A raíz de las revelaciones de Raúl Diez
Canseco sobre la invitación que el APRA le hiciera para conspirar contra el
gobierno de Toledo cuando todavía era vicepresidente y ministro de Comercio
Exterior, que de alguna manera
corroboran el relato de Jaime Bayly sobre lo que Alan García le dijo respecto a
la posibilidad de que Humala ganara las elecciones[1],
algunos han recordado la vocación conspirativa del partido de Alfonso Ugarte y
las varias veces en que le hizo el juego al golpismo aún en contra de sus
intereses.
Digamos que eso es historia. Pero hay un
elemento más a considerar en este caso y ese se llama Alan García. Porque las
conspiraciones, los forzamientos legales, los golpes de timón improvisados, son
una marca particular del sucesor de Haya de la Torre que tiene una tendencia
casi sicopática a jugar con fuego. Es verdad que conspirar para tumbar a Toledo
porque le iba mal en las encuestas es exactamente igual que colarse en la
revocatoria creyendo que la derrota de Susana Villarán que anunciaban similares
sondeos la daba un boleto fijo para lograr una victoria política sin mucho
esfuerzo.
Así el que algunos reputan como un genio de
la política no sólo empuja a su partido a acciones en las que puede fácilmente
terminar chamuscado, sino que como buen fanfarrón deja huellas de
conversaciones por aquí y por allá. Claro que siempre existe la posibilidad de
decir que es una palabra contra otra, pero el problema para él es que los
testimonios se multiplican de tal forma que el argumento empieza a sonar como
que los apristas piensan que les vamos a creer que todos mienten menos Alan
García.
El temperamento impulsivo del “panzón”
puede verse además en hechos inolvidables como los penales de 1986 cuando a su
orden se ejecutó casi a 300 presos, o Bagua en el 2009 cuando otra decisión
alocada (“me los desalojan de la Curva del Diablo”) produjo casi 40 muertos entre indígenas, pobladores
urbanos y policías. Y aunque no arrastrara víctimas mortales García es
responsable de haber enfrentado a los maestros con el Estado, al congelar sus
salarios, dividirlos con la “carrera magisterial” e insultarlos públicamente. A
comienzos de su segundo gobierno casi nos mete en la pena de muerte y al final
decretó una “emergencia” permanente para farrearse las reservas económicas del
Estado sin controles.
Es decir todo encaja en el complot de
comienzos de los 2000, y en el que hoy lleva delante de la mano de Castañeda y
Marco Turbio contra la Municipalidad de Lima.
21.02.13
[1] Luego
García dijo algo que me pareció gravísimo: que si el señor Humala gana las
elecciones, él propiciará un golpe de Estado e impedirá, quebrantando la ley,
que Ollanta Humala sea presidente. “Aunque me metan preso, Humala no será
presidente”, se pavoneó García.
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