Una sensación de película que ya se vio debe estar invadiendo a los limeños mayores de 30 años. Es como si el tiempo se hubiera detenido y todavía estuviéramos esperando el escalofriante recuento de votos de la ONPE de Portillo que cada tres o cuatro horas botaba un nuevo informe agregando unas cuantas centésimas al fujimorismo del año 2000, acercándolo poco a poco al 50% que le permitiría ganar en primera vuelta. Primero fue la volteada, entre la tarde y la noche del día de la elección, cuando a las encuestas de boca de urna que daban 48 a 45% entre Toledo y Fujimori, se convirtieron en 47 a 44, a favor del dictador reeleccionista.
Pero lo mejor vino después: el 47 fue creciendo, reporte tras reporte, hasta llegar sucesivamente a 48.5%, 48.9%, 49.2%, 49.5%, y todo el Perú quedó inmerso en un tremendo desconcierto. ¿Podía un recuento puramente técnico ajustarse tan milimétricamente a las necesidades políticas de cambiar una tendencia y hacerlo como midiendo las reacciones de los electores que sentían que les estaban quitando algo, sin que terminaran de quitárselo? El suspenso duró tres días y fue cubierto por incontables marchas de jóvenes hacia los locales de la ONPE y el centro de recuento en la antigua Feria del Hogar, en la Avenida La Marina, y dio lugar a varios mítines de Toledo en la Plaza San Martín, en los que no sabía si desconocer los resultados o si esperanzarse en que las cifras pudieran ayudarlo.
Finalmente se emitió el reporte al 99.5% de los votos que anunciaba que Fujimori había llegado a reunir 49.97% de los sufragios, y el jefe de la ONPE declaró de pronto que ya no había que contar más porque “estadísticamente” no se podía alterar la tendencia. Claro que cada quién entendió estas palabras a su manera: los jóvenes y los manifestantes callejeros de esos días, afirmaron que habían ganado porque no se rindieron. Keiko y Absalón, aseguraron que ellos habían convencido al presidente de evitar el enfrentamiento que se venía. Montesinos y la cúpula militar murmuraron que todo esto había sido una cobardía. La OEA saludó la “solución política a la crisis”. Y sólo José Portillo siguió asegurando que estas habían sido elecciones limpias en las que nadie había metido la mano para mover las cifras.
Todo eso ocurrió en medio de invocaciones desde el gobierno y la oposición más complaciente, y sobre todo desde los medios de comunicación, para guardar la calma y aceptar los resultados oficiales cualquiera que fueren. Precisamente por ese manejo de resultados, el señor Portillo estuvo preso hasta no hace mucho tiempo. Es decir la Justicia lo halló culpable de alterar la voluntad popular. Felizmente la mayoría no creyó que la lentitud maliciosa de la ONPE y el ajuste progresivo de los números, eran una extraña casualidad electoral en el país de las sorpresas. Que es lo mismo que pasa ahora cuando la ONPE de Magdalena Chu no sale a negar los sondeos previos y el orden de llegada que favorece a Villarán sobre Flores, pero mantiene ya tres días a la capital bajo el supuesto que “nada está decidido”, porque su organización no reconoce tendencias.
Nadie entiende porqué el domingo la señora Chu, sólo pudo contar el 12%, cuando lo usual era que superara el 40%, en el primer reporte. Pero el efecto fue mandar a todos a dormir sin datos oficiales que valieran la pena, a pesar de tantas invocaciones para que se esperara a la ONPE para hacer cualquier pronunciamiento. Y, por cierto, esta confusión, aparentemente deliberada, permitió a todos los diarios (menos LA PRIMERA) y noticieros de la mañana, titular como que no había ganador. El enredo, además, no acabó la primera noche, porque durante el día siguiente hemos tenido informes parciales que hasta llegar a más del 60% de las actas significaban una diferencia sobre 1.5%; y que sin más trámite al 73% se achica bruscamente a 0.8%, como para dejar nuevamente abiertas las especulaciones para el día siguiente. Otra vez la pregunta es si la ONPE actual está realmente al margen de la contienda y de los intereses de Palacio de Gobierno, del alcalde metropolitano y de la candidata del PPC, que no quieren admitir su derrota y que están calculando hasta donde se puede producir un movimiento de las cifras sin que el intento les estalle en las manos.
Hay más elementos de película vieja en lo que está pasando en estos días. Uno de ellos es Alan García advirtiendo antes de inicio de la votación que nadie se proclame ganador con los primeros conteos porque al final terminará perdiendo; los partidarios de Lourdes señalando que sus propios sondeos los dan por ganadores, cuando todo el resto de la información disponible indican que perdieron; y Susana y su partido que dicen haber “innovado la política peruana”, enfrentando la vieja política criolla, sin saber cómo responder.
06.10.10
www.rwiener.blogspot.com
1 comentario:
Es altamente probable que Flores, como a veces ocurre en el fútbol, gane en la mesa, lo que no ha podido ganar en la cancha (en este caso, las urnas). Hay varios factores que se desarrollan para esto. Uno es, por ejemplo, la no instauración del voto electrónico, el cual facilitaría grandemente la difusión y prontitud del escrutinio, además que practicamente eliminaría el problema de las actas observadas. Curiosamente, el Apra es la que más se opone al voto electrónico, pues le impediría sus manipuleos en el escrutinio, en lo cual sus personeros son expertos y, hay que reconocerlo, están muy bien entrenados. Otro factor, y no menor, es la sospecha que el JNE, quien finalmente dirimirá sobre las actas observadas, está influido por el Apra, partido que apoya en forma tácita a Flores. También puede influir la mayor experiencia, como partido de viejo cuño, del PPC y sus personeros, en estos cubileteos electorales, en comparación a los "nerds" de Fuerza Social (partido con débil organización, que ni siquiera presentó candidatos en todos los distritos). A esto se podrían agregar los graves errores tácticos de Villarán (señalados muy bien por Raúl Wiener), que le hizo perder puntos en los últimos días, en la intención de voto, dilapidando la amplia ventaja que tenía sobre la candidata derechista. De manera que, salvo sorpresas (una inmaculada imparcialidad del JNE, por ejemplo), la mesa está servida para la derecha.
¿Qué significado tendría una probable victoria derechista?
Una victoria derechista significaría que aún la mayor parte de la ciudadanía está bajo la influencia de los grandes medios de información y sus distorsiones. Es cierto que Villarán representaba un aire fresco en el manejo municipal y su propuesta no cuestiona realmente los cimientos del actual ordenamiento político neo-liberal, pero las objeciones hechas a Flores (fundamentalmente el asunto Cataño), hubieran bastado en cualquier sociedad civilizada para liquidarla como política. Sin embargo, a una parte importante (o mayoritaria) de la ciudadanía esto no parece importarle. Al parecer, probablemente por influencia de los períodos dictatoriales (especialmente el fujimorista), está muy arraigado el dicho "que roben, pero que hagan algo", con lo cual se justificaba, por ejemplo, a Odría o a Pinochet. Si el fraude se consuma, viene en 2011 una campaña electoral con tal nivel de suciedad y bajeza que, la que acaba de terminar en Lima parecerá aceptablemente limpia.
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