Reviso una información que me hicieron
llegar vecinos de La Molina encerrados desde hace un buen tiempo y obligados a
dar una larga vuelta para salir a alguna de las calles principales que tienen
cerca porque un alcalde Lima, don Luis Castañeda, dio una autorización
increíble según la cual en vista que los señores Brescia tuvieron la buena idea
de construir un gran centro comercial entre las avenidas Javier Prado y La
Molina pero tenían dos lotes separados por una pista de doble vía, la solución
era venderles la vía pública, más de 4 mil metros cuadrados, a precio equivalente
a casi un décimo de lo que se paga en esa zona.
La gracia es más curiosa aún, porque el
señor alcalde permitió que hubiera dos postores para la construcción del nuevo
“mall” y que ambos fueran razones sociales diferentes del mismo grupo
económico, al punto que el que ganó le cedió los derechos al que perdió. Pero
lo más interesante es el estilo para hacer las cosas. Un hombre que se pretende
mudo para no explicar lo que hace y que habla muy bien cuando se trata de
intereses económicos, al punto de poder vender una calle si ese es el negocio.
Vamos. En diciembre de 2010, a pocos días
de entregar el municipio, la administración “solidaria” encargada de la
administración mientras su jefe se lanzaba a la presidencia, sacó una ordenanza
municipal (1484) para “regularizar” la situación de inmuebles fuera de
zonificación, es decir para aquellos establecimientos que se habían instalado
donde no debían hacerlo. Se presentó como una norma favorable a muchos pequeños
negocios, pero como contrabando se hizo pasar a importantes empresas
industriales que han ocupado áreas no industriales como Huachipa y otros
generando problemas de contaminación y afectando el valor de las propiedades.
Nuevamente los amigos de Castañeda,
dirigieron su solidaridad a quienes tienen la billetera más gruesa. Y se podría
seguir sobre la responsabilidad de la Municipalidad de Lima con Castañeda, en
el cambio de zonificación de los terrenos del aeródromo de Collique, que facilitó su transferencia a grupos privados; el
dinero que le costó a la ciudad el retraso del Metropolitano y de diversas
obras viales, o el desperdicio de recursos que significó el retraso en la
reconstrucción del Teatro Municipal. Y en todos los casos el mismo estilo:
silencio hacia el Consejo, los medios y la opinión pública, y arreglos a puerta
cerrada con inversores que casi le dictaron los textos de los contratos de
acuerdo a sus intereses. Ahora este señor ha manejado un proceso de votación
para echar a su sucesora y volver a su puesto porque no llegó a la presidencia.
Y como se escucha de su propia boca no cree
en nadie, ni en su hijo, ni en Marco Tulio. Sólo cuentan sus ambiciones.
17.03.13
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