En 1990 la izquierda se presentó dividida en las elecciones,
y la imaginación de la época les asignó la condición de “radicales” a unos y de
“moderados” a los otros. Si se miraban los candidatos: Pease y Barrantes, los
programas y el discurso político, no había realmente dos proyectos y lo que
estaba en cuestión era definir quién tenía la hegemonía.
La división desconcertó a mucha gente, que inmediatamente
entendió que lo que estaba ocurriendo era que la izquierda, en sus dos
sectores, renunciaba a la pelea por el poder y regalaba un enorme espacio que
fue llenado por Fujimori desde la primera vuelta y que le permitió ganar la
elección. Había muchas historias tras esta trágica división, pero lo que la
gente vio fue que la izquierda se auto-eliminó para la batalla final con el
gran frente de la derecha que terminó perdiendo con quién menos esperaba.
En el 2006, habían tres partidos con inscripción, lograda en
campaña de firmas en las calles, y se abría la posibilidad de una participación
más menos decorosa, teniendo en cuenta, además, que al frente estaba no sólo a
la derecha y el Apra, sino el populismo nacionalista de Humala con banderas
parecidas a las de la izquierda. Los tres partidos de izquierda fueron, sin
embargo, por su lado a la elección tentados por la idea de quedar muy adelante
de los otros. Al final, los tres fueron pulverizados con una sumatoria de votos
que no llegaba al 2%.
Las últimas municipales de Lima de 2014, volvimos a ver una
división, aún más estrafalaria, porque un día se proclamó una amplia coalición
democrática contra Castañeda, y una semana después reventó en pedazos, porque
unos habían entendido la coalición como una apertura hacia fuera y otros como
que los seis partidos de izquierda ya eran la coalición El balance fue la
derrota de la candidatura de Villarán casi sin apoyo de la izquierda y un
montón de anécdotas para explicar un suicidio político, como el que se hizo.
Mil veces se ha probado que los votantes castigan la
división de la izquierda, porque no los ven (y no los entienden) como partidos
separados, cuando dicen estar todos contra el modelo económico y por el derecho
de la gente a vivir bien; por la protección de los recursos naturales, el medio
ambiente y los derechos comunales; por la reforma política-constitucional y la
limpieza anticorrupción; por las libertades políticas y personales; etc.; pero
que no pueden forjar una voluntad única, una fuerza cohesionada, un mito
ganador que atraiga al pueblo. Hoy el dilema es tremendo la extrema derecha
nunca ha tenido tantas posibilidades de imponer su dominio total sobre las
mayorías.
Y no estamos pidiendo que venga más gente y grupos
organizados, abriendo espacios y distribuyendo poder dentro del frente, sino quiénes
están en un lado y en el otro, y qué importa otra vez la unidad si podemos
llegar más lejos yendo solos…
14.03.15
3 comentarios:
Nada de "anónimo", soy Ambrosio
Pregunta, Raúl: ¿De la izquierda su unidad es como 'del agua su duro', hielo para charapas?
En el tema que ocupa tu columna.
En México el PRD (unido a PT y MC, con Lopez Obrador de candidato), la izquierda democrática, logró en las presidenciales el 31.59% con un mensaje claro. Un porcentaje similar aunque menor lo obtuvieron en las anteriores. ¿Qué quiero decir con esto? Que en México existen votantes de izquierda inamovibles, de convicción. ¿Cómo lo lograron? Con liderazgo, autoridad moral e intelectual, y con un mensaje claramente democrático: no está en juego salir del NAFTA (el tratado de libre comercio con USA y Canadá). La izquierda mexicana estudia, sus cuadros se gradúan en magnificas universidades en Estados Unidos. Y cuentan con líderes como Andrés Manuel López Obrador.
Los peruanos tenemos a Goyo Santos, Susana Villarán, Yehude y Verónika Mendoza. Francamente calichines.
El electorado peruanos percibe -a la izquierda atomizada- como los "resentidos" del barrio, los vagos de la familia que se niegan a estudiar y trabajar. la obstinación de no renunciar al marxismo leninismo, ni siquiera al marxismo está pagando factura: siguen en los setenta del siglo pasado. En las elecciones se les ve que la "lucha" "contra el modelo económico" es una pose en la izquierda; los votantes sospechan que que hay detrás del discurso colérico y resentido un proyecto totalitario como en Cuba y Venezuela. Y que el caballito de batalla en favor de "la protección de los recursos naturales, el medio ambiente y los derechos comunales; por la reforma política-constitucional y la limpieza anticorrupción" es otra hipocresía más. Saben que no están a favor de las libertades políticas y personales. Sospechan que la izquierda peruana puede ser, pontencialmente, más corrupta que el más corrupto de los alangarcías que andan por allí; con el agravante que, en el poder, no saldrán, se reirán de los periodos, que se quedan como dictadores, que no renunciarán del poder a las buenas.
Si la izquierda ingresa al debate económico tiene mucho que perder. No solo por los desastres latinoamericanos en Venezuela, Argentina y Brasil, sino porque el país ha sido el laboratorio de todos los yerros económicos del estatismo: velascato e hiperinflación de los ochenta
por más voluntad que exista, las posibilidades de mensaje de una izquierda sin renovación ideológica y programática se angostan considerablemente. Qué diferente sería una izquierda moderna que se ponga sobre los hombros la economía de mercado y reconozca al empresario como el protagonista de la transformación de las últimas décadas. Una opción semejante se plantearía reformar el estado del siglo pasado y convertirlo en un facilitador de las iniciativas y creatividad de la sociedad. Pero la izquierda peruana, cada vez que reflexiona sobre el estado, solo entiende del viejo estado empresario que hundió al Perú y hoy destroza a Venezuela y Argentina.
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