En qué grado de tonto hay que situarse para concluir que la razón de ser de la crisis y caída del gabinete Lerner era la “falta de cohesión” y no la derechización y militarización. Y es que lo más obvio del mundo es que la naturaleza del primer equipo de gobierno de Ollanta Humala era la ausencia de ensamble y coherencia entre sus integrantes. Nadie puede olvidar que los cargos de ministros se decidieron cada uno por separado con distintas consideraciones individuales.
Así se armó una verdadera banda de los injertos, en la que cabían toledistas, izquierdistas, centristas, derechistas, ambientalistas, artistas, amigos del presidente y otros sin bandera conocida, puestos ahí por la voluntad presidencial y a lo máximo en consulta con la primera dama. Más aún en todo este rosario variopinto no había un elemento articulador o dominante, o más precisamente un partido de gobierno en torno al cual funcionarán los aliados de distinto origen.
Ciertamente la izquierda del gabinete no representaba cabalmente a la izquierda de los partidos y de las organizaciones sociales, por lo que nadie podría decir que la agudización de los conflictos ambientales en noviembre tuviera algo que ver con los ministros con mayor cercanía a los movimientos sociales. Pero lo mismo podía decirse de la derecha a los Castilla, Paredes o Cornejo, que encarnaba una tecnocracia neoliberal con relativa independencia de la derecha parlamentaria que hablaba en nombre de la oposición.
El “gabinete de la concertación”, estaba condenado al desconcierto porque no había quién dijera lo que esperaba de un ministro de Economía que defendía la condición de superpoder dentro del poder de ese ministerio, y los ministros que querían algo diferente en sus despachos y encontraban interminables trabas para liberar sus recursos presupuestados. O qué implicaba impulsar a Herrera Descalzi a tranquilizar a los grandes mineros sobre el futuro de sus proyectos, mientras Guisecke empezaba a estudiar los impactos de la minería.
A estas alturas se puede decir que la descohesión y el silencio del presidente frente a los problemas de sus ministros, han estado más emparentados de lo que parecía a primera vista. Una manera de ver esto es pensar que Ollanta estaba probando si el modelo le funcionaba, antes de producirle correcciones. Otra, más desconfiada, que en algún momento entendió que el destino del gabinete era una crisis y un impasse y lo dejó llegar, para poder pasara al gabinete del 11 de diciembre, cuya marca no es exactamente la mayor cohesión, sino la más fuerte subordinación al mando presidencial.
Algunos ministros de Lerner deben haber entendido que el gabinete variopinto era un terreno legítimo de disputa y que había que rayar el campo. Cuando esto empezó a ocurrir nadie les dijo que no lo hicieran, como si hubieran adivinado el deseo íntimo del presidente. Fue la derecha la que entendió mejor la lógica perversa que se estaba dibujando en el horizonte. Porque no se trataba solamente de decir que aquí algunos estaban sobrando, sino de convencer que los que estaban de más eran los que estaban con Ollanta antes de ganar la presidencia. Los que alejaban al presidente de sus objetivos eran los que lo ayudaron a diseñarlos y alcanzarlos.
18.12.11
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