Ayer escribía sobre la manera como la derecha peruana pasó de la imaginaria transición democrática del estatismo al neoliberalismo que debió llegar con Vargas Llosa, a la forma dura en que este fenómeno ocurrió en la realidad a través del golpe de Estado de abril de 1992. Decía que la derecha económica, y aún más la política e intelectual prefieren no hablar de esta historia, por un prurito de vergüenza, y como van las cosas terminarán por decir como lo hace Vásquez Kunze el último domingo que el problema del golpe de Fujimori es la prensa que se sigue acordando de ello.
Al final es lo mismo que dicen los que se molestan porque en la revocatoria aparecieran los temas de corrupción y que en la segunda vuelta del 2011 tanta gente se sintiera movilizada a impedir el regreso de los desfalcadores de color naranja. Sí, pues. Hay un pasivo profundo en la cuenta de los que armaron el sistema que funciona desde los 90 y al que se han adaptado las siguientes presidencias sin excepción.
Basada en la relación de fuerzas que estableció el golpe de Estado, las derechas le han podido poner la música a los gobiernos que anunciaban cambios en campaña y se convirtieron en continuistas, pero no han podido borrar la conciencia de que el llamado Perú del crecimiento también es el de la crisis moral y la impunidad, donde Alan García puede hablar de la compasión que sintió por los narcos que indultó y que probablemente pagaron buen billete por su libertad, o que los fujimoristas digan que nada tienen que ver con Montesinos.
Es la ética de la política la que está dañada desde la aventura del 5 de abril. Y eso arrastra instituciones, partidos, empresas y hasta organizaciones sociales. La pregunta es ¿cómo se supera un estado de cosas en el que sólo se puede ganar engañando y sometiendo al otro?, como dicho sea de paso quiere repetirse en el caso del indulto. ¿Quién puede creer a Fujimori que conspiró casi dos años para preparar su golpe de mano, y del que devienen sus mayores “éxitos”, que no esté conspirando de nuevo para sorprendernos?
El tema es que en 1992 la cancha dejó de estar nivelada como la había dejado la Constituyente de 1979, que permitía el juego de fuerzas políticas relativamente equiparadas e instituciones estatales más o menos fuertes y diferenciadas. Eso no existe hoy por más que vayamos a elecciones y que los resultados de las votaciones sigan siendo muchas veces inesperados. La década fujimorista y su epicentro en el 5 de abril, han limado los impulsos de cambio por más que los autores sigan usando la palabrita o hablen de “gran transformación” para que todo siga como antes.
09.04.13
www.rwiener.blogspot.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario