Uno de los más
grandes errores del gobierno de Velasco fue la ley universitaria dictada en
1969, que lo enemistó con la juventud. Así en el mismo año en que se dictaba la
reforma agraria y se sucedían las nacionalizaciones y los impulsos reformistas
como la nueva ley de industrias, los militares en el poder intervinieron varias
universidades y se metieron en un espiral de enfrentamientos que duró varios
años.
La razón para
tamaño lío era elemental. En la mirada castrense, las universidades eran el
centro de desórdenes y de demandas políticas que muchas veces eran abiertamente
críticas al poder. Y lo que estaba faltando era disciplina, orden y autoridad,
lo que se conseguía fortaleciendo al rector que para el caso era el comandante
de la nave, reduciendo los derechos de participación de los subordinados, es
decir de los estudiantes, maestros y trabajadores, y usando el garrote policial
y militar como instrumento de pacificación de las revueltas.
Se olvidaba por
cierto de que uno de los elementos dinámicos que llevó a la revolución de 1968
y a la derrota del viejo Estado oligárquico fue una amplia inquietud
estudiantil por el cambio. El gobierno de Ollanta Humala parece, a su vez, que
está afectado de la misma mirada brutalmente errónea que equipara la
universidad con el desorden, con las mismas anteojeras militares: culto al
poder del rector y amenaza de intervención unilateral de la policía sobre el
campus, con la peculiaridad que carece de la fuerza de reforma y soberanía del
velasquismo del que dijo alguna vez que era su inspiración política.
Un proyecto de
ley del Ejecutivo sobre asuntos de seguridad y orden en las universidades está
en la mesa del Congreso, y su contenido difiere de las propuestas de diversos
gremios universitarios y de los propios rectores, que apuntan a los verdaderos
problemas de la educación superior peruana. Pero el gobierno del negacionismo
imagina que si manda a la calle y de ser posible a la cárcel a la parte más
movida del estudiantado, van a acabar las quejas contra los rectores que ahora
van a poder hacer lo que quieran, y conseguir egresados recontratécnicos y no
políticos como los que empezaron a gustarle al presidente en julio del 2011.
A la universidad
no se la puede tratar a palos ni imaginar que se la regimenta, policial y
militarmente, con el sustento de algunos rectores corruptos que están viendo la
oportunidad para perpetuarse contra el resto de la comunidad universitaria. Si
hay un lugar donde la democracia debe ser más potente y la autoregulación más
eficiente, es en los centros donde se forman los futuros profesionales.
15.02.13
www.rwiener.blogspot.com
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