España arde de ira al descubrir que el partido que los
gobierna no sólo mintió al presentarse como una alternativa a las medidas de
austeridad de su predecesor y que en su papel de defensores de los banqueros se
dedicó a desmontar los pilares del Estado de bienestar que existían en ese
país, sino que ahora resulta que esos mismos tipos, empezando por el presidente
Mariano Rajoy, eran parte de una red de corrupción que recibía dinero negro de
las grandes empresas que se lo repartían a través de una planilla secreta que
ahora está siendo mostrada en los diarios.
O sea, le imponen la austeridad a los que ninguna culpa
tienen de la crisis, subsidian a los responsables del desbarajuste para que el
sistema siga funcionando y cobran sueldos paralelos proporcionados por los
beneficiarios de sus decisiones. ¿Cómo esperar que la gente no esté reclamando
en las calles la salida del gobierno del Partido Popular y la cárcel para sus
principales dirigentes? Las escenas de calle en Madrid y otras ciudades hacen
pensar fácilmente en el Perú del año 2000 cuando estábamos invadidos por el
asco a la corrupción fujimorista que había sido captada en video por uno de sus
principales protagonistas.
Pero no hace mucho, en España no había crisis sino
crecimiento que parecía tan imparable como el que tenemos en el Perú de los
últimos años. Y en ese escenario de sobreconsumo y crecientes oportunidades ya
aparecían fuertes indicios de corrupción de la clase política y formidables
excesos en las ganancias de los grandes grupos económicos, y a la mayoría del
país casi no le interesaba el tema. Si bien nunca hemos sabido de un español
que diga como lo hacen muchos pobres peruanos: ¿quién no roba?, si lo que
importa es que se haga obra; en realidad la filosofía de la coexistencia con
los corruptos estaba establecida, como hoy se puede ver en parte de las clases
medias y altas que sin mucho pudor decidieron su voto por la hija de Fujimori.
Entonces se puede concluir que en países como Perú y España
conciliamos con los ladrones que ejercen el poder mientras la abundancia pueda
repartirse aunque sea en términos muy desiguales. Es esa conciliación lo que
hace que los corruptos se organicen cada vez mejor y que los modos de saquear
al Estado y de someterlo a los intereses privados, se vayan institucionalizando
y se hagan parte de una aparente normalidad. Las crisis, en ese sentido, son
como una limpia profunda que evidencia las reales relaciones de poder.
Los cuadernos de Bárcenas, donde figuran Rajoy, Aznar y
otros cobrando regularmente dinero negro de la corrupción, y los vladivideos de
Montesinos y Fujimori, se convirtieron en elementos mortales para los gobiernos
porque salieron al aire cuando ya la sociedad se había peleado con ellos. La
lección por supuesto es que la corrupción siempre nos lleva hacia el desastre
económico y político, y que la conciliación sólo sirve para facilitarle nuevas
victorias a los tramposos mientras se prepara el momento del golpe que siempre
llega.
España está ahora en trance de Cuatro Suyos, mientras el
Perú de Fujimori, García y Castañeda saldará cuentas con la corrupción más
temprano que tarde.
04.02.13
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