Ollanta Humala reunió la voluntad de millones de
peruanos y peruanas que creyeron que el
nacionalismo era la oportunidad histórica de los postergados que harían
escuchar su voz y sus reclamos a través de un presidente que aparecía enfrentado
a todos los sectores que ya habían ejercido el poder en el Perú. Era una
gigantesca corriente de bases que pudo construir una alianza histórica con la
izquierda para impulsar la gran transformación del país, pero que se encontró
con que la vieja izquierda sólo quería compromisos tácticos para quedar con las
manos libres después de la elección, y Humala sucumbió a sus propias ambiciones
y temores al punto de convertir un fenómeno de grandes masas en una victoria
personal con la que podía hacer lo que le diera la gana.
Esto pasó. Y los que creímos en que el Perú podía ser
dirigido con el respaldo de la población movilizada y la fuerza inicial de la
gran victoria, quedamos rápidamente fuera del nuevo escenario político, con un
presidente exclusivamente interesado en garantizarse estabilidad política y
económica, para poder durar. En la conducción de Humala, el nacionalismo pasó
de fuerza de cambio a acompañante de un presidente conservador que no quería
pelearse con nadie, sobre todo con los tradicionales factores de poder: gremios
empresariales, medios de prensa, etc. Ollanta obligó a los nacionalistas a
votar contra sus convicciones y a pasar
por episodios bochornosos como la injusta sanción contra Javier Diez Canseco,
la repartija y otros. El nacionalismo pareció condenarse, salvo por el pequeño sector
que no aceptó el giro inicial del gobierno, a ser un votante casi pasivo de los
caprichos de Palacio.
Eso está acabando ante
nuestros ojos. Primero por las imposiciones autoritarias para dominar organismos
y seguir las directivas de la pareja presidencial, más allá de su racionalidad (caso
gabinete Villanueva reemplazado por Cornejo, elección de la mesa directiva,
ratificación del gabinete Jara), y luego por los campos que determinó la Ley
Pulpín. Ahora tenemos un nacionalismo neoliberal, que es cada vez más pequeño,
y otro contra el modelo, que desaíra al gobierno. Esto es un hecho
importantísimo, sobretodo tomando en cuenta el lugar en que está quedando la
vicepresidenta Espinoza, el congresista Tejada y otros. ¿Se abre una nueva
oportunidad para una convergencia entre el nacionalismo popular y la izquierda?
En otras palabras, lo que las calles han fundado en estos días, con cinco
marchas no es sólo una vanguardia juvenil que derrotó al gobierno, sino al lado
de ello empujó una recomposición
política general que amenaza los planes que la derecha ya tenía listos para el
2016.
De alguna manera, la reciente lucha nos devuelve al
escenario anterior al 2011, con dos diferencias: no hay hasta ahora un candidato
con el arrastre de OHT, y se ha quebrado el verticalismo que los Humala-Heredia
impusieron y que está estimulando a actitudes cada vez más autónomas de la
gente. La mala y la buena noticia.
05.02.15
1 comentario:
De las marchas contra el modelo neoliberal en Grecia y España aparecieron Alexis Tsipras y Pablo Iglesias, quienes tienen la oportunidad histórica de hacer un cambio de rumbo en la Europa neoliberal que, de tener éxito darian un espaldarazo al movimiento juvenil que recientemente se ha formado, lo que faltaria seria el "Pablo Iglesias" que lidere al movimiento hacia la victoria.
Por supuesto que los neoliberales con su obtusa visión dirán que el que se aparte siquiera un poco del modelo caerá en los fuegos del infierno y caerá sobrre él las diez plagas de Egipto. o sea solo cuentos de viejas para asustar a los niños.
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