La primera lección que se puede adelantar cuando aún no acaba el conflicto de Conga, es que ningún ministro, asesor u otro funcionario del actual régimen puede sustituir al actual presidente en la relación con las masas. Hasta hoy se sigue discutiendo sobre la cadena de errores de la delegación ministerial que llegó a Cajamarca a visitar las lagunas y que ninguneó al gobierno regional y a los alcaldes y creyó que hablando con Yanacocha y algunas de las comunidades que tenían expectativas en el proyecto (principalmente por el alto precio que ha alcanzado la venta de tierras), estaban haciéndolo con toda la región, hasta el incidente desgraciado del ministro Herrera regresando a Lima en el avión particular de Roque Benavides.
Luego siguió el desastre de Andahuaylas, con los ministros en fuga. Y obviamente todos tenían que preguntarse si estos eran los hombres de confianza del gobernante que como candidato visitó los pueblos y se estrechó con la gente. Estoy seguro que si Ollanta llegaba de la APEC y se trasladaba a Cajamarca y Andahuaylas, hubiera encontrado salidas a los problemas sobre el terreno y consolidado el liderazgo que conquistó sobre las provincias del Perú, las comunidades y los pueblos olvidados de la sierra y de la selva. Pero se equivocó. Respondió al fracaso de sus intermediarios con una frase infeliz que le ha costado demasiado.
- No acepto ultimátums de nadie.
Y, claro, el presidente no puede aceptar que le impongan condiciones, ni los de abajo movilizados, ni los de arriba con el chantaje de las inversiones y los juicios ante tribunales internacionales. Pero el problema no era el de aceptar nada, sino el de comunicar a la gente que podían seguir confiando en él. El discurso de “Conga va”, es el equivalente a la palabra gruesa que rompe un romance.
Las comunidades, y millones de personas con ellos, han estado buscando desde hace mucho una voz que los represente, los entienda y eleve sus demandas ante un Estado indiferente y duro, detrás del cual se agita una derecha que reclama aplastar las protestas. Por algún motivo a Ollanta lo creyeron ese instrumento del que se valdrían para ser tratados de otra forma. Cuando les enviaron ministros que ni bien llegaban estaban pensando en irse, o que se dejaban encandilar por el poder económico, o negociadores que desprecian a sus dirigentes, la gente todavía podía pensar que tras todos estos personajes de paso, estaba Ollanta y que seguro pasaría encima de ellos, como lo hacía en medio de esas aguas turbulentas que eran el Partido Nacionalista y Gana Perú, donde hay todo tipo de opiniones y ambiciones, pero que el comandante sabe como manejar.
La declaración del 16 de noviembre abrió una herida, como decimos. No por gusto la prensa reaccionaria celebró con frases como: Ollanta se define; toma partido por la minería; rompe con la izquierda; etc. Es decir estaban convencidos que el presidente había venido de Hawái convertido ya no en el personaje conciliador y arbitral que se mostró a lo largo de este año, sino uno con el látigo en la mano dispuesto a enfrentarse con su propia base social. Que ha habido un quiebre de confianza con esas palabras, nadie puede dudarlo.
Pero que Ollanta no es la persona en que la derecha creyó haberlo convertido, es también una evidencia. Entre el baguazo y la solución del último martes (declaración de Yanacocha a exigencia del gobierno, suspendiendo actividades y proponiendo el diálogo) habría que vislumbrar la diferencia. No es fácil. Porque cuando la confianza se rompe, lo más difícil es reconstruirla. Pero tampoco vamos a tirar por la borda el resultado del 4 de junio. Hay compromisos explícitos e implícitos que están para cumplirse. Y la cosa recién ha comenzado.
03.12.12
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