Los temas de la “militarización” y “derechización” del gobierno de Ollanta Humala están en la boca de todos. El gabinete Valdés, que produce un extraño emparejamiento entre la presidencia de la república y la del consejo de ministros, con dos comandantes en retiro en los cargos más altos del Poder Ejecutivo, hace suponer a algunos que esta es la obra maquiavélica del coronel Villafuerte, y a otros que se trata del destino inevitable de la elección del 5 de junio en la que se debió optar entre un militar y la heredera de una gobierno militarista.
Pero el comandante premier contesta que a diferencia de lo que ha ocurrido en el pasado, el nuevo ministro de Defensa es un civil y también el del Interior y que su caso es el del único exuniformado en el gabinete recién juramentado. Varios generales han protestado además porque se les quiera segregar de la política con el argumento de la “militarización” y han discrepado directamente con Humala en relación a su propuesta de retirar el derecho a voto a los militares en actividad para distanciarlos de la influencia de la política.
Es claro, de otra parte, que el segundo gabinete de Ollanta es aún más proinversión y promercado que el anterior, y es difícil entrever quién de allí podrá sacar la cara para una mayor regulación de la economía, defensa de los derechos laborales y de los consumidores, protección ambiental, etc. La inclinación hacia la derecha y el triunfo de Castilla al lado del comandante Valdés es indiscutible. Pero el dato, la verdad, que es casi descriptivo ya que sigue la tendencia que se abrió con el nombramiento del actual ministro de Economía y ratificación del presidente del Banco Central y que ha subordinado el proyecto social del gobierno (ahora llamado de “inclusión social”) a la expectativa de mantener el crecimiento vía inversiones, para que aumente la caja fiscal, lo que conecta muy claramente con Toledo y García.
Para decirlo de otra manera, militarización y derechización, son procesos que están en desarrollo, sin embargo no es lo que distingue el quiebre del gabinete Lerner. Tal vez el concepto exacto sea más bien el de “humalización” del equipo de ministros, si por ello se entiende varias cosas: (a) que lo que se quiere son ministros operadores y no habladores, como ha dado a entender el premier Valdés, lo que pretende hacer que todos los del fajín sigan la línea presidencial de hablar lo menos posible ante la prensa y evitar las contradicciones, lo que no hiso el gabinete anterior por tener muchas personalidades fuertes; (b) que al igual que le ha pedido a los miembros del Ejército, y antes a los periodistas, el presidente parece estar pensando en una tecnocracia y burocracia por encima del bien y el mal, y mirando a los ministros como cabezas de ese batallón de ejecutores de órdenes presidenciales y no como políticos activos.
Es nítido que en esta idea, el grupo Lerner queda como un eslabón entre la campaña y el gobierno de orden, inversiones y programas sociales encabezado por los dos comandantes. El primer gabinete todavía cargaba la deuda de la campaña y de los compromisos para ganar. Pero la posición disminuida en que ya estaban el equipo original de gobierno, la izquierda y el toledismo indicaban que todos estos estaban de préstamo y que el proyecto final no era con ellos. Ahora vemos que Ollanta puso a Lerner a concertar mientras él dejaba desgastarse a sus ministros e iba viendo con quién pasaría a la siguiente etapa. Hasta que encontró a Valdés, el que le armó el estado de emergencia para Cajamarca y dijo este es.
13.12.11
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