compromisos programáticos que hoy pesan en la relación entre Ollanta y sus electores. Si hoy puede haber un proyecto de poder es porque se probó que se podía ganar la elección con banderas diferentes, pero a la vez que el pueblo requiere controlar a sus candidatos para no ser traicionados por ellos. Lo de Susana era, en cambio, un intento para terminar de darle la vuelta a la relación de fuerzas del 2011 e iniciar la recuperación de las fuerzas que fueron derrotadas ese año.
Lo que a veces se pierde de vista es que la revocatoria planteó un disputa en las peores condiciones para la administración de izquierda moderada que estaba al frente del Consejo Metropolitano. Esto significa que todo el proceso se debió batallar a la defensiva, sabiendo que donde más terreno se había perdido era en los sectores populares. La analogía con el respaldo al golpe del 92, en el sentido de que sectores grandes de D y E, estaban en el juego de la extrema derecha, era por cierto bastante pertinente.
Es por eso que cuando la lucha quedó planteada en si caía o no la alcaldesa, a nadie se le ocurrió que el tema fuera defender también a los regidores. Era evidente que si Susana no salía del Municipio, la coalición castañedo-apro-fujimorista quedaba totalmente derrotada. La revocación de regidores sólo servía para forzar la nueva elección, pero que no se diga ahora que el premio consuelo del mudo o García era echar a Zegarra, Glave y Castañeda Pardo.
Que en una batalla por voltear un partido que va con 30% de diferencia en contra hay muertos y heridos, en otras palabras posiciones perdidas porque no se puede ganar todo, es cierto. Esa no es una batalla de Pirro en la que se sacrifica todo el ejército, lo que parece igual a una derrota. Aquí el tema es que se paró una ofensiva, se conservó una posición estratégica y va a haber una nueva elección para componer el Concejo. La batalla no ha acabado. Pero si hay grandes derrotados, entre ellos no está la alcaldesa.
25.03.13
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