Cuando se supo que el resultado de la votación del 3 de octubre que todos creían que dependía exclusivamente del mandato de las urnas, había quedado detenido en el aire mientras unos oscuros jueces decidían sobre el 25% de las actas y un millón y medio de los sufragios, surgió la pregunta: ¿y quién es el responsable de esta estupidez mayúscula?
La respuesta fue que no era ningún partido maquiavélico sino la ONPE de Magdalena Chu, o sea que los que debía contar los votos con la mayor celeridad y proclamar a los ganadores se habían encargado de contar con toda lentitud y añadido a eso había mandado un cantidad tan abultada de votos a la determinación judicial que se habían convertido en responsables de un entrampamiento que ahora amenaza con llevarnos a final de mes sin ganador oficial en Lima.
Pero de pronto la ONPE dio una explicación inesperada: lo que ellos habían hecho era aplicar un reglamento elaborado por el Jurado Nacional de Elecciones que había cambiado los procedimientos anteriores, lo que habría hecho que ahora haya muchas más observaciones que en elecciones anteriores, aunque esto no explicara, porque la proporción era mayor en Lima que en provincias.
¿Y por qué el JNE cambió el reglamento en pleno proceso (26 de agosto) y volvió a hacerlo el 13 de septiembre y una vez más el 22 de septiembre? Agárrense, la respuesta de los ilustres magistrados no tiene pierde: la modificatoria y las enmiendas posteriores fueron a pedido de la ONPE. Lo que quiere decir que como en el juego del gran bonetón volvemos al principio para preguntar y porque la ONPE pidió estos cambios.
Es obvio que se están burlando de nosotros. Y encima piden que confiemos en estas instituciones. Es como el caso de los dispositivos USB de los petroaudios decomisados a Giselle Giannotti, en el que el Poder Judicial culpa a la Policía y al Ministerio Público, y estas entidades contestan que todo ocurrió cuando se entregaron las pruebas a los jueces. Un peloteo que sólo cobra sentido si uno está claro que lo que se quería era enredarlo todo para tapar a las principales figuras del gobierno aprista involucradas en la corrupción.
Ahora es lo mismo. Como el presidente no pudo impedir con toda la maquinaria del poder (incluida la jauría mediática) que venciera la candidata que no quería que gane, la operación siguiente ha sido secuestrar el resultado. Así vamos a cumplir dos semanas sin que se reconozca que Susana Villarán es la ganadora, en lo que debería ser un escándalo de extraordinarias proporciones. Y nos siguen pidiendo paciencia y confianza.
La ONPE y el JNE han demostrado nítida obsecuencia con la maniobra del gobierno y el peloteo de responsabilidades sólo sirve para recordarnos que hay un tercero más poderoso que estos dos que los ha metido en un gran lío y al que no pueden culpar directamente. La monstruosidad de sacar de la cuenta simple a uno de cada cuatro votos de una elección sólo puede ocurrírsele a quién esté dispuesto a dinamitar el sistema si las cosas no salen como las han planeado.
La crisis postelectoral es hechura de Alan García. Y como no sabe cuál es el siguiente paso anda pegando a la gente.
13.10.10
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