Si en el indulto de Fujimori no cuenta el informe médico porque “no es vinculante”, aunque haya descartado la existencia de enfermedad terminal o muy grave. Y si por añadidura no tiene implicancias morales, como dice Vásquez Kunze, porque responde al real criterio de la presidencia y no a los daños que el beneficiario de la gracia pueda haber causado a la sociedad. Y si, por añadidura, el cardenal Cipriani ha colocado las cosas en el campo de la reconciliación; entonces todo está completamente claro: no estamos ante un asunto humanitario, ni ante los pro y contras de liberar a un condenado de la justicia, sino ante un paso absolutamente político que reconciliaría a Ollanta con sus principales adversarios políticos.
¿En qué quedaría la llamada gesta de Locumba que encendió el corazón de mucha gente hacia el único militar que se levantó contra la podredumbre del Ejército entregado a la dictadura y gangrenado de corrupción?, ¿o la justificación histórica del andahuaylazo, más allá de los errores de conducción de Antauro, como expresión de denuncia a los incumplimientos del presidente Toledo a los compromisos de la transición democrática? Finalmente qué decir a los votantes de la segunda vuelta del 2011, que más que por la hoja de ruta se pronunciaron contra el retorno de los depredadores de la década de los 90. Un reencuentro de fujimoristas y ollantistas alrededor del indulto, significaría la disolución de toda identidad en el actual gobierno luego de sus enormes concesiones en economía y otros temas a la herencia del neoliberalismo.
Parece evidente que el presidente entiende de lo que se trata, pero le es difícil decir que no en medio del bombardeo de interpelaciones y denuncias de los chicos y chicas malas del color naranja que están persiguiendo a sus ministros para poner al régimen a la defensiva. Lo que debe estar pasando por la cabeza de Ollanta es de qué tamaño va a ser la ofensiva después de una denegatoria del indulto. Y es cierto lo que dice Vásquez Kunze de que a cada aumento de la presión por el indulto crece la exigencia opuesta. Esto es obvio por la naturaleza polarizante del asunto, que en realidad no sólo atraviesa la política peruana como se ha comprobado en etapas electorales, sino la historia del país, porque se trata de echar abajo una sanción que era un hito contra la impunidad. No importa si para ello se usa la puerta falsa, porque una vez afuera Fujimori volverá a chillar su inocencia y a burlarse de todos nosotros.
Y sobre moral pública, cabe apuntar que los presidentes no actúan en el vacío por más poderes ilimitados y monárquicos que se les conceda. Cada decisión se paga en política y se graba en la historia.
01.04.13
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