El año político
Tres hechos insólitos marcan la trayectoria política del año que termina:
a) La transformación a lo largo de una misma elección del candidato más temido: antisistema, chavista, salto al vacío y otras, en un candidato mal menor, que no se pelea con nadie y que concierta hasta con sus peores enemigos;
b) El cambiazo del Plan por la Gran Transformación en un plan de reformas limitadas, aparentemente refrendadas por la llamada Hoja de Ruta, que logró a las alturas de septiembre y octubre un 70% de aprobación, abarcando todos los sectores sociales, donde los pobres reconocían que el gobierno no los había olvidado y los ricos que el gobierno no iba a afectarlos seriamente.
c) La demostración de que para bailar Conga hay que tener las cosas claras, ya que como se ha visto un solo proyecto minero mal llevado, puede desbaratar un triunfo electoral esforzado y echar a perder el encanto del pequeño cambio;
Difícil encontrar una combinación política de estas características y una curva de ascenso y descenso tan pronunciada en corto tiempo. Más aún, aunque sea imposible discernir lo que pasará en los próximos meses y años, lo evidente es que este 2011, como punto de inicio, marcará profundamente el período y enmarcará las decisiones del poder y los actores políticos, sociales y económicos.
Vayamos por partes.
Milagro 1: las elecciones
Si fue sorprendente la aparición de Ollanta Humala como candidato exitoso que llegaba del exterior, todavía enredado con la reciente experiencia del Andahuaylazo, con el hermano preso y con propuestas radicales que desbordaban las de los partidos de izquierda, cuyo crecimiento electoral fue sostenido hasta alcanzar el primer lugar en la primera vuelta y 47% en la segunda, frente a Alan García; más difícil de creer ha sido la trayectoria del 2010-2011, en la que Ollanta ingresa desgastado por una feroz campaña de prensa, evadiendo toda respuesta a los ataques e intentando pasar por un converso de la moderación que al principio nadie creía.
El personaje espontáneo y aluvional de cinco años antes, había sido sustituido por un profesional de las campañas electorales que no parecía entusiasmar a nadie. Entonces sus rivales empezaron a ignorarlo y a darlo por fuera de competencia como se iba reflejando en las encuestas hasta comienzos de marzo. En vez de la curva acelerada del 2006, que la derecha mediática detuvo dos meses antes de la votación frenando el impulso que podía resolver la elección en primera vuelta, esta vez el estancamiento del nacionalista hizo que fuera olvidado hasta que empezó a crecer, en medio de las disputas de los que iban por delante.
Cuando se dieron cuenta que el hombre se venía de atrás hacia adelante y sólo restaban algunas semanas para la votación quisieron atajarlo con una demolición redoblada pero sólo lograron que la gente se fije más en él. A esas alturas Ollanta ya era algo no sólo una versión más difusa de la propuesta del cambios, sino una imagen de ponderación y equilibrio frente a los tironeos entre Toledo, PPK y Castañeda, y ya se proyectaba para una segunda vuelta en la que ya no sería el “candidato peligro” del 2006, sino el “mal menor” frente al peligro del regreso del fujimorismo.
Una lección de estrategia electoral que, sin embargo iba a pesar decididamente en las determinaciones posteriores al resultado electoral.
Milagro 2: las primeras reformas
Desde el año 2000, la expectativa alrededor de Ollanta Humala era que sería protagonista de grandes cambios en un país que parecía congelado entre imposiciones armadas desde el exterior. El nacionalismo emergió como una respuesta a la desnacionalización económica, la privatización corrupta, la desindustrialización y el abandono del agro, los privilegios trasnacionales, la política del cholo barato y el incumplimiento de los derechos laborales; por el derecho de las comunidades sobre sus tierras, la democracia de base ancha y el respeto a los derechos humanos, la lucha contra la corrupción y la reforma del Estado.
Todo esto se expresó en discursos que están en la memoria de la gente y en documentos que pueden ser fácilmente consultados, entre ellos el Programa de la “Gran Transformación” para el período 2011-2016. El proceso electoral puso, sin embargo, en el debate si la oferta histórica de Humala era realizable y cuántas concesiones y reajustes había que producir para no quedarse en la puerta del horno como la vez anterior. Entonces se desarrolló un reajuste por etapas de la propuesta que fue construyendo garantías para evitar anunciar “afectados”. En buena cuenta se aceptó como dado el marco económico que antes se cuestionaba y se concentró la atención en un paquete de reformas sociales para pobres que recibió el nombre de “inclusión social”.
El milagro fue que en los primeros cien días de gobierno este esquema de macroeconomía sin variantes dramáticas y nutridas reformas sociales: ley de consulta, pensión 65, aumento del salario mínimo, cuna-más, y otras que irían llegando, al lado del acuerdo para incrementar la tributación minera, elevaron la aprobación del presidente sobre el 70%, que significaba que a su 31% de primera vuelta y al 20% añadido de la segunda, le estaba sumando otro 20% que no votaron por él, principalmente en las clases altas y medias, que empezaron a creer que era posible tranquilizar a los de abajo sin tocas a los de arriba.
Una versión de primera mano de finales de octubre señalaba que un influyente asesor extranjero de la campaña electoral y del gobierno, concluyó que era posible mantener al presidente en ese estado de alta popularidad, si se evitaban sobresaltos, por lo que había que abandonar la idea de la reforma del Estado y de cualquier cambio radical para no romper el encanto.
Milagro 3: la Conga
Pero así como se llegó muy alto por un camino inesperado, el bajón de fin de año del gobierno Humala también tomó a todo el mundo de sorpresa. Tal vez el error haya sido creer que el voto del pueblo le permitía al presidente decidir en nombre del pueblo. En la crisis de Conga se descubre la soberbia del poderoso a la que Ollanta parecía ser ajeno. Algo así como que él sabía lo que era bueno para su gente, aun cuando fuera distinto a los que se había comprometido públicamente. Un solo gesto de impaciencia, resumido en la frase: “Conga va y no acepto ultimátums de nadie”, tan parecida a otras pataletas gubernamentales: “Petroperú se privatiza, le pese a quién le pese” (Fujimori); “el TLC se firma, sí o sí” (Toledo), “si se derogan las leyes de la selva se cae el TLC (García), liquidó un enorme capital político.
Y eso fue porque el encanto de Humala no era que pudiera hablar fuerte a los que le dieron el voto, sino que pudiera asegurar su base social en cada una de las decisiones de su gobierno. Si Ollanta se quedaba sin pueblo, dejaba de ser el cohesionador de todos los sectores sociales que se insinuó a los 100 días. Es por eso que ha podido caer más de veinte puntos en los dos meses siguientes, descendiendo en todos los segmentos. Queriendo evitar a toda costa una crisis de gobernabilidad, hemos llegado violentamente a una de las más graves de los últimos años, una que además tiene el agravante de haber ocurrido en tiempo récord y de no tener visos de salida después de varias semanas en la que se han ensayado la suspensión del proyecto, los diálogos amistosos y de los otros, huelgas y movilizaciones, cambios de ministros, etc.
Un gran inicio, descalabrado por no saber los pasos de la Conga, que es el mismo baile de la minería, el ambiente y las comunidades, ante el que han fracasado todos los gobiernos de los últimos veinte años.
31.12.11
http://www.rwiener.blogspot.com/
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