Al presidente
pro-témpore de UNASUR están a punto de prohibirle estar presente en el acto de
asunción formal de la presidencia por Nicolás Maduro en Venezuela. De esta
manera lo que ha empezado como un intento de rebelión doméstica contra los
ajustados resultados electorales del domingo se le quiere convertir en una
crisis del sistema de integración sudamericana y de paso en un desafío de la
autoridad de Ollanta Humala que hasta aquí trató de evadir cualquier
enfrentamiento serio con sus adversarios políticos.
La derecha
peruana en sus diversas expresiones sostiene que no se puede avalar con la
presencia de la primera autoridad del país unas elecciones “cuestionadas”. Pero
son cuestionadas porque el perdedor no quiere reconocerlas no sólo en el
dictamen de los órganos electorales sino en los procedimientos de auditoría que
eran parte de las reglas del juego. Por lo tanto el famoso “cuestionamiento”
significa un desconocimiento adicional del árbitro y una imposibilidad de
solución al problema creado que no sea por la vía de la fuerza.
Dándose cuenta
de lo que esto puede significar, el secretario general de la OEA se ha movido
de su posición inicial de apoyar el pedido público de la oposición venezolana
para recontar los votos a la aceptación
del resultado. Por cierto que a esta conclusión se llega apenas se descubre que
este mecanismo no estaba dentro de lo previsto en el proceso que se organiza
por el sistema de voto electrónico que no es revisable por el procedimiento de
reconteo de votos físicos.
Tampoco el tema
del “fraude” ha merecido evidencias concretas. Ha bastado que se diga y nada
más. Y la prueba es que el resultado es indudablemente estrecho. Pero las
estimaciones previas a la elección anunciaban un triunfo más holgado de Maduro
que el que finalmente se produjo. En consecuencia nadie entiende como los que
tienen supuesto control sobre las cifras no se dieron un margen mayor que
evitara discusiones.
El dato de la
estrechez de la elección refleja un retroceso en el poder chavista en su hora
más difícil y una primera oportunidad para la derecha venezolana para pelear
con mayores posibilidades las siguientes elecciones. Pero evidentemente había
aquí un plan armado para el escenario que anticipaban las dos partes en el que
la oposición volvía a fracasar y aumentaba la desazón de sus bases que ya no
podían echar la culpa al carisma de Chávez.
Ahora Capriles
está ubicado en un equilibrio muy difícil que consiste en estar a la cabeza de
la rebelión e intentar a la vez salvar su futuro político. Para salvarse
requiere que le lancen varios salvavidas, uno de ellos es forzar el aislamiento
internacional de Maduro, que es lo que se busca con la presión para que Humala
se quede en Lima.
18.04.13
www.rwiener.blogspot.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario